------------------------------=[ UNBLOCKCHAINED ]=------------------------------ Existe un creciente descontento con la tecnología que llamamos blockchain, en particular con aquellas cuyo mecanismo de consenso es el llamado “proof of work”: para garantizar la inmutabilidad e inviolabilidad de la base de datos (un blockchain no es más que eso) estas redes utilizan un gigantesco poder de cómputo especializado, cuyo único fin es el de obtener hashes o digestos criptográficos que demuestran al resto de la red que se realizó un determinado trabajo; la suma de todos estos trabajos representa un desafío criptográfico de tal magnitud que es prácticamente imposible de replicar en la ventana de tiempo que tiene validez. Bitcoin es la red más conocida de criptodivisas, y utiliza este algoritmo de consenso. El principal problema que representa proof of work es la ingente cantidad de energía eléctrica que requiere para mantener los millones de rigs de minería activos y en línea. Para dar una idea cabal de lo que consume la red bitcoin, podemos decir que es mayor al de todo un país como Chile en cualquier momento dado. Y más del 60% de la energía eléctrica utilizada para generar estos hashes proviene de la quema de combustibles fósiles, siendo el carbón el más común de ellos, seguido luego por gas natural. Cuando Satoshi Nakamoto lanzó el paper en donde describe Bitcoin, su red y su modelo económico, se pensaba en un sistema financiero que sería con el tiempo una alternativa válida al sistema bancario global. Lo cierto es que a casi quince años de su lanzamiento (9 de enero de 2009) la red principal sigue siendo igual de lenta que al principio (demora entre quince minutos y varias horas o incluso días en validar una transacción), y cada bloque, que se genera una vez cada quince minutos, admite en promedio apenas unas 3000 transacciones, algo completamente insuficiente para atender las necesidades de comercio a nivel global. A su vez la red, debido al incremento de la dificultad para hallar la solución criptográfica o nonce de cada bloque, se ha convertido en elitista, puesto que únicamente los grandes pools de minería pueden participar del minado de forma económicamente viable. Y finalmente, las crecientes restricciones en Estados Unidos por parte de la SEC y la gran volatilidad en su valor, hacen de bitcoin un medio de pago muy poco popular. Luego está Ethereum, que es una red p2p cuyo mecanismo de consenso se llama proof of stake: en vez de depender del poder de cómputo, los nodos (o mineros) depositan en garantía la suma de 32 ETH (que en este momento equivalen aproximadamente a 60 000 dólares). Esto, sumado a que la red genera bloques cada quince segundos y que diariamente se procesan alrededor de 750 000 transacciones, hace de Ethereum una red mucho más utilizada que Bitcoin. Además de ello permite la existencia de contratos inteligentes y tokens no fungibles. Ya veremos en otro momento más de esto. No obstante las ventajas sobre Bitcoin, y que su existencia a partir de mediados del año pasado dejó de depender del consumo ingente de energía eléctrica, sufre de los mismos problemas que su red competidora: una creciente restricción global, alta volatilidad en su valor, y oligopolización de la minería al requerir depósitos en garantía que exceden con creces los ahorros que una persona promedio puede poseer. Existen otras redes como Monero, Litecoin, Cardano, Solana, pero no merecen mayor análisis ya que son en mayor o menor medida copias de Ethereum o Bitcoin, con agregados secundarios sin demasiada importancia. Una constante que se verifica en todas las criptodivisas es que comienzan como un experimento más bien comunal, de nerds y cuando tienen éxito, son cooptadas por oligopolios financieros que subvierten los cándidos principios agoristas iniciales para convertirlas en redes operadas por ellos mismos, para beneficio de ellos mismos y con el fin de evadir impuestos y generar riqueza mediante prácticas de otro modo prohibidas, como el wash trading, el lavado de activos, la financiación del terrorismo y otras prácticas criminales. Hoy en día no hay forma de que un usuario individual pueda participar por sus propios medios de la minería si no es a través de los llamados mining pools en donde decenas de miles de usuarios comparten los magros ingresos por tasas de uso de red. El interés por los llamados NFT decreció drásticamente desde mediados de 2022; actualmente sólo unos contados casos siguen vendiendo, y aún ellos lo hacen por un volumen que es ínfimo respecto al auge de 2019/2020. El llamado DeFi o decentralized finance también sufrió un gran golpe debido a que es raro que pase un mes sin un caso de hackeo por decenas de millones de dólares, que dejan a muchos usuarios sin los ahorros de toda su vida. Finalmente, la aparición de monedas digitales, respaldadas por bancos centrales de países poderosos, están haciendo que mucha gente decida finalmente salir de las criptodivisas para refugiarse en un activo mucho más seguro jurídicamente, respaldado por países de gran trayectoria, y cuya operación es inmediata, de valor legal, fácil, y que cuenta con seguros contra robos y estafas. ¿Por qué alguien querría utilizar un sistema de pagos como bitcoin cuando hay fintechs que están haciendo cada día más fácil transferir dinero desde y hacia el exterior? En un mundo enrarecido por el cambio climático, la extrema derecha, la violencia política y la incertidumbre económica, uno pensaría que las criptodivisas estarían en su momento dorado; sin embargo la realidad es muy distinta, y la explicación tal vez está en el hartazgo, la cooptación por oligopolios y la falta de practicidad luego de casi quince años de existencia.