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Esa mañana le tocó turno en nursería. Solo había un bebé, Bruno, nacido en la tarde del día anterior. Le cambió el pañal, hizo el test de reflejos y le pinchó en el talón para mirar el azúcar en sangre.
Era un bebé muy bueno, casi no lloraba. "Que bien, que tranquilo es, puedo hacerle todas las pruebas con mucha comodidad" pensaba Marta. Se fijó en una marca que tenía en el cuello; tenía forma de caballo. Una vez finalizado lo devolvió a la habitación donde su mamá estaba ingresada. El resto de la jornada fue muy tranquila, y pese a ello el día se le pasó volando.
Bruno estaba en la nursería para el segundo control de las 18 horas antes de finalizar su turno. Estaba anotando los valores del test cuando justo a su lado se le apareció una vieja enlutada muy mayor. Su cara, desdentada y surcada de arrugas, parecía el mapa del tesoro del capitán Flint.
— Oiga, no puede estar aquí.
— Oh, que bonito, ¿se porta bien?
— Si, pero tiene que salir.
— Este niño lleva el mal dentro, es el diablo.
— Oiga, ¿pero que dice?, salga ahora mismo de aquí, es una zona privada.
La vieja adivina le puso la mano en su cabeza y Marta empezó a ver secuencias del futuro donde un adolescente mataba a dos chicas. El adolescente tenía una marca de un caballo en el cuello. Sus ojos, inyectados en sangre, desprendían odio y locura. Las chicas a las que Bruno mataba eran sus hijas.
Marta entró en pánico. La vieja quitó la mano de su cabeza y todo volvió a la normalidad. Marta estaba estresada, con taquicardias de hiperventilaba.
— Mañana detendrán a un político muy conocido. Mata a ese pequeño bastardo.
— ¡Pero si es un bebé. ¿Qué me ha hecho?, márchese de aquí!— ya no había nadie.
¿Lo habría soñado?.
Las compañeras que entraban la vieron rara, pero no dijeron nada. Les dio el turno y se fue a casa.
Esa noche no pudo dormir bien. Lloró, tuvo pesadillas en las que se repetía una y otra vez la imagen de Bruno masacrando a sus hijas. Por la mañana, con unas ojeras que le conferían un aspecto tétrico, se levantó y cogió el móvil como siempre hacía para leer las noticias. Muerte, guerras, violaciones, ¿cuantas vidas podrían salvarse si la gente mala no llegara a nacer?. Su mente era un hervidero. En la parte inferior, una marquesina animada, roja con letras blancas, anunciaba una 'última hora', en la que se podía leer la detención del vicepresidente del Gobierno acusado de corrupción. Marta se quedó helada.
Fue al trabajo y tuvo que enfrentarse de nuevo a ese lindo bebé, ese monstruo. Marta ya no lo miraba igual, ya no había ternura. Decidida, cogió una jeringa, la cargó con una mezcla de barbitúricos que había cogido de la planta de terminales e inoculó la solución a Bruno. A los pocos segundos el bebé empezó a convulsionar, a echar espumarajos por la boca y los ojos se le pusieron en blanco.
Cuando entró Bea, su compañera, se encontró a Marta de pie, apretando fuertemente la jeringa, llorando, en estado catatónico. Al lado en la cuna, el pequeño Bruno, cianótico, hinchado y sin vida.
— ¡Pero Marta!, ¿que has hecho?.
Marta sonrió, "tranquilas hijas mías, nadie os hará daño ya".
Helena salió de casa de su madre tarde. La había invitado a comer y la sobremesa se había alargado más de lo que le hubiera gustado. No vivía muy lejos de casa de su madre, podía ir caminando, pero ya era tarde y le daba pereza ir con el carrito de su hija de dos meses por la calle con el frío que hacía, así que cogió el autobús.
A esas horas de un domingo y casi al final de la línea, el autobús iba vacío. Estaba sentada al lado de la ventanilla junto a la puerta de salida, en el sitio reservado para carritos y sillas de ruedas; siempre se sentaba allí.
De repente se dio cuenta. La vieja enlutada apareció de la nada, sentada a su lado y empezó a hablar con ella.
— Qué ricura, ¿cómo se llama?
— Jaric.
— Que nombre más raro. ¿Se porta bien?.
— Es nórdico. Si, es muy bueno, nos deja dormir mucho.
— Este niño lleva el mal dentro, es el diablo, debes deshacerte de él.
— ¿Cómo dice?— se levantó y se cambió de asiento. La vieja hizo lo mismo.
La vieja le puso la mano en su cabeza y Helena empezó a ver secuencias del futuro donde un hombre daba un multitudinario mitin. Llevaba una camisa parda con galones en los hombros. Tras un golpe de Estado de tres años de violencia y más de cuatro millones de fusilados y desaparecidos, incluidos sus propios familiares, ponía punto y final al alzamiento y empezaba una salvaje dictadura. Carteles por doquier con la cara del dictador y su nombre, Jaric, en lineas rojas grandes, inundaban las calles de la ciudad.
La vieja apartó la mano y Helena salió del ensimismamiento en el que la había sumergido aquella extraña mujer.
— ¿Qué me ha hecho, qué era eso?.
— Mañana, un accidente de tráfico se saldará con la muerte de dos mujeres y una niña. Deshazte del pequeño bastardo.
Helena se levantó, cogiendo a Jaric del carrito y se dirigió al conductor. Miró hacia donde estaba sentada la vieja, pero ya no estaba, solo estaba ella en el autobús. Aferró fuerte al pequeño Jaric, que dormía absorto. Llegó su parada y bajaron. Helena no paraba de mirar dentro del autobús pero allí no había nadie, ¿lo habría soñado?.
Durante varios días tuvo pesadillas. Revivía una y otra vez las imágenes que aquella vieja le había hecho ver. Su marido se levantó para ir a la oficina. Ella se levantaba con él y reparaba un biberón para el bebé. Cuando se iba ella desayunaba después de haberle dado el biberón a Jaric y haberlo puesto a dormir de nuevo. Mientras desayunaba se ponía las noticias. Una de ellas la estremeció.
"Un trágico accidente mortal se ha saldado con la muerte de dos mujeres y la hija de una de ellas. Se desconocen las causas....".
Su mente volvió a ver a la vieja en el autobús, "Deshazte del pequeño bastardo". Miró a su pequeñín, ¿como podía deshacerse de ese ser inocente?. O quizá no lo era tanto, quizá ya llevaba el mal dentro. Le dio un beso, pegó su carita a la de ella y apretó. Tras unos instantes, su vida dejó de existir.