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2005-05-05
Si nos atenemos a lo que se dice desde la Exposición Universal de Aichi[1], el futuro va a ser estupendo. Tecnología y naturaleza se dan la mano bajo el lema "La sabiduría de la naturaleza" para ofrecernos una visión maravillosa del mañana.
Es un viejo tema este: Tecnología es progreso. Y el progreso, por definición, es "hacia delante". De modo que avanzar tecnologicamente significa, según esta lógica, hacer un mundo mejor.
Permíteme que te cuente una historia quizás un poco vieja, pero creo que ilustrativa:
El Londres de 1851 resplandecía ante el mundo como una joya. Y engastado en ella, como un diamante de 300.000 facetas, estaba el Cristal Palace.
Se estaba celebrando la que sería la primera Exposición Universal, y una nueva era parecía abrirse ante los ojos fascinados de la humanidad. La ciencia, la tecnología, la industria y el arte exponían sus maravillas, y mostraban cómo sería el mundo del futuro.
Un futuro resplandeciente, movido por la fuerza irresistible del vapor, donde el hombre ya no sería esclavo del trabajo. Las máquinas servirían a la humanidad, que podría dedicar sus esfuerzos a la ciencia, la cultura y el arte. Un futuro ilustrado, de paz y belleza universal.
La tecnología nos haría libres.
Pero el camino de la revolución industrial fué otro. Las máquinas, en vez de liberar del trabajo, llevaron a los hombres al paro y la misera. En vez de hacer nacer una generación de artistas y sabios, crearon un lumpen de misera embrutecida. Algunos decía que sería una reacción temporal y que, cuando pasase, todo sería mucho mejor. Aún tenían esperanzas. Tenían fé en la máquina.
Pero todos los sueños acabaron estrepitosamente.
La primera guerra mundial (Entonces "la Gran Gerra") mostró el lado más perverso y siniestro de este sueño convertido en pesadilla. Todos los avances de la ciencia fueron puestos al servicio de la guerra. Una guerra de trincheras, barro y crueladad. Obuses, aeroplanos, gases, máquinas. Todos ellos se volcaron hacia el fín supremo de la muerte y la destrucción. Una generación fué aniquilada, física y moralmente.
Cuando terminó, se le llamó "la guerra que acabaría con todas las guerras". Su horroroso e imborrable recuerdo serviría para que nunca más permitiéramos que se repitiese algo así.
Pero, supongo, la memoria humana es frágil. La segunda guerra mundial fué aún peor. Inimaginablemente peor.
Los mayores logros de la tecnología fueron aplicados de nuevo a ella, añadiéndole la brutal eficiencia de la nueva era.
La producción en cadena, que abarata costes aumentando el rendimiento, también demostró su utilidad: Si los "bombardeos en alfombra[2]" arrasaban una ciudad en una noche, los campos de exterminio[3] fueron la muestra más horrorosa del asesinato masivo, planeado, sistemático y eficiente.
La bomba atómica puso un espectacular punto y final a la guerra. Y también puso en el punto de mira a los científicos: Ellos la habían diseñado. Ellos lo habían permitido.
Muchos responsabilizaron a la ciencia de todo ese horror. Y no creo que nadie pueda culparles por ello. La ciencia que nos había prometido felicidad, libertad y paz había servido para la muerte, la esclavitud y la guerra.
No. Si algo nos hace libres, no será la tecnología.
La tecnología puede realmente ayudarnos a romper nuestras cadenas, pero también puede forjar unas más pesadas.
Si algo nos hace libres, seremos nosotros mismos.
No lo olvidemos.
[1] Exposición Universal de Aichi