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-----------------------> Autora: Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) Primera publicación: 1683 Propiedad intelectual: Dominio público Gemificación: @leoperbo, 2023 #leído #méxico #verso <----------------------
Sobre la autora y todas sus obras gemificadas aquí
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DON CARLOS
DON JUAN
DON PEDRO
DON RODRIGO
DOÑA LEONOR
DOÑA ANA
CELIA
HERNANDO
CASTAÑO
DOS EMBOZADOS
DOS COROS DE MÚSICA
[En casa de DON PEDRO.]
(Salen DOÑA ANA y CELIA.)
DOÑA ANA
Hasta que venga mi hermano,
Celia, le hemos de esperar.
CELIA
Pues eso será velar,
porque él juzga que es temprano
la una o las dos; y a mi ver,
aunque es grande ociosidad
viene a decir la verdad,
pues viene al amanecer.
Mas, ¿por qué ahora te dio
DOÑA ANA
Has de saber, Celia mía,
que aquesta noche ha fïado
de mí todo su cuidado:
tanto de mi afecto fía.
Bien sabes tú que él salió
de Madrid dos años ha,
y a Toledo, donde está,
a una cobranza llegó,
pensando luego volver,
y así en Madrid me dejó,
donde estando sola yo,
pudiendo ser vista y ver,
me vio Don Juan y le vi,
y me solicitó amante,
a cuyo pecho constante
atenta correspondí;
cuando, o por no ser tan llano
porque vive aquí una dama
de perfecciones tan sumas
que dicen que faltan plumas
para alabarla a la Fama,
de la cual enamorado
aunque no correspondido,
por conseguirla perdido
en Toledo se ha quedado,
y porque yo no estuviese
sola en la Corte sin él,
o porque a su amor crüel
de algún alivio le fuese),
dispuso el que venga aquí
a vivir yo, que al instante
di cuenta a Don Juan, que amante
vino a Toledo tras mí:
fineza a que agradecida
toda el alma estar debiera,
si ya ¡ay de mí! no estuviera
del empeño arrepentida,
(porque el amor que es villano
en el trato y la bajeza,
se ofende de la fineza.
Pero, volviendo a mi hermano,
sábete que él ha inquirido
con obstinada porfía
qué motivo haber podía
para no ser admitido;
y hallando que es otro amor,
aunque yo no sé de quién,
sintiendo más que el desdén
que otro gozase el favor
(que como este fiero engaño
es envidioso veneno,
se siente el provecho ajeno
mucho más que el propio daño);
sobornando (¡oh vil costumbre
que así la razón estraga,
que es tan ciego Amor, que paga
porque le den pesadumbre!)
una crïada que era
de quien ella se fïaba,
en el estado que estaba
su amor, con el fin que espera
y con lo demás que pasa,
supo de la infiel crïada,
que estaba determinada
a salirse de su casa
esta noche con su amante;
de que mi hermano furioso,
como a quien está celoso
no hay peligro que le espante,
con unos hombres trató
que fingiéndose Justicia
(¡mira qué astuta malicia!)
prendan al que la robó,
y que al pasar por aquí
al galán y dama bella,
como en depósito, a ella
me la entregasen a mí,
y que luego al apartarse,
como que acaso ellos van
descuidados, al galán
den lugar para escaparse,
con lo cual claro se arguye
que él se valdrá de los pies
huyendo, pues piensa que es
la Justicia de quien huye;
y mi hermano, con la traza
que su amor ha discurrido,
sin riesgo habrá conseguido
traer su dama a su casa,
y en ella es bien fácil cosa
galantearla abrasado
sin que él parezca culpado
ni ella pueda estar quejosa,
porque si tanto despecho
ella llegase a entender,
visto es que ha de aborrecer
a quien tal daño le ha hecho.
Aquesto que te he contado,
Celia, tengo que esperar;
mira ¿cómo puedo entrar
a acostarme sin cuidado?
