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RELATOS PARA NO DORMIR

SOMOS DE FUERA

-1-

Llegaron por la mañana temprano y hasta el mediodía no les entregaban las llaves del apartamento. No conocían el pueblo costero al que habían ido a pasar unos días, solo vagas referencias que les dio una clienta donde Marisa trabajaba. Entre otras cosas le dijo que no podían irse sin probar el xarró, una especie de paté típico de allí, con denominación de origen y conocido en toda Europa, cuya receta era un secreto.

Tras visitar el puerto, el puente romano que pasa por uno de los ríos más caudaloso del país y la ermita de la Santa Cruz en la montaña, desde donde se ve toda la costa, fueron al cementerio.

Era uno de sus costumbres, acudir al cementerio allí donde iban. Siempre decían que en los cementerios habían verdaderas obras de arte tanto en las lápidas como en los panteones, y en algunos cementerios podían leerse inscripciones muy originales. Era ya una costumbre que no podían traicionar.

El cementerio les sorprendió, ya que aunque el pueblo era muy pequeño, el cementerio, fundado en 1937, era bastante grande.

Estuvieron paseando una media hora, recorriendo las callejas que formaban manzanas, cual mini ciudad, y maravillándose de algunos de los nichos con columnas corintias, lápidas con bellas inscripciones y los inmensos panteones, sin duda, de la gente más pudiente del pueblo.

En la parte norte podía distinguirse una ampliación de nueva edificación, que aunque se veía antigua, era mucho más nueva que el resto del cementerio. Iban mirando las inscripciones y las fotos de los finados y vieron que los apellidos eran diferentes: ya no eran Bosch, Arrufat o Vilardell, sino que eran Matamoros, Navarro o Sancho. Seguramente esos apellidos provenían de la inmigración de la posguerra, y cuando fueron muriendo ampliaron el camposanto.

-2-

Se acercaba la hora de recoger las llaves, así que decidieron bajar al apartamento e instalarse y descansar un poco del viaje. Les atendió el recepcionista muy amablemente y tras rellenar las hojas de reserva les dio las llaves.

Después de comer y ya descansados fueron a dar una vuelta por el pueblo y a comprar cosas para comer los próximos días.

Entraron en un colmado y cuando pasaron por caja la dependienta fue muy amable.

— No sois de por aquí, ¿verdad?

— No, somos de Valpuerta, hemos venido a pasar unos días.

— Huy que lejos estáis, bueno, espero que disfrutéis del pueblo, es muy tranquilo.

— Si, la verdad es que se respira mucha tranquilidad.

— Bueno, si necesitáis algo podéis preguntarme.

— Es usted muy amable.

Salieron y mientras guardaban la compra en el coche la dependienta salió a despedirlos.

Luego fueron a una panadería, pescadería y después a una carnicería y en ambos establecimientos fueron igualmente atentos. La carnicera les ofreció a probar un trocito de xarró.

— Es típico de aquí, se hace con ingredientes secretos. En la guerra, el enemigo que venía de fuera torturó y masacró a la gente del pueblo y el hambre se cebó especialmente con el lugar, así que tuvieron que comerse a las mascotas y animales de labranza. Con las sobras empezaron a hacer una especie de paté al que llamaron xarró. Con el paso del tiempo y ya en épocas mejores se siguió haciendo xarró, pero evidentemente, ya no usaban a sus mascotas.

Después de comer un poco de xarró pagaron y al salir varios niños estaban mirando por las ventanillas del coche.

Se dieron cuenta de que eran la atención del pueblo, "vaya, no deben venir por aquí demasiados turistas", pensó Roberto. Cuando llegaron al apartamento volvieron a notar las miradas, a las que ya se estaban acostumbrando.

-3-

Por la noche salieron a tomar algo y se sentaron en la terraza del único bar del pueblo. Allí coincidieron con las dependientas de la carnicería, el colmado y la panadería, y con un empleado del apartamento que ya había finalizado su jornada, "en estos pueblos tan pequeños se conocen todos" pensó Roberto. A Joaquín le molestó un poco la actitud de los lugareños; no paraban de cuchichear para después callarse y quedarseles mirando, para volver a cuchichear de nuevo, "en estos pueblos los chismes están a la orden del día" pensó.

Después de un buen rato pagaron y se marcharon. Todos se los quedaron mirando con una sonrisa mientras se alejaban.

