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Salió de la ducha y se miró en el espejo sin demasiada convicción. Giró la cara varias veces para poder ver reflejados ambos perfiles. Se alisó el pelo y luego se lo puso de punta, para volver a dejarlo como estaba: "No te engañes Pedrito, eres lo que eres, no busques donde no hay", le decía Pedro a su alter ego del espejo.
Pedro era un chico de 21 años, de los que se suele decir del montón. No era especialmente atractivo pero tampoco era especialmente feo. Le lastraba en su vida cotidiana su baja autoestima, que le hacía menospreciarse con demasiada frecuencia.
Había quedado con sus amigos para ir a la discoteca de siempre a pasar un buen rato y ligar, aunque realmente Pedro ni se lo pasaba bien ni ligaba, siempre eran sus amigos los que lo hacían, y esa noche no iba a ser diferente.
Siempre se acicalaba y se arreglaba con la esperanza de conocer a alguna chica, pero siempre volvía a casa solo. Las féminas, de alguna manera, detectaban su ansiedad por ligar, le delataba su excesivo acicale, y huían de él, o solo lo acompañaban como amigo; siempre eran sus amigos los triunfadores.
"Bah, hoy paso de arreglarme" pensaba Pedro, abatido: "Mírate, aún no has salido y ya estás de capa caída, ¿cómo se van a fijar en ti las chicas?”. Se echó el primer desodorante que pilló, se puso una camiseta negra, unos tejanos con agujeros y sus deportivas negras. Se miró al espejo por última vez: “perdedor”, le dijo a la persona que tenía delante, apagó la luz y tras unos segundos a oscuras salió del cuarto de baño.
— Mira esa morenaza, mira, mira, joder que buena está.
— Pues la pelirroja que va con ella ni te cuento, esa cae en 2 minutos.
— La morena esa la tengo comiendo de mi mano antes de que a Pedro le den el primer NO de la noche, jajajaja
Sergio y Oscar se rían sin malicia de Pedro, eran así y Pedro ya estaba acostumbrado a aguantar sus burlas. Se acercaron a las chicas mientras Pedro los observaba a cierta distancia. Tras unos instantes hablando, riendo, incluso con algún roce que otro, ya las tenían en el bote. Se acercaron a Pedro.
— Mirad, este es nuestro Casanovas en paro, Pedro. Estas son Mireia y Jessica.
Se presentaron y entraron en la discoteca de siempre. Al poco rato Oscar ya estaba dándose el lote con Jessica, y Sergio con Mireia, mientras Pedro hacía de aguantavelas. Dios, como odiaba esa situación. Se aburría enormemente y ninguna chica se le acercaba. Hizo ademán de entrarle a alguna de ellas pero su inseguridad hizo sentirse como un torpe. Algunas pensaban que estaba borracho y otras incluso llegaron a pensar que tenía algún déficit mental.
Harto de esperar y de ver los logros de sus amigos, casi con el llanto a punto, decidió marcharse de allí. Caminó hasta la parada del autobús nocturno y se sentó a esperar. El autobús pasaba cada media hora y según el panel informativo digital, había pasado uno hacía solo 2 minutos.
“Estás aquí sentado solo y triste, pedazo de imbécil. Mírate, qué patético eres” se decía a si mismo en su mente.
La noche era bastante cálida, una de esas noches de mediados de Junio y a Pedro empezaba a sobrarle la chaqueta. Absorto en sus pensamientos, no se dio cuenta de que a su lado se había sentado una chica. Cuando giró la cabeza hacia el otro lado para ver si venía el autobús se sobresaltó al verla allí.
— Perdona, ¿te he asustado?
— No, es que no te he oído llegar.
— Si, estabas muy pensativo, no he querido molestarte. Me llamo Patricia.
— Yo soy Pedro.
— ¿Te vas a casa ya? Es pronto.
— Si, no se que pinto aquí, siempre me dejo arrastrar por mis amigos.
— Sé lo que es eso, a mi antes me pasaba lo mismo.
Patricia era preciosa. Con una figura de infarto, morena, ojos verdes grandes, unos labios carnosos y una sonrisa sensual de medio lado que dejaba ver unos dientes blanquísimos.
Se hizo un silencio que incomodó a Pedro: “Vamos hombre, dile algo o quedarás como el imbécil que eres, ¿pero qué le digo?”.
— Hace buena noche hoy, ¿verdad?— “¿En serio?, ¿no había nada mejor que decir?”. Pedro se puso rojo.
Patricia debió notar su nerviosismo y le miró con su sensual sonrisa que fascinó a Pedro
— Yo últimamente siempre tengo frío.
