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A aquel animalillo que compró para su hija le cogió más cariño del que pensaba.
Había sido reacio a tener animales en casa, y más de ese tipo, "los conejos han de estar libres, correteando por el bosque, y no en un piso de 70 m2 muriendose de asco". Y era verdad, le gustaban mucho los animales, tanto que no quería ninguno en casa, los quería a todos fuera, libres, disfrutando de su vida en sus entornos naturales.
Al final, debido a la presión de su hija y de su mujer, accedió a regañadientes a comprar un conejito de esos que no crecen mucho, de raza holandés, "no pienso cuidar de este bicho, ya os apañaréis vosotras". Y al principio fue así, pero poco a poco aquel animalillo lo cautivó, y empezó a saberle mal ver su jaula sucia, su plato vacío, su cuenco del agua seco, y a ese animalillo asustadizo mirándolo con curiosidad en la distancia. "Míralo, parece que vaya a hablar en cualquier momento" pensaba divertido.
Conforme el animal cogía confianza con sus dueños, se volvía más sociable, se dejaba acariciar, hacía cabriolas que deleitaban a la más pequeña y dibujaban alguna sonrisa en los más adultos.
La pequeña de la casa era muy bruta, y el bichejo se asustaba cuando estaba ella en casa; su instinto de presa hacía que saliera huyendo a buscar refugio seguro. Golpes, correteos, caricias demasiado efusivas... todo era muy estresante para el conejo. "No te asustes chiquitín, que nada en este casa te va a hacer daño" se había sorprendido varias veces diciéndole al conejo. Lo negaba pero le había cogido cariño.
Llegó el día en el que la peque se fue de colonias 4 días. El animalillo campaba a sus anchas, se tumbaba a lo bunny flop, olisqueaba todo sin cuidado... era el rey de la casa.
Una tarde llegó de trabajar y el pobre animal no tenía comida. Cuando abrió la puerta, aquel animalillo salió corriendo como un loco a recibirlo. "Tranquilo, ahora te pongo tu comida" le decía mientras lo acariciaba, aun con la mochila a la espalda. Sí, había llegado a ese punto de hablar con él.
Sentado ya en el sofá descansando, el conejo estaba sentado al lado del plato, relamiendose después de una buena pitanza. El bichejo lo miraba, y él lo miraba a su vez, "anda, como te has puesto, ¿eh?" le dijo mientras esbozaba una sonrisa. Aquel bicho parecía entenderlo.
Al cabo de un rato se levantó, y el conejillo dio un respingo. Daba igual la confianza, los genes de presa y la supervivencia mandaban. "Tranquilo chiquitín, que la peque no está en casa, no te asustes".
El conejo se sentó, lo miró y le dijo "eres un buen dueño"