-4-

A la mañana siguiente Bea se levantó temprano para ir a correr, como hacía desde hacía casi diez años. Desde que empezó a correr no faltaba nunca a su cita, lo necesitaba, empezaba el día de mejor humor.

Al cabo de un par de horas se levantaron el resto de amigos y se prepararon el desayuno, incluido el de Bea, pero no llegaba así que empezaron a preocuparse. Llamaron al recepcionista por si la había visto.

— Si, la vi temprano, estará entretenida observando el paisaje, yo no me preocuparía.

Una hora después acudieron a la policía local. Les tomaron declaración y antes de salir, el desconfiado de Joaquín vio al pescadero salir de un cuarto y estrecharse la mano con un mando policial mientras ambos se les quedaban mirando. No sabía que ocurría pero no le gustaba un pelo.

Decidieron separarse para salir a buscarla, Joaquín y Susana que bajaron a la costa por un lado y Roberto y Helena que subieron al monte por otro. Quedaron a las dos en el apartamento; Roberto y Helena nunca llegaron.

-5-

Cuando Joaquín y Susana llegaron y no vieron a sus compañeros los llamaron al móvil, que aparecía apagado o fuera de cobertura y empezaron a preocuparse. Bajaron a recepción a hablar con el encargado, obteniendo la misma respuesta de siempre:

— Estarán entretenidos observando el paisaje, yo no me preocuparía.

— ¿Qué no me preocupe?, mira, desde que hemos llegado han desaparecido tres amigos nuestros, así que no me vengas con esas.

— Bueno, ya veréis como aparecen.

— Mas os vale— sentenció Joaquín.

Volvieron a la policía para explicar lo ocurrido, y la sensación que tuvieron no fue muy agradable. Los policías quitaban hierro al asunto, dándoles palmaditas en la espalda mientras los "invitaban" a salir.

Se fueron al apartamento no sin antes tener que verle la cara burlona al recepcionista. Cenaron muy poco, casi de forma testimonial y se fueron a dormir, estaban agotados.

Por la mañana Joaquín oyó unos golpes pero creyó que serían los vecinos de al lado y siguió durmiendo. Al cabo de un rato se levantó sobresaltado y algo le empujó a correr a la habitación de Susana; no estaba.

Salió corriendo y gritando como un energúmeno y al cruzar la puerta de salida al exterior notó un fuerte golpe en la cabeza. Cayó desplomado.

-6-

Cuando recobró el conocimiento tenía un fuerte dolor de cabeza y veía borroso. Poco a poco fue mejorando su visión y pudo ver que se encontraba en un pequeño almacén, atado de pies y manos. Pudo distinguir en la pared de enfrente ganchos y cadenas. Con el corazón a cien, miró a su alrededor y vio más ganchos y cadenas, y manchas de sangre seca en el suelo y salpicaduras en las paredes. En ese momento se oyeron voces tras la puerta.

— Ve a que la doctora te cure, no tiene muy buena pinta esa herida. Josep y yo nos encargamos de este.

— Puto cabrón, no he visto venir la patada del mierda ese.

— Tranquilo, ya no podrá volver a hacerlo. Ve a que te curen.

En ese instante se abrió la puerta.

— Vaya, vaya, veo que la bella durmiente ha despertado.

— ¿Que coño está pasando aquí, qué habéis hecho con mis amigos?

— Ah, tus amigos... pronto te reunirás con ellos— Josep sacó una hoz y Andreu sacó un machete de grandes dimensiones —Este año vamos a tener una buena producción de xarró, jajaja.

Levantó la hoz y Joaquín apenas pudo abrir la boca para gritar cuando la hoz rebanó su cuello.

-7-

Llegaron a mediodía al hotel. Tras formalizar la reserva y acomodarse decidieron dar una vuelta por el pueblo. Pasaron por una tienda de productos típicos y entraron. Aunque eran alemanes hablaban bastante bien el castellano, así que no les costó entenderse con la dependienta.

— Tenemos sal de la salina que hay en el delta, licor de hierbas destilado a partir de las plantas de arroz y xarró.

— ¿Y que ser el chárro?

— Xarró, es una especie de paté que hacemos con una receta secreta de hace años que ha pasado de padres a hijos. El de este año es de muy buena calidad, pruebenla— les dijo la dependienta con una media sonrisa pícara.

Cuando salieron de la tienda, vieron varios lugareños que se los quedaban mirando; pensaron que era algo normal en los pueblos pequeños en que los desconocidos levantan curiosidad.

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