Pedro, en un acto instintivo, se sacó su chaqueta y se la puso en los hombros de Patricia.
— Toma, yo hoy tengo calor— Patricia sonrió.
— No se si tengo yo la culpa— y le guiñó un ojo. Pedro quería morirse de la vergüenza, se puso como un tomate y empezó a sudar.
— Era broma, gracias— dijo Patricia — ¿Sabes qué? Me apetece caminar un rato. Conozco un bar musical al que voy a veces. Es muy tranquilo y no está muy lejos. Podemos ir caminando hasta allí y nos tomamos unas copas, si te apetece.
— Va... vale, bi... bien, me apetece.
Se levantaron del asiento y se fueron caminando calle abajo.
Tras media hora de confidencias, risas y también silencios, llegaron al bar St. Patrick, un bar musical de origen irlandés.
— Es aquí. Me gusta este sitio porque es alegre, no es muy ruidoso y es barato— le volvió a guiñar un ojo. Para entonces Pedro ya estaba enamorado de esa chica hasta el tuétano. “Cuando se lo cuente a mis amigos no se lo van a creer”, pensaba Pedro.
Estuvieron bebiendo y bailando música Celta durante un par de horas. En varias ocasiones Pedro había sacado su móvil para hacerse algún “selfie” con esa fantástica chica que acababa de conocer y que ya le había robado el corazón. No quería que esa noche acabara nunca.
Pedro pagó las dos rondas que tomaron y salieron porque ya cerraban el local. Eran las 3:30 de la madrugada. Pedro se puso nervioso. A sus 21 años nunca se había visto en una situación así y no sabía como actuar, no tenía práctica. Se hizo un largo e incómodo silencio que rompió Patricia.
— Vivo con mis padres no muy lejos de aquí y ya es tarde, así que me voy a ir ya para casa.
Pedro dejó de caminar de golpe. Patricia, que había seguido caminando unos metros, se paró también, se giró y mirando a Pedro le dijo:
— ¿Quieres acompañarme?— a Pedro se le iluminaron los ojos y le cambió el semblante.
— Por supuesto, no voy a dejar que una señorita como tu vague sola por estas calles.
Patricia sonrió y Pedro se deshizo: “Por Dios, que sonrisa tan bonita”. No quería que ese momento acabara nunca.
Al girar la esquina Patricia se paró y se quedó unos instantes pensativa mirando al suelo.
— ¿Estás bien?
— Si, acabo de tener un dejá vu de esos, ¿nunca te ha pasado?
— Si, muchas veces.
Patricia siguió mirando al suelo unos segundos más, en silencio y luego reinició la marcha. Estuvieron caminando cerca de 25 minutos, riendo y charlando. Pedro cada vez se sentía más relajado con ella y se mostraba dicharachero. Esa chica sabía sacar lo mejor de él.
Pero llegó el duro momento de la despedida. No quería dejarla, pero habían llegado a destino. Estuvieron casi 10 minutos más en la puerta hablando e intentando alargar todo lo posible esa situación, pero al final se despidieron.
— Lo he pasado muy bien contigo, me has caído bien— dijo Patricia.
— Si, yo también lo he pasado muy bien, ¿sabes? es como si te conociera de siempre.
— Si, a mi también me pasa— se quitó la chaqueta de Pedro y se la devolvió.
Se despidieron con dos castos besos en la mejilla: “Vamos tigre, lánzate, ahora o nunca”, pero no paso nada más. Patricia abrió la puerta y antes de entrar se giró y, sonriendo como solo ella sabía hacer, le guiñó un ojo a Pedro, entró y cerró la puerta.
“Te juro que si te vuelvo a ver, como me vuelvas a guiñar un ojo no respondo de mis actos” pensaba Pedro, quieto como un muñeco de cera derritiéndose mirando a la puerta cerrada, mirándola sin verla, pero viendo más allá.
Pedro se despertó a las 13:15 con algo de resaca pero de muy buen humor, algo novedoso en su vida.
Cogió la chaqueta que horas antes había llevado Patricia y la olió. No detectó ningún olor especial, pero aun así se emocionó.
Llamó a sus amigos para contarles lo sucedido y, evidentemente, no le creyeron, acompañando su incredulidad de las típicas burlas y chanzas de todo tipo. En otra situación le habría molestado mucho, pero estaba feliz y no iba a dejar que esos dos le estropearan el día.
No se habían intercambiado los números de teléfono, un gran error, y ahora le gustaría llamarla para volver a oír su voz.
Después de comer se quedó dormido en el sofá y soñó con Patricia. Soñó que estaban acostados en la cama y ella le susurraba palabras dulces al oído y que luego lo miraba, le sonreía y le guiñaba un ojo. Se despertó con una sonrisa de oreja a oreja.
