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En "Indiana Jones y el dial del destino" (2023), la última entrega de la icónica saga de películas de aventuras, el popular arqueólogo/profanador de tumbas va en busca del dial titular del largometraje, un mecanismo inventado por el antiguo matemático griego Arquímedes para predecir la aparición de fisuras en el tiempo, lo que permite a su poseedor viajar en el tiempo... y bue...
Si bien este elemento fantástico de la trama puede parecer el producto de un brainstorming fumanchero holliwoodense para sacar agua de las piedras al fósil de Harrison Ford, lo cierto es que, sorprendentemente, se basa en un artefacto de la vida real conocido como mecanismo de Anticitera.
Esta complicación de engranajes de bronce, increíblemente sofisticado data del siglo I a. C., y ha desconcertado a los arqueólogos durante más de un siglo, puesto que precede a los primeros mecanismos conocidos de su tipo en más de un milenio. Solo en los últimos años su verdadera función ha podido ser determinada, dando a la luz que se trata de un complejo ordenador analógico, el más antiguo del que se tiene registro.
En la primavera de 1900, un equipo de buceadores de esponjas de la isla griega de Symi regresaba a casa tras su expedición de pesca en la costa norteafricana cuando se fueron víctimas de una violenta tormenta. Desviados de su rumbo, se vieron obligados a recalar en la pequeña isla de Anticitera, al noroeste de Creta.
A la mañana siguiente, el líder de la expedición, el capitán Dimitrios Kontos, decidió probar suerte en las aguas de la caleta de la isla y envió al buzo Elia Stadiatos en busca de esponjas. Minutos mas tarde, un Stadiatos visiblemente conmocionado resurgió de repente, exclamando frenéticamente que el fondo marino estaba sembrado de cadáveres desnudos. Cuando sus compañeros buceadores descendieron a investigar, descubrieron que los "cuerpos" eran, de hecho, grandes estatuas de bronce y mármol, cargamento de un antiguo naufragio que yacía a 45 metros bajo la superficie. Al llegar a su puerto de origen, la tripulación informó de su descubrimiento al Servicio Arqueológico Griego, que en 1901 lanzó una expedición a Anticitera.
En el transcurso de ocho meses, el equipo recuperó miles de artefactos, incluidas las magníficas estatuas, cerámica, joyas y cristalería. A partir de estos hallazgos, se determinó que el naufragio pertenecía a un barco romano del siglo II a. C., cuyo cargamento de costosos objetos de bellas artes probablemente estaba destinado a un comprador adinerado del Imperio Romano.
Luego, el 17 de mayo de 1902, el arqueólogo Valerios Stais procedía a la limpieza de algunos de los numerosos restos de metal corroídos del naufragio cuando descubrió algo completamente inesperado: una masa compleja y fusionada de engranajes y ruedas dentadas de bronce, similares a un gran reloj mecánico.
Aunque se conoce que los antiguos griegos utilizaban engranajes simples de madera con dientes de clavija para máquinas tales como ruedas hidráulicas o molinos de viento, la precisión de estos engranajes no se parecía a nada descubierto hasta entonces en ese período, y esto desató un furioso debate entre los arqueólogos. Muchos se negaban a creer que los antiguos griegos pudieran haber creado un dispositivo tan sofisticado, y afirmaban que el mecanismo constituía una falsificación o un dispositivo posterior hundido convenientemente en la misma zona del naufragio grecorromano.
Otros argumentaron que se trataba de los restos de un astrolabio particularmente complejo (un dispositivo antiguo común para realizar mediciones y cálculos astronómicos), mientras que otros teorizaban que se trataba de un planetario o un orrery (un planetario mecánico capaz de ilustrar el movimiento de los planetas).
Mientras tanto, en 1905, un filólogo alemán llamado Arthur Rehm se encargó de realizar el primer análisis en profundidad del misterioso dispositivo. Al observar que muchos de los engranajes y los restos de la caja de madera que los contenía estaban cubiertos de escritura griega, Rehm intentó traducir tanto texto como le fuese posible.
Lo que descubrió fue parte de un antiguo almanaque conocido como parapegma, que predecía diversos fenómenos astronómicos como equinoccios, solsticios y la salida y puesta de varias constelaciones. También descubrió los nombres de los cinco planetas conocidos por los antiguos griegos (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) y que ciertos números clave (en particular 19, 76 y 223) se repetían varias veces a lo largo de todo el mecanismo.
