Hubo un HACKER muy conocido que fue EL GRITÓN, el primer hacker argentino que cayó en "una grande".
Se trataba de un estudiante de ciencias del cómputo en la universidad John F. Kennedy (Buenos Aires), pero le gustaba pasear por los Estados Unidos... en bytes.
Era el verano boreal de 1995, y el Departamento de Defensa gringo detectó una serie de intrusiones en una variedad de sistemas informáticos universitarios y militares, que parecían provenir todos de un mismo perfil. El intruso buscaba información sobre investigación satelital, radiación y energía. Pudieron rastrear sus actividades hasta un conjunto de cuentas de usuario apropiadas en un mainframe de la Universidad de Harvard.
Los servicios estadounidenses dieron cuenta de su empleo sospechoso y lo perfilaron "a la americana": fantasioso, paranoide, sin mucho dinero, regulares conocimiento de telefonía, DOS y los UNIX "nuevos", pero genial en su meticulosidad. Según la típica y obsesiva definición racista estadounidense, lo veían como un joven blanco de familia militar, con acceso a la burocracia de las comunicaciones. Tras hacerse con una órden judicial - primera en su tipo - usaron un programa llamado Eye-Watch (del cual dudamos todavía que existiese realmente, pero era lo que se dijo a la prensa). Y el caldo no tardó en espesarse: el rastro de las llamadas podridas conducía con toda certeza a un país sudamericano.
En plena era de las "Relaciones Carnales" entre los EE.UU. y la Argentina, sólo bastó un tubazo en mal castellano desde el FBI al Departamento Central de la Policía Federal del país, para que "no le cuidaran ni una crin al pingo de la querencia". Los monos de azul le cayeron en el departamento; ¡incluso entrando por la ventana del balcón en la exageradamente espectacular modalidad hombre-araña! El realidad fue bastante al pedo: el GRITÓN no estaba y los que se llevaron el susto terminaron siendo sus hermanitos, personalmente culpables de disfrutar de un muy soviético Tetris en una 286.
A las dos horas un natalia-natalia metió una llave en la puert. Un cana flaco con unos Rayban truchos color caramelo lo agarró de la remera y lo encañonó con su Ballester Molina de 9 milímetros como si fuese un pirata del asfalto. Pero la orden de allanamiento contra el GRITON era más que nada por robo de pulso telefónico a TELECOM (ya después de la privatización de EnTel). Las facturas terminaban destinadas vaya a saber a quién.
Pero eso fue dentro de las fronteras de la Argentina... Fuera de ellas, cierto tufillo terminó atrayendo al FBI y a la justicia militar naval estadounidense. Le venía al pelo: lo usaron de ejemplo público en su "eterna interna" interservicios, en este caso con el servicio secreto.
Al poco tiempo comenzaron a trascender sospechas electrizantes. El padre del GRITÓN revistaba con grado de Mayor en el Batallón de Inteligencia 601 del Ejército Argentino, y se decía que "había dado que hablar en las mesas de reunión". En cualquier organización de este tipo, una mesa de reunión no es un amoblamiento de cafetín: consiste en una sala operativa de desglose analítico de un conflicto. Pero en la Argentina de finales de los 70s el término era ya mucho mas jabonoso; bien podía equivaler al combo fuerte de la Dictadura: secuestro planificado, aplicación de tormentos seguida de muerte y desaparición del cuerpo. No deja de ser probable que la comunidad de los servicios de inteligencia del norte "conociera los bueyes con los que araba".
Por eso no pareció extraño que un calurosísimo 28 de diciembre de 1995, el GRITÓN decidiera atender los cargos de felonía con computadoras, fraude telegráfico y pinchaduras ilegales que le hacían en norteamérica. Si bien los había declarado en primera instancia obscenos - no existía posibilidad de extradición pues no se encontraban criminalizados en la Argentina - decidió jugar el papel de Mr. Nice Guy en un arreglo que - consideró - le sería más provechoso.
Julio César Ardita se declaró culpable y "cantó como Pavarotti en la ducha".
Viajó voluntariamente a los EE.UU. (de su bolsillo, dijo, para quedar bien). y cooperó, y quedó mejor.
En esencia lo que hacía era comunicarse por módem desde su propio departamento robando líneas de la caja que Telecom de Argentina tenía en la terraza de su departamento. Usaba un número 0-800 (gratuito) para acceder a la central de Telecom, y supuestamente accedía al CARRIER TELCONET con una clave alfanumérica de 14 dígitos (lo que lleva a sospechar que tenía el dato de adentro). Con el servicio de DDI (discado directo internacional) se comunicaba con la universidad de Harvard en los EE.UU. - un mainframe que contaba con 16 mil cuentas registradas - y pudo acceder a su shell de UNIX. Luego, con un sniffer de paquetes, pudo levantar las antiguas conexiones Telnet y observar así nombres de usuarios y contraseñas de aquellos quienes usaban tal sistema. El registro de dicha información permitía trampolinear a otros sistemas semejantes, así como acceder también a ciertas partesa de su sistema de correo electrónico. Con paciencia pudo lograr accesos a los outdials y servicios externos a Harvard (incluyend aquellos sensibles de la defensa). Lo que no queda muy claro es cómo elevó su nivel para tener capacidad de uso para el sniffer, ahí está la verdadera "hackeada" del GRTIÓN...
En ultima instancia evitó la sentencia declarando que fue "un exceso de la juventud", prestando servicio comunitario "enseñando seguridad informática", y pagando una suma de 5.000 dólares americanos.
Lo usaron políticamente para implementar lo que la ambiciosa y fulgurante Fiscal General Janet Reno describiría como "una telaraña global para detener cibercriminales" tanto dentro como fuera de las fronteras de los EE.UU.