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No quería aquel bebé, resultado de un embarazo no deseado con un desconocido con el que pasó una noche loca el día de su cumpleaños.
Buscó información por internet, pero ningún remedio casero para interrumpir el embarazo funcionó. En un foro encontró la dirección de una curandera de la que aseguraban que sus remedios funcionaban, así que se acercó a su consulta, un cuchitril pagano montado en su propio piso.
Cuando la vieja curandera la atendió miró su incipiente barriga, de seis meses de evolución, y le cogió la mano para soltarla de inmediato bruscamente, asustada.
— Llevas al diablo dentro, niña. Debes deshacerte de él antes de que nazca.
— A eso he venido.
Le practicó un hechizo de protección para la madre y efectuó magia negra al feto. Luego se ausentó un rato a una rebotica detrás de unas cortinas rojas. Apareció con un saquito de tela en cuyo interior había una suerte de hierbas, trozos de huesos e insectos.
— Cuece esto sin sacarlo del saco en litro y medio de agua y bébelo durante tres días. Abortarás al cuarto.
Así lo hizo. Los dolores era muy fuertes, pero llegó el cuarto día, el quinto, el sexto, y no se deshacía de aquel bebé que crecía dentro.
El tiempo pasaba y no había manera, había probado incluso, desesperada, tirarse por las escaleras, y aun así no hubo manera, así que se resignó y decidió tenerlo.
Una tarde, mientras fregaba los platos, sintió una fuerte punzada de dolor y empezó a sangrar. Solo le dio tiempo de avisar a su madre.
La ingresaron en el hospital en estado grave, "al fin he acabado contigo, pequeño bastardo" pensaba entre dolores y pérdidas de consciencia. La pasaron a quirófano urgente para inducirle el parto. Sangraba en exceso y entró en shock. El parto fue muy complicado, pero consiguieron salvar al pequeño. La madre, en cambio, cada vez estaba peor, hasta que al final murió. La madre de ella tuvo que hacerse cargo del bebé. Lo cogió en brazos.
— Pobrecito, no te preocupes, tu mamá ya no está, pero yo me encargaré de ti, pequeñín.
El recién nacido miró a la abuela de reojo y luego a la puerta de la habitación, sonrió, una sonrisa sardónica y burlona.
La curandera, que había seguido el embarazo de ella en secreto lo miraba desde el pasillo, tras la puerta entornada de la habitación con un pequeño cuchillo escondido en la muñeca, "tranquilo mi niño, seré yo quien cuidará de ti".