Siempre que en una reunión entre amigos surgían palabras de encomio hacia un artista nuevo que alguien daba a conocer, un cuadro, un poema, Rodolfo decía:
– Bueno, sí, no está mal. En realidad, todos sabemos hacer alguna cosa bien, muy bien o extremadamente bien, pero lo difícil, la verdadera genialidad, es saberlo vender…
Muchas veces he recordado la boutade de mi viejo amigo, que me resultaba algo así como una verdad incómoda, más que como un ejemplo de cinismo provocador. Y lo recuerdo siempre, paradójicamente, cuando surge el tema del arte puro, el arte insobornable del verdadero artista, el carácter único del genio. A la dificultad para ganar dinero con la la literatura debemos un libro como el Quijote, el gran best-seller de Cervantes que, en una de las muchas muestras de su fino humor, lo compra en su misma ficción como obra original del morisco Cide Hamete Benengeli, quedando él, en un distanciamiento sorprendente, como un simple traductor.
Desde la aparición triunfante de la burguesía, la relación del artista con su obra y el público consumidor es una relación problemática, conflictiva y está siempre mediada por el precio y el dinero: el objeto artístico, el oscuro objeto de la creación, es una mercancía más en el gran bazar del mundo.
Leyendo una desconocida novela de Rafael Cansinos-Assens, La huelga de los poetas (aunque la referencia de Cansinos fue una huelga de periodistas), he vuelto a encontrar este tema, debatido con cierto estrépito. En un momento dado, exclama el Poeta -Periodista:
Y un arte que no tiene precio, un arte que se empeña en no colocar sus creaciones al nivel de las cosas que tienen un precio, es un arte que devora al artista.
El valor y el precio, ahí es nada: el problema que intentó Marx desentrañar a lo largo de su vida… Si nos dejamos llevar, podemos preguntarnos si el objeto artístico es bueno o malo, o caro o barato, o una cosa debida a la otra. Y si el precio se disparata, ¿es porque es una genialidad o es una genialidad por el disparate de su precio? La publicidad así lo ha sugerido en muchas ocasiones. En España hubo un anuncio de una marca de turrón, repetido durante años en Navidad, que apostillaba “el turrón más caro del mundo”.
A estas alturas del mundo parece casi imposible sustraernos a la persuasión del dinero, el precio y el consumo de arte como una mercancía más del supermercado. Por eso no le faltaba razón a Cansinos al reclamar un precio justo por el poema, el artículo, el cuadro o el plato de cerámica. A la gloria y la posteridad que les vayan dando…