CELIA
Señora, nada me admira;
que en amor no es novedad
que se vista la verdad
del color de la mentira,
¿ni quién habrá que se espante
si lo que es, llega a entender,
temeridad de mujer
ni resolución de amante,
ni de traidoras crïadas,
que eso en todo el mundo pasa,
y quizá dentro de casa
hay algunas calderadas?
Sólo admirado me han,
por las acciones que has hecho,
los indicios que tu pecho
da de olvidar a Don Juan;
y no sé por qué el cuidado
das en trocar en olvido,
cuando ni causa has tenido
tú, ni Don Juan te la ha dado.
DOÑA ANA
Que él no me la da, es verdad;
que no la tengo, es mentira.
CELIA
¿De qué modo?
DOÑA ANA
¿Qué te admira?
Es ciega la voluntad.
Tras mí, como sabes, vino
amante y fino Don Juan,
quitándose de galán
lo que se añade de fino,
sin dejar a qué aspirar
a la ley del albedrío,
porque si él es ya tan mío
¿qué tengo que desear?
Pero no es aquesa sola
la causa de mi despego,
sino porque ya otro fuego
en mi pecho se acrisola.
Suelo en esta calle ver
pasar a un galán mancebo,
que si no es el mismo Febo,
yo no sé quién pueda ser.
A éste, ¡ay de mí!, Celia mía,
no sé si es gusto o capricho,
y... Pero ya te lo he dicho,
sin saber que lo decía.
CELIA
¿Lloras?
DOÑA ANA
¿Pues no he de llorar
¡ay infeliz de mí!, cuando
conozco que estoy errando
y no me puedo enmendar?
CELIA
(Aparte:
Qué buenas nuevas me dan
con esto que ahora he oído,
para tener yo escondido
en su cuarto al tal Don Juan
que habiendo notado el modo
con que le trata enfadada,
quiere hacer la tarquinada
y dar al traste con todo.)
--¿Y quién, Señora, ha logrado
tu amor?
DOÑA ANA
Sólo decir puedo
que es un Don Carlos de Olmedo
el galán. Mas han llamado;
mira quién es, que después
te hablaré, Celia.
CELIA
¿Quién llama?
EMBOZADO
(Dentro.)
¡La Justicia!
DOÑA ANA
Ésta es la dama;
abre, Celia.
CELIA
Entre quien es.
(Entran EMBOZADOS, y DOÑA LEONOR.)
EMBOZADO
Señora, aunque yo no ignoro
el decoro de esta casa,
pienso que el entrar en ella
ha sido más venerarla
que ofenderla; y así, os ruego
que me tengáis esta dama
depositada, hasta tanto
que se averigüe la causa
por que le dio muerte a un hombre
otro que la acompañaba.
Y perdonad, que a hacer vuelvo
diligencias no excusadas
en tal caso.
(Vanse.)
DOÑA ANA
¿Qué es aquesto?
--Celia, a aquesos hombres llama
que lleven esta mujer,
que no estoy acostumbrada
a oír estas liviandades.
CELIA
(Aparte.)
Bien la deshecha mi ama
hace de querer tenerla.
DOÑA LEONOR
Señora (en la boca el alma
tengo ¡ay de mí!), si piedad
mis tiernas lágrimas causan
en tu pecho (hablar no acierto),
te suplico arrodillada
que ya que no de mi vida,
tengas piedad de mi fama,
sin permitir, puesto que
ya una vez entré en tu casa,
que a otra me lleven adonde
corra mayores borrascas
mi opinión; que a ser mujer
como imaginas, liviana,
ni a ti te hiciera este ruego,
ni yo tuviera estas ansias.
DOÑA ANA
(Aparte a CELIA.)
A lástima me ha movido
su belleza y su desgracia.
Bien dice mi hermano, Celia.
CELIA
(Aparte a DOÑA ANA.)
Es belleza sobrehumana;
y si está así en la tormenta
¿cómo estará en la bonanza?
DOÑA ANA
Alzad del suelo, Señora,
y perdonad si turbada
del repentino suceso,
poco atenta y cortesana
me he mostrado, que ignorar
quién sois, pudo dar la causa
a la extrañeza; mas ya
vuestra persona gallarda
informa en vuestro favor,
de suerte que toda el alma
ofrezco para serviros.