Pero quizás la mayor observación de Rehm fue que no todos los engranajes del mecanismo estaban fijados a la base de madera de manera simple; en lugar de ello, algunos giraban sobre o dentro de otros engranajes, formando conjuntos de engranajes epicíclicos. Esto fue un descubrimiento sorprendente, puesto que los engranajes epicíclicos no volverían a aparecer en Occidente hasta 1.500 años después.
Todo esto llevó a Rehm a especular que el mecanismo de Anticitera era en realidad un planetario u otro tipo de calculadora capaz de predecir eventos astronómicos. Sin embargo, al no poder penetrar la gruesa corrosión que recubría el mecanismo y examinar más de cerca sus componentes, fue incapaz de realizar más progresos en su investigación, y el mecanismo de Anticitera pronto cayó en el olvido.
Las cosas cambiaron en 1951 cuando el mecanismo fue redescubierto por el profesor Derek de Solla Price, físico e historiador de la tecnología británico que trabajaba en la Universidad de Yale. Este se obsesionó inmediatamente con el antiguo enigma y dedicó gran parte de los siguientes 20 años a descifrar sus numerosos misterios. En su búsqueda, recibió la ayuda de dos avances clave.
Si bien el mecanismo de Anticitera recuperado en 1901 tenía la forma de un único trozo sólido de formacion coralina y bronce corroído, tras el medio siglo transcurrido desde entonces se había sido dividido en unos 20 fragmentos más pequeños, los que revelaron mayores detalles de su funcionamiento interno. Los avances en la tecnología de rayos X también permitieron observar dentro de las concreciones más grandes sin dañarlas aún más de lo que estaban.
En este sentido, de Solla Price se asoció con el radiólogo griego Charalambos Karakalos para efectuar las primeras tomas radiografías bidimensionales detalladas del mecanismo. Estas no solo revelaron diez engranajes previamente desconocidos, sino también cientos de caracteres griegos más, lo que proporcionó pistas vitales para descifrar las complicaciones del mecanismo. Por ejemplo, en los fragmentos supervivientes de la esfera exterior delantera, de Solla Price descubrió las palabras Pachon, Payni y Epiphi, los meses noveno, décimo y onceavo del calendario lunar utilizado en el Antiguo Egipto. A la vez, elucubró que la esfera delantera interior se dividía en 360 grados, así como en 12 segmentos rotulados con los signos zodiacales.
La esfera también presentaba 20 letras individuales, que de Solla Price dedujo podían corresponder al almanaque parapegma de Arthur Rehm. Partiendo de dichas pistas, de Solla Price determinó que la esfera delantera del mecanismo era capaz de trazar el movimiento sideral del sol y la luna, es decir, su movimiento en relación con las llamadas "estrellas fijas". Sin embargo, las dos agujas que alguna vez se desplazaban por la esfera se habían corroído hacía mucho tiempo. También se perdió para la historia una manivela en el lateral de la caja, que de Solla Price determinó a través del contexto que debía haber impulsado todo el mecanismo.
Otra característica clave de la esfera frontal era su anillo exterior giratorio, que permitía al operador tener en cuenta los efectos de los años bisiestos y el mes intercalar (esto es, los 4 o 5 días que se añaden al final del año sinódico para sincronizarlo con el año trópico).
Tras el exámen con rayos X, de Solla Price y Karakalos intentaron contabilizar los dientes de cada una de las ruedas de los engranajes, lo que era vital para determinar exactamente qué ciclos astronómicos pretendía modelar tales complicaciones. Esto resultó más dificultoso de lo esperado, puesto que muchos de los engranajes solo se conservaban parcialmente. Y como una diferencia de solo un diente podía desbaratar por completo su análisis mecánico, el estudio chocó con muchos callejones sin salida que lo frustraron. Por ejemplo, Karakalos creía que un engranaje en particular contaba con 128 dientes, mientras que de Solla Price sostenía que se trataban de 127. De Solla Price resultó estar en lo cierto, ya que 127 es la mitad de 254, el número de meses tropicales o solares en el ciclo metónico.
