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Aquella niña demostró ser diferente desde que era un bebé. No se interesaba por lo que el resto de niños de su edad. Era curiosa, extravagante y nunca se cohibía ante nada. Los padres estaban orgullosos de ella. Veían a otros niños de su edad, incluso más mayores, comportarse según el clásico patrón de comportamiento socialmente aceptado, se comportan igual que todos los demás ante ciertas situaciones.
Pero también les preocupaba, porque el hecho de ser diferente estaba contribuyendo a que a su corta edad fuera el centro del rechazo, las burlas y la crueldad hacia ella.
Solo tenía dos amigas, aunque no sería propio llamarlas así, porque aunque era cierto que solían jugar juntas, también eran las primeras en burlarse de ella y hacer escarnio público cuando convenía. Ella tragaba resignada, no tenia ninguna amiga más, y a veces eran buenas con ella, así que lo permitía.
En su octavo cumpleaños repartió con mucha ilusión tarjetas de invitación hechas por ella misma a sus compañeros de clase, a sus vecinos y a sus dos amigas. Ellas fueron las que idearon el malvado plan. Les dijeron a todos que les confirmara la asistencia a su fiesta pero que luego no se presentasen. Ellas llevarían regalos el día antes a su casa en nombre de todos.
Cuando llegó el día, todo estaba preparado. Habían mixtos de jamón y queso calientes y fríos, mini bocadillos de atún y nutella, chuches, globos de helio y un payaso para amenizar la fiesta. Solo se presentaron sus dos "amigas".
El fracaso fue estrepitoso, así que sus padres la animaron a abrir los regalos, justificando la ausencia del resto de niños con burdas excusas.
Cuando empezó a abrir los regalos la decepción fue fulminante. Habían piedras en unos, caca de perro en otros, basura... Las dos niñas responsables de tal broma pesada reían sin parar. Mientras la madre intentaba consolar a la pobre niña, el padre echaba a patadas de casa a las malvadas amigas, y al pobre payaso, que no había hecho nada.
La niña se traumatizó, solo salía de casa para ir al colegio y muchas veces ni eso; se aisló en su mundo.
El tiempo pasó y la niña fue asumiendo su situación. Se acercaba de nuevo su cumpleaños, pero ella no quiso hacer ninguna celebración.
Los padres estaban preocupados por ella, no querían que reviviera el fracaso del año anterior, así que a su padre se le ocurrió algo.
Fue casa por casa de los compañeros de clase y vecinos para invitarlos a la fiesta de cumpleaños, pero esta vez sería diferente.
Cuando llegó del colegio, encontró el salón decorado y una enorme tarta presidía la mesa, una fiesta sorpresa estupenda. Sentados en las sillas estaban sus compañeros de clase y algunos vecinos. No se lo podía creer, se le iluminaron los ojos y una sonrisa apareció en su cara.
Fue a saludar a los niños, pero no le contestaban, no se movían. Miró a su padre, y éste le hizo un gesto de aprobación. La niña fue pasando por todas las sillas. Las caras de los niños eran horribles. Algunos con las lenguas fuera de la boca, otros con los ojos en blanco, todos inertes, cogidos a las sillas con cinta americana, muertos.
Presidiendo la mesa estaba su madre, con una gran mancha roja en el pecho. Tampoco se movía. Sentado en el sofá, el mismo tipo vestido de payaso del año anterior, con la cabeza en un ángulo imposible.
Su padre se puso a su lado y le pasó una mano por su hombro mientras ambos admiraban su obra.
"Disfruta de tu fiesta cariño", le dijo. Ella sonrió y empezó a abrir los regalos.