No podía seguir así, tenía que volver a verla. Por la tarde se decidió; se puso la chaqueta y puso rumbo a su casa. Al meterse las manos en los bolsillos de la chaqueta, como era habitual en él, notó algo en el bolsillo derecho, lo sacó y vio que era un pequeño monedero. Se lo debió dejar cuando quiso pagar en el St. Patrick y él no la dejó. “Mira, ya tengo excusa para ir a verla”. Necesitaba oír su voz, deleitarse con su sonrisa y sentir de nuevo escalofríos cuando le guiñaba un ojo.
No recordaba bien el camino a su casa y se perdió un par de veces, pero al final consiguió llegar. Estaba muy nervioso, le sudaban las manos y frente a la puerta se preguntó: “¿Qué leches haces aquí. Lo que pasó, pasó y ya está”, pero enseguida se quitó los pensamientos negativos de la cabeza y llenándose de valor consiguió picar al timbre. Al cabo de un rato abrió una mujer mayor que supuso que sería la madre.
— Hola, soy Pedro, ¿está Patricia? Ayer estuve con ella tomando algo y se dejó el monedero, he venido a traérselo.
— ¿Patricia?, ¿pero qué clase de broma es esta? — la mujer se puso histérica y a medida que hablaba su cara se iba desencajando— ¡Lárgate de aquí, desgraciado, y no vuelvas a venir a burlarte de esta manera o te arrancaré la lengua, malnacido!
Pedro no entendía la reacción de la mujer. “Que genio tiene mi suegra”. Pensó que esa mujer era de las típicas madres sobreprotectoras con sus hijas.
Los gritos de la madre alertaron a una chica, que era clavada a Patricia y que debía ser su hermana.
— ¡Vete de aquí ahora mismo, cabronazo, o te juro que te parto en dos!— la madre seguía fuera de si.
— Mamá, cálmate— dijo Sonia, la hermana de Patricia. Mientras la forzaba a entrar en casa.
— ¿Quien eres?, ¿que le has dicho a mi madre para ponerla así?
— Nada, solo he venido a devolverle el monedero a Patricia, se lo dejó ayer en mi...
— ¿Patricia?— la cara de Sonia empalideció — No se que broma es esta pero no tiene ninguna gracia.
— No es ninguna broma, ¿por qué os empeñáis en que estoy de broma?, no entiendo nada, solo he venido a...
— Patricia murió hace dos meses, la atropelló un conductor borracho cerca de un bar— ahora el que palideció fue Pedro.
— Venga ya, no puede ser. Estuve con ella anoche, mira, este es su monedero— Sonia sintió un escalofrío al verlo— la acompañé hasta aquí, y nos hicimos fotos, mira— sacó el móvil del bolsillo del pantalón y empezó a buscar las fotos que se hicieron— No lo entiendo, ¿pero qué...?— en todas las fotos aparecían artefactos borrosos donde se supone que tenía que estar ella.
De repente, tras un sofoco de calor seguido de escalofríos, todo empezó a pasar ante sus ojos como si de una película muda antigua se tratase: La llegada silenciosa de Patricia a la parada de autobús, sus frases “a mi antes también me pasaba” y “últimamente siempre tengo frío”, su tono pálido de piel, el hecho de que la gente se girara a mirarlo cuando hablaban (había pensado que la miraban a ella), que la chaqueta no oliera a su aroma, incluso recuerda lo fría que estaba cuando se la devolvió. Recuerda unos crespones negros y una foto colgada al fondo en el St. Patrick, a la cual no prestó mucha atención, y recordó el dejà vu en la esquina llena de flores, el sitio del atropello mortal.
Empezaron a derramarse lágrimas por las mejillas de Pedro. No podía ser que aquella chica impresionante y dulce estuviera muerta, no entendía lo que había ocurrido la noche anterior, por qué el destino jugaba así con él.
Sonia debió captar sus pensamientos y algo debió interpretar en la cara de Pedro. Entró un momento y salió enseguida cerrando la puerta tras de si. Se había puesto una chaqueta.
— Yo tampoco entiendo lo que pasa, pero algo está pasando. Anoche oí cerrarse la puerta de madrugada. Creo que deberíamos hablar— Echó a andar y al ver que Pedro no la seguía, se giró.
— ¿Vienes?
Y entonces lo vio. Aquello por lo que Pedro se deshacía la noche anterior y que tanto anhelaba desde entonces. Sonia le estaba mirando con una sonrisa sensual de medio lado que dejaba ver unos dientes blanquísimos.