Descubierto por primera vez por los antiguos babilonios, pero llamado así en el siglo V a. C., el ciclo metónico, es obra del astrónomo griego Metón de Atenas. Consiste en un período de 19 años solares o 235 meses sinódicos o lunares, tras el cual las fases de la luna se suceden en el mismo momento del año: el mismo número 19 que Arthur Rehm había descubierto que se repetía a lo largo de todo el mecanismo. El mismo ciclo metónico se utiliza aún hoy en ámbitos religiosos para determinar las fechas de ciertas festividades, como la Pascua, Rosh Hashaná y el Ramadán. Este engranaje en particular, de 254 dientes, movilizaba un puntero situado en la cara superior trasera del mecanismo, que indicaba todos los meses lunares en un único ciclo metónico de 235 meses.
Finalmente, basándose en los conocimientos de Arthur Rehm sobre los engranajes epicíclicos, de Solla Price concluyó que estos conjuntos mecánicos se utilizaban para calcular las fases de la luna. En 1974, publicó sus 20 años de hallazgos en un paper vital titulado "Gears From the Greeks" (Los engranajes de los griegos). El artículo de de Solla Price sacudió el mundo de la arqueología, haciendo que muchos reconsideraran sus suposiciones sobre las habilidades matemáticas y de ingeniería de los antiguos griegos. También inspiró a muchos investigadores a abordar el rompecabezas del mecanismo de Anticitera.
Entre ellos se encontraba Michael Wright, conservador del Museo de Ciencias de Londres. Una de las ideas fundamentales de Wright fue que el Museo de Ciencias tenía en su colección un artefacto similar al mecanismo de Anticitera: un dispositivo del siglo VI d.C. conocido como el Calendario Solar Bizantino. Cuando se hace girar este mecanismo, aparece en una ventana el nombre del mes mientras que una representación gráfica de las fases de la luna aparece en otra. Si bien el mecanismo es relativamente simple - solo contiene 8 engranajes en comparación con los 30 del Mecanismo de Anticitera - las similitudes entre ambos diseños sugiere que el Calendario Solar Bizantino forma parte de una larga tradición de ingeniería que se remonta al mecanismo de Anticitera e incluso más allá.
Esto, junto con el descubrimiento de un nuevo mecanismo en la esfera frontal, llevó a Wright a plantear la hipótesis de que el puntero lunar en esta esfera incluía un indicador esférico rodante capaz de mostrar las fases de la luna. Increíblemente, este mecanismo hacía uso de un tren de engranajes diferencial, tecnología de la que se creía inventada en el siglo XVI, cuando no se conocía el anterior mecanismo de Anticitera.
A principios de los años 90, Wright - junto con el historiador australiano de tecnología Allan George Bromley - realizó una tomografía de rayos X lineal del mecanismo de Anticitera y obtuvo imágenes tridimensionales aún más detalladas y fáciles de interpretar. A partir de estas imágenes, ambos pudieron determinar que gran parte del análisis de las complicaciones realizado por De Solla Price era fundamentalmente erróneo, ya que el conteo de dientes de 17 de los 20 engranajes habían sido incorrectos. Basándose en sus recuentos más precisos y en las inscripciones encontradas por Arthur Rehm, Wright planteó la hipótesis de que la esfera frontal también presentaba indicadores (ahora perdidos) que representaban las órbitas de los cinco planetas conocidos, cuyo movimiento se basaba en las teorías de los antiguos astrónomos griegos Apolonio de Perga e Hiparco de Rodas.
Los antiguos griegos sabían que los planetas aceleraban o desaceleraban y - a veces - incluso invertían su dirección mientras orbitaban, un fenómeno conocido como movimiento retrógrado, causado por la Tierra que adelanta a los planetas mientras orbita alrededor del Sol. De hecho, la palabra "planeta", del griego "planetes" o "vagabundo", se deriva de este comportamiento.
Sin embargo, esto se explica en el credo de los antiguos griegos respecto al modelo geocéntrico del sistema solar, en el que el Sol, la Luna y los planetas orbitaban alrededor de la Tierra. Para explicar el movimiento retrógrado, Apolonio e Hiparco teorizaron que los planetas no solo describían órbitas circulares alrededor de la Tierra, sino también viajaban en "epiciclos" más pequeños circunscriptos en base a dichas órbitas.
