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2009-02-06
Era una mesa en una taberna en un puerto, cerca del lugar que luego se llamarĂa Constantinopla.
El viento y la lluvia habĂan golpeado el bĂłsforo todo el dĂa, barcos de todas partes se habĂan refugiado en el puerto, y marinos de todos los paĂses se habĂan refugiado en la taberna.
A veces, en ciertos lugares, cuando el atardecer cae, en el lĂmite entre el dĂa y la noche, en la frontera entre dos mares, es tiempo propicio para que mundos distintos se encuentren.
Quizás fue por eso por lo que, en aquella mesa en una taberna en un puerto, cerca del lugar que luego se llamarĂa Constantinopla, se encontraron los tres hombres.
Los tres eran marinos que habĂan explorado tierras desconocidas, habĂan conocido gentes extrañas, y se habĂan enfrentado a maravillas indescriptibles. Los tres, tambiĂ©n, se hallaban lejos de sus hogares, sus amigos, sus familias.
Hablaron largamente esa noche; y bebieron, y rieron y brindaron, y lloraron.
Y a la mañana siguiente se abrazaron, se besaron, se despidieron, y partieron; sabiendo que jamás volverĂan a verse.
Y, mientras sus respectivas naves cortaban las olas en busca de tierras desconocidas, gentes extrañas y maravillas indescriptibles, cada uno de ellos meditaba sobre el encuentro de esa noche.
El primero de ellos, mientras sus compañeros recogĂan los remos y extendĂan las velas, musitaba para sĂ mismo: "_En cierto modo, creo que todos los hombres somos, en realidad, el mismo hombre; y que todos los viajes son tambiĂ©n el mismo viaje_".
Otro le dijo a su timonel y confidente: "_Esta noche, hablando con esos dos desconocidos, he aprendido más de mà mismo que durante todos mis viajes_".
El tercero hablĂł al mar y al viento, en piĂ© a la proa de su barco: "_El hombre que ha mirado a los ojos de otro y se ha visto a sĂ mismo, ha llegado más allá de lo podrĂa navegar hasta borde del mundo_".
Sus historias no lo cuentan, pero ese fue el dĂa en que JasĂłn, Simbad y Ulises decidieron que era hora de regresar a casa.