Cuando subimos al barco del capitán Leo, Matías estaba llevando el timón. El capitán Leo nos dio la bienvenida encantado de tener dos grumetes más a bordo.
Le pregunté por su loro y me dijo con voz muy ronca que estaba durmiendo en el camarote.
No llevábamos ni cien leguas de singladura, cuando apareció un enorme tiburón, que venía directo hacia nosotros con sus fauces abiertas. El pánico cundió entre la tripulación, unos empezaron a trepar por las arraigadas, otros se escondieron en los huecos de los salvavidas, y los demás salieron corriendo por la cubierta, sin saber qué hacer.
Después de unos momentos de miedo, Matías logró esquivar al tiburón, ¡ya estábamos a salvo! Sin embargo, las olas del mar embravecido agitaban sin descanso el barco del capitán Leo.
El marinero Álvaro se mareó tanto que tuvimos que tenderlo en el suelo y ponerle paños húmedos en la frente hasta que se recuperó. Seguimos la travesía, mirando nuestros mapas y las brújulas, esperando encontrar el tesoro.
Cuando llevábamos unos cuantos días embarcados, Marcos gritó:
-- ¡Tierra a la vista!
Entonces el capitán Leo nos dio permiso para abandonar el barco en un bote que nos acercó a la playa. Nos despedimos del capitán Leo esperando volver a jugar a piratas en el parque el próximo viernes.
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