El sistema epicíclico seguiría siendo el modelo dominante del sistema solar durante más de un milenio y medio hasta que finalmente fue derribado por Copérnico, Galileo y otros en los siglos XVI y XVII. Si bien no es una representación precisa ni literal del sistema solar, este modelo se presenta lo suficientemente preciso desde el punto de vista matemático como para computar cálculos astronómicos prácticos, y es dable de ser modelado mecánicamente por complicaciones con engranajes epicíclicos como las del mecanismo de Anticitera.
Los escaneos 3D de Wright y Bromley condujeron a otra serie de descubrimientos clave, como el hecho de que los dos diales en la parte posterior del mecanismo no eran círculos concéntricos como se había asumido anteriormente, sino espirales. Además, las agujas de estos diales eran telescópicas y presentaban una clavija que se deslizaba en una ranura en el dial espiral, lo que les permitía expandirse y contraerse a medida que se desplazaban alrededor de los diales. Esta disposición inteligente permite comprimir escalas de medición mucho más amplias y precisas en un espacio más compacto.
Wright y Bromley también descubrieron un dial más pequeño dentro del dial lunar, que parecía medir el ciclo calípico de 76 años. Dicho ciclo - que debe su nombre al astrónomo griego Calipo - representa el múltiplo común del año tropical o solar y del mes sinódico o lunar, y mejoró la precisión del ciclo metónico babilónico de 19 años. Se correspondía también con el número 76 que Arthur Rehm encontró repetido en todo el mecanismo. Basándose en todos estos descubrimientos, en 1997 Wright reconstruyó el primer modelo funcional práctico del mecanismo de Anticitera.
Otro investigador que se mostró escéptico ante los hallazgos iniciales de De Solla Price fue el Dr. Tony Freeth, matemático y cineasta documental británico. Al leer el artículo de De Solla Price de 1974, Freeth - citando la Navaja de Occam - consideró que la noción de utilizar engranajes epicíclicos y diferenciales para determinar las fases de la luna se presentaba demasiado compleja como para ser válida. Al fin y al cabo, existían medios mecánicos mucho más simples y eficientes para obtener estos valores, medios que cualquier matemático griego competente habría conocido.
En cualquier caso, en 2000, Freeth y un equipo de investigadores británicos y griegos formaron el Proyecto de Investigación del Mecanismo de Anticitera y lanzaron un nuevo ataque a los secretos del enigmático mecanismo. Este esfuerzo implicó el empleo de un sistema de imágenes digitales en 3D de última generación desarrollado por la Hewlett-Packard y una máquina de tomografía de rayos X de 8 toneladas construida por la firma británica X-Tek Systems. Ambos aparatos de imágenes tuvieron que ser transportados al Museo Arqueológico Nacional de Atenas, puesto que el Mecanismo de Anticitera es demasiado frágil para su transporte.
El equipo logró mucho más que tomografías de alta resolución y radiografías; al trabajar en el Museo, fueron aproximados por un archivista que había dado una caja de conservador etiquetada como "Anticitera" en uno de los depósitos. La caja resultó contener 72 fragmentos adicionales del mecanismo, lo que aumentó el total a 82. Los 7 fragmentos más grandes de estos fragmentos ahora están designados con las letras A-G; las piezas restantes con los números 1-75.
Las tomografías axiales computadas de alta resolución del equipo revelaron más de 2000 nuevos caracteres de texto en el mecanismo, lo que proporcionó nuevas pistas sobre su función. Por ejemplo, una segunda esfera más pequeña dentro de la esfera lunar trasera se divide en cuatro cuadrantes marcados con los nombres Nemea, Naa, Istmia y Olimpia, todas ellas sedes de los juegos atléticos de la Antigua Grecia. Por lo tanto, es probable que esta esfera recurriera el calendario lunar para determinar el día de apertura apropiado para dichos juegos, a celebrarse cada 2 a 4 años.
Pero la función de un componente en particular seguía siendo frustrantemente esquiva: el gran engranaje de 223 dientes detrás del dial trasero inferior. Este se encuentra conectado a un conjunto epicicloidal de 4 engranajes más pequeños, que De Solla Price había teorizado que calcularían las fases de la luna. Sin embargo, no solo no tiene sentido desde un punto de vista de complejidad, sino que Tony Freeth descubrió que los cuatro engranajes del conjunto tienen el mismo número de dientes. Esto habría hecho que la información de salida fuera la misma que la de entrada, convirtiendo en inútil todo el conjunto mecánico.
