El olvidado oficio de enviar y recibir cartas

Soy suficientemente viejo como para recordar cómo era enviar y recibir cartas

Recuerdo intercambiar cartas con una chica de la que me creí enamorado en mi preadolescencia.

Ella vivía en otra provincia, nos habíamos "conocido" (y pongo esta palabra entre las comillas más grandes que se pueden poner) en unas vacaciones en las que su familia y mi grupo de amigos habíamos alquilado casas aledañas. Una noche nos sentamos solos al costado del camino de tierra y charlamos. En mi mente (y en mi defensa, en la suya también), fuimos novios, aunque nunca nos dimos ni un beso.

También recuerdo escribirle a mi familia aquella vez que "me fui a vivir" a otro país (nuevamente, comillas gigantográficas) para decirles que mi plan no estaba funcionando, y que iba a volver a casa después de un par de meses, creyendo que me había ido para siempre.

Todavía conservan esa carta, y yo conservo una buena parte de la culpa que sentí por la preocupación y el dolor que les causé. También me siento sumamente agradecido y afortunado por cómo se portaron conmigo, tanto antes como después de ese viaje.

Antes, aconsejándome para intentar hacerme recapacitar, y luego, recibiéndome sin castigos ni rencores.

No estoy seguro de cuál fué la última carta (fuera de documentación y cosas por el estilo) que envié antes de "la sequía postal".

Durante muchísimo, los medios digitales de comunicación dominaron por completo mi vida

Hace unos años, comencé a usar una app llamada "Slowly" (esto no es una publicidad de una app, pueden seguir leyendo) que sirve para entrar en contacto con gente que busca conocer personas y comunicarse "a la antigua".

Los mensajes en Slowly no son instantáneos, son lentos, y dependiendo de la distancia a la que se encuentra la otra persona, la entrega tarda más o menos.

Me pareció una idea simpática y durante un tiempo busqué entablar conversaciones significativas con gente de distintos países, idiomas, profesiones, etc.

Hacer nuevos amigos a partir de cierta edad es cada vez más difícil, y mi experiencia con Slowly no fue la excepción, pero...

... una persona, de entre todos los contactos fallidos y conversaciones caídas en el abandono, siguió leyéndome y compartiendo sobre sí. Luego de múltiples idas y vueltas, vimos que el artificio de Slowly ya no resultaba tan simpático, sino que se había convertido en un obstáculo molesto, así que decidimos seguir en contacto por e-mail.

Ya no tengo instalada la app, y no recuerdo exactamente hace cuánto fue que comenzamos a conversar, pero sé que fue hace varios años, y seguimos escribiéndonos regularmente. Le he compartido muchas cosas personales de mi pasado y de mi presente, y él también lo ha hecho conmigo. Lo considero mi amigo, un buen amigo, a pesar de nunca haberle dado la mano ni escuchado su voz en vivo.

Ambos preferimos la comunicación asincrónica, por eso nunca hicimos una videollamada, ni hablamos por teléfono, ni siquiera por mensaje instantáneo de ningún tipo. El e-mail nos sigue pareciendo el formato perfecto para el tipo de intercambio que nos gusta tener. Respetamos el tiempo y el espacio del otro, no hay presión por responder rápido, y si pasan meses sin recibir una respuesta, sigue estando dentro de lo "normal".

Si estás leyendo esto, F., ¡hola! :)