DOÑA LEONOR
¡Déjame besar tus plantas,
bella deidad, cuyo templo,
cuyo culto, cuyas aras,
de mi deshecha fortuna
son el asilo!
DOÑA ANA
Levanta,
y cuéntame qué sucesos
a tal desdicha te arrastran;
aunque, si eres tan hermosa,
no es mucho ser desdichada.
CELIA
(Aparte.)
De la envidia que le tiene
no le arriendo la ganancia.
DOÑA LEONOR
Señora, aunque la vergüenza
me pudiera ser mordaza
para callar mis sucesos,
la que como yo se halla
en tan infeliz estado,
no tiene por qué callarlas;
antes pienso que me abono
en hacer lo que me mandas,
pues son tales los indicios
que tengo de estar culpada,
que por culpables que sean
son más decentes sus causas;
y así, escúchame.
DOÑA ANA
El silencio
te responda.
CELIA
¡Cosa brava!
¿Relación a media noche
y con vela? ¡Que no valga!
DOÑA LEONOR
Si de mis sucesos quieres
escuchar los tristes casos
con que ostentan mis desdichas
lo poderoso y lo vario,
escucha, por si consigo
que divirtiendo tu agrado,
lo que fue trabajo propio
sirva de ajeno descanso,
o porque en el desahogo
hallen mis tristes cuidados
a la pena de sentirlos
el alivio de contarlos.
Yo nací noble; éste fue
de mi mal el primer paso,
que no es pequeña desdicha
nacer noble un desdichado:
que aunque la nobleza sea
joya de precio tan alto,
es alhaja que en un triste
sólo sirve de embarazo;
porque estando en un sujeto,
repugnan como contrarios,
entre plebeyas desdichas
haber respetos honrados.
Decirte que nací hermosa
presumo que es excusado,
pues lo atestiguan tus ojos
y lo prueban mis trabajos.
Sólo diré... Aquí quisiera
no ser yo quien lo relato,
pues en callarlo o decirlo
dos inconvenientes hallo:
porque si digo que fui
celebrada por milagro
de discreción, me desmiente
la necedad del contarlo;
y si lo callo, no informo
de mí, y en un mismo caso
me desmiento si lo afirmo,
y lo ignoras si lo callo.
Pero es preciso al informe
que de mis sucesos hago
(aunque pase la modestia
la vergüenza de contarlo),
para que entiendas la historia,
presuponer asentado
que mi discreción la causa
fue principal de mi daño.
Inclinéme a los estudios
desde mis primeros años
con tan ardientes desvelos,
con tan ansiosos cuidados,
que reduje a tiempo breve
fatigas de mucho espacio.
Conmuté el tiempo, industriosa,
a lo intenso del trabajo,
de modo que en breve tiempo
era el admirable blanco
de todas las atenciones,
de tal modo, que llegaron
a venerar como infuso
lo que fue adquirido lauro.
Era de mi patria toda
el objeto venerado
de aquellas adoraciones
que forma el común aplauso;
y como lo que decía,
fuese bueno o fuese malo,
ni el rostro lo deslucía
ni lo desairaba el garbo,
llegó la superstición
popular a empeño tanto,
que ya adoraban deidad
el ídolo que formaron.
Voló la Fama parlera,
discurrió reinos extraños,
y en la distancia segura
acreditó informes falsos.
La pasión se puso anteojos
de tan engañosos grados,
que a mis moderadas prendas
agrandaban los tamaños.
Víctima en mis aras eran,
devotamente postrados,
los corazones de todos
con tan comprensivo lazo,
que habiendo sido al principio
aquel culto voluntario,
llegó después la costumbre,
favorecida de tantos,
a hacer como obligatorio
el festejo cortesano;
y si alguno disentía
paradojo o avisado,
no se atrevía a proferirlo,
temiendo que, por extraño,
su dictamen no incurriese,
siendo de todos contrario,
en la nota de grosero
o en la censura de vano.
Entre estos aplausos yo,
con la atención zozobrando
entre tanta muchedumbre,
sin hallar seguro blanco,
no acertaba a amar a alguno,
viéndome amada de tantos.