Sin embargo, tras una observación realizada por Michael Wright, Freeth descubrió que uno de los engranajes epicicloidales contiene un pasador de acople que engarza en una ranura de otro. Su eje de rotación también se encuentra montado en un ligero ángulo, lo que significa que la rotación transferida de un engranaje a otro se ralentizará o acelerará periódicamente. Al considerar esto, Freeth tuvo un momento Eureka, ya que tal mecanismo podría modelaba perfectamente la órbita de la luna según el modelo geocéntrico.
Ahora sabemos que la órbita de la Luna no es perfectamente circular, sino que traza más bien un elipse, lo que hace que su movimiento observado a través del cielo se acelere y desacelere periódicamente, un fenómeno conocido como "ciclo anómalo". Sin embargo, al desconocer las órbitas elípticas, los astrónomos de la Antigua Grecia, como Hiparco, modelaron este comportamiento mediante el uso de epiciclos.
Pero si bien esta antigua teoría explicaba claramente la función de los engranajes epicíclicos descentrados, subyacía un problema adicional: la órbita de la Luna constantemente cambia, describiendo alrededor de la Tierra un recorrido que trazado, cobra similitud al de los pétalos de una flor, como un espirógrafo gigante. El tiempo que tarda la Luna en volver al perigeo (su distancia más lejana de la Tierra) resulta ligeramente mayor que el tiempo que tarda en volver al mismo punto en el cielo: se trata de una diferencia de solo 0,112579655 vueltas por año.
Basándose en esto, Freeth descubrió que si el engranaje de entrada tenía 27 dientes, la rotación del engranaje de salida resultaría ligeramente más veloz de lo necesario; si, por el contrario este hubiese tenido 26 dientes, la rotación hubiese sido ligeramente demasiado lenta. Pero si el engranaje de entrada tenía 26 dientes y medio, la relación de salida hubiese resultado exactamente 0,112579655, con una precisión de 9 decimales.
Si bien es imposible físicamente una rueda dentada con 26 dientes y medio, Freeth comprendió rápidamente de que 26 y medio multiplicado por dos es 53, que es el número exacto de dientes de la rueda restante del conjunto. Al recurrir a relaciones de engranaje precisas y ejes de engranaje ligeramente angulados, el diseñador del mecanismo de Anticitera había logrado modelar la órbita elíptica de la luna con un alto grado de precisión, un logro intelectual y mecánico asombroso en cualquier época, y mucho más en el siglo I a. C.
Pero aún quedaba mucho más por hacer, ya que Freeth pronto se dio cuenta de que el número 223 que Arthur Frehm había encontrado repetido por todo el mecanismo correspondía al ciclo de Saros de 223 meses lunares que rige los eclipses solares y lunares. Además, la esfera inferior trasera del mecanismo se encontraba recubierta de pequeños grupos de letras, casi todas los cuales presentaban las letras Sigma y Eta. Al comprender que estos símbolos representaban a Selene y Helios - antiguos dioses griegos de la Luna y el Sol - Freeth determinó que el dial inferior era, de hecho, un sofisticado predictor de eclipses.
Con este avance final, el Proyecto de Investigación del Mecanismo de Anticitera pudo construir un nuevo modelo funcional del mecanismo en el cual estuviesen en órden todos sus componentes, salvo uno: un pequeño engranaje de 63 dientes llamado R1, cuya función sigue constituyendo un misterio hasta al día de hoy.
Algunos creen que R1 es parte el último componente restante del hipotético mecanismo de seguimiento de planetas de Michael Wright, el resto del cual fue corroído por el paso del tiempo, o que permanece escondido en algún lugar debajo del mar Egeo, esperando ser descubierto.
Otros, sin embargo, dudan de la existencia de un mecanismo de este tipo, argumentando que la reconstrucción hipotética de Wright es demasiado complicada y carece de la ingeniosa elegancia del resto del mecanismo. El tiempo dirá si alguna vez se descubrirá la verdad.
