Hay momentos del día y puntos cardinales fatalmente unidos a estados de ánimo. La tarde y el oeste están imbricados con la melancolía, por ejemplo. Pero para mí, no: para mí están en relación con una tranquilidad reparadora, hogareña, como las plazas o el rumor de las fuentes y las sombras de los parques.
Me ofenden, por el contrario, el sol de mediodía, vertical e hiriente, y las tormentas estruendosas y atronadoras. De modo complementario, soy afín a los tonos pastel y violeta.
Nada de esto me llega, sin embargo, como heraldo de la tristeza, sino, más bien, como el acorde perdido de mi reconciliación con el mundo, mi particular, y melancólico, himno de la alegría...