Lo malo de la autocensura es que es una clase de muerte.
Pasemos ahora a ver sus ventajas.
La primera, en orden de ocurrencia, es que evita decir lo que pensamos, y manchar con error al mundo. ¿Es extraño equivocarse? ¿Y acaso el error no ocasiona males con mucha frecuencia? Además le pone a uno en evidencia, causando cierto perjuicio reputacional.
La segunda es que evita el conflicto. La gente se haya divido en bandos, cada uno con su verdad, nadie con la Verdad y todos confundiendo la minúscula con la mayúscula. El intercambio de palabras se ha hecho inútil como herramienta para el consenso. De poco vale, a este respecto, pasarse horas confrontando hechos, buscando documentos o construir argumentos. Al final siempre resultarás comunista, fascista, feminista y machista; ya al mismo tiempo, ya según quién intercambies palabras.
La tercera es que dificulta, no impide, por supuesto, sino que ralentiza, que te adjudiquen en los bueno-malos, o los malo-buenos, o, si tienes mucha suerte, en un paria. Así, al menos, te dejarán en paz con los locos y podrás cultivar una caricatura de cara escéptica, una máscara fea, pero aceptable tanto para el bando de los malo-buenos, como para el de los bueno-malos.
La cuarta te permite escuchar más, o, si no hay nada que se digno de atención, silenciar la cacofonía alejándose de sus emisores o, si eso no es posible, traspasar el velo de la fantasía.
Es 3 de enero del año 57 después de los eventos de la Mesa de Piedra. Son las 4 de la madrugada, hora de Cair Paravel.
~ Miguel de Luis Espinosa