Quién lo hizo realmente
Pero el misterio más tentador de todos aún sigue en vilo: ¿quién construyó realmente esta maravilla mecánica y cuándo lo hizo?
Lamentablemente, no existen suficientes pruebas sólidas, aunque sí hay algunas pistas tentadoras. Si bien la expedición de 1901 que excavó por primera vez el naufragio lo dató en el siglo II a. C., las excavaciones realizadas por el explorador Jacques Cousteau en los años 1950 y 1970 dieron con monedas acuñadas en la ciudad griega de Pérgamo que databan del 86 a. C., lo cual redujo la edad del naufragio en un siglo.
Y aunque todavía no se ha descubierto nada parecido al mecanismo de Anticitera de este período, existen evidencias de que los dispositivos de este tipo eran ampliamente conocidos en el Mediterráneo antiguo. Por ejemplo, solo unos años después del hundimiento del barco de Anticitera, el estadista y escritor romano Cicerón escribió que su colega, el filósofo Poseidonio de Rodas: “...(se) hizo recientemente (de) un globo que en sus revoluciones muestra los movimientos del sol, las estrellas y los planetas, de día y de noche, tal como aparecen en el cielo”.
De hecho, el barco de Anticitera fue construido en estilo rodio, mientras que el almanaque parapegma ha demostrado contar con mayor precisión en latitudes similares a Rodas. Por demás, Rodas también fue el hogar de Hiparco, en cuyas teorías astronómicas se basa gran parte del mecanismo.
Otros sin embargo apuntan su origen a Pérgamo, lugar de las monedas acuñadas encontradas a bordo del naufragio y cuya Biblioteca fue la segunda después de la gran Biblioteca de Alejandría en términos de conocimiento antiguo preservado.
Pero quizás la teoría más tentadora atribuye la creación del mecanismo a un intelecto aún más legendario. Entre los muchos hallazgos del Proyecto de Investigación del Mecanismo de Anticitera se encuentra el de que los nombres de ciertos meses en la esfera del calendario, que no eran universales en todo el mundo helenístico, sino que eran específicos de la ciudad-estado de Corinto y sus colonias. Y una de las principales colonias de Corinto era Siracusa - en lo que ahora es la isla de Sicilia - hogar de nada menos que el genio matemático y mecánico Arquímedes.
De hecho, en su relato del 212 a. C., en el asedio en el que Arquímedes fue asesinado por los romanos, Cicerón afirma que el general a cargo, Marco Marcelo, se llevó un sofisticado instrumento astronómico diseñado por el gran genio en persona.
Aunque sea lo suficientemente convincente como para inspirar a los escritores de Indiana Jones, lamentablemente esta historia de origen es casi con certeza, falsa. Por un lado, Arquímedes murió más de 100 años antes de que se hundiera el barco de Anticitera, mientras que por otro, en 2017 se determinó que - aunque el estilo de calendario utilizado por el mecanismo era de hecho específico de Corinto - no podría haber venido de Siracusa.
Por otra parte, un estudio de 2014 realizado por Christian Carman y James Evans en la Universidad de Puget Sound descubrió que la fecha de inicio del predictor de eclipses del ciclo de Saros correspondía aproximadamente al año 205 a. C. - sólo 7 años después de la muerte de Arquímedes - esto significa que si bien Arquímedes pudo no haber construido físicamente el mecanismo de Anticitera, es muy posible que haya concebido muchos de sus principios operativos, inspirando una tradición de siglos de construcción de computadoras mecánicas.
Sin más pruebas, es posible que nunca lo sepamos con certeza. Pero independientemente de quién lo diseñó exactamente, el mecanismo de Anticitera se erige como un asombroso monumento al genio de los antiguos, un objeto como el que no volvería a aparecer hasta el siglo XIV. También sirve como un recordatorio aleccionador de cuánto conocimiento antiguo se ha perdido trágicamente para la historia.
Como escribió una vez Derek de Solla Price:
"[El mecanismo de Anticitera] nos obliga a repensar por completo nuestras actitudes hacia la tecnología griega antigua. Los hombres que pudieron construir esto podrían haber construido casi cualquier cosa que quisieran. La tecnología estaba allí, y simplemente no ha sobrevivido como los grandes edificios de mármol, las estatuas y las obras literarias de alta cultura copiadas constantemente".