Sin temor en los concursos
defendía mi recato
con peligros del peligro
y con el daño del daño.
Con una afable modestia
igualando el agasajo,
quitaba lo general
lo sospechoso al agrado.
Mis padres, en mi mesura
vanamente asegurados,
se descuidaron conmigo:
¡qué dictamen tan errado,
pues fue quitar por de fuera
las guardas y los candados
a una fuerza que en sí propia
encierra tantos contrarios!
Y como tan neciamente
conmigo se descuidaron,
fue preciso hallarme el riesgo
donde me perdió el cuidado.
Sucedió, pues, que entre muchos
que de mi fama incitados
contestar con mi persona
intentaban mis aplausos,
llegó acaso a verme (¡Ay Cielos!
¿Cómo permitís tiranos
que un afecto tan preciso
se forjase de un acaso?)
Don Carlos de Olmedo, un joven
forastero, mas tan claro
por su origen, que en cualquiera
lugar que llegue a hospedarlo,
podrá no ser conocido,
pero no ser ignorado.
Aquí, que me des te pido
licencia para pintarlo,
por disculpar mis errores,
o divertir mis cuidados;
o porque al ver de mi amor
los extremos temerarios,
no te admire que el que fue
tanto, mereciera tanto.
Era su rostro un enigma
compuesto de dos contrarios
que eran valor y hermosura,
tan felizmente hermanados,
que faltándole a lo hermoso
la parte de afeminado,
hallaba lo más perfecto
en lo que estaba más falto;
porque ajando las facciones
con un varonil desgarro,
no consintió a la hermosura
tener imperio asentado:
tan remoto a la noticia,
tan ajeno del reparo,
que aun no le debió lo bello
la atención de despreciarlo;
que como en un hombre está
lo hermoso como sobrado,
es bueno para tenerlo
y malo para ostentarlo.
Era el talle como suyo,
que aquel talle y aquel garbo,
aunque la Naturaleza
a otro dispusiera darlo,
sólo le asentara bien
al espíritu de Carlos:
que fue de su providencia
esmero bien acertado,
dar un cuerpo tan gentil
a espíritu tan gallardo.
Gozaba un entendimiento
tan sutil, tan elevado,
que la edad de lo entendido
era un mentís de sus años.
Alma de estas perfecciones
era el gentil desenfado
de un despejo tan airoso,
un gusto tan cortesano,
un recato tan amable,
un tan atractivo agrado,
que en el más bajo descuido
se hallaba el primor más alto;
tan humilde en los afectos,
tan tierno en los agasajos,
tan fino en las persuasiones,
tan apacible en el trato
y en todo, en fin, tan perfecto,
que ostentaba cortesano
despojos de lo rendido,
por galas de lo alentado.
En los desdenes sufrido,
en los favores callado,
en los peligros resuelto,
y prudente en los acasos.
Mira si con estas prendas,
con otras más que te callo,
quedaría, en la más cuerda,
defensa para el recato.
En fin, yo le amé; no quiero
cansar tu atención contando
de mi temerario empeño
la historia caso por caso;
pues tu discreción no ignora
de empeños enamorados,
que es su ordinario principio
desasosiego y cuidado,
su medio, lances y riesgos,
su fin, tragedias o agravios.
Creció el amor en los dos
recíproco y deseando
que nuestra feliz unión
lograda en tálamo casto
confirmase de Himeneo
el indisoluble lazo;
y porque acaso mi padre,
que ya para darme estado
andaba entre mis amantes
los méritos regulando,
atento a otras conveniencias
no nos fuese de embarazo,
dispusimos esta noche
la fuga, y atropellando
el cariño de mi padre,
y de mi honor el recato,
salí a la calle, y apenas
daba los primeros pasos
entre cobardes recelos
de mi desdicha, fïando
la una mano a las basquiñas
y a mi manto la otra mano,
cuando a nosotros resueltos
llegaron dos embozados.
"¿Qué gente?" dicen, y yo
con el aliento turbado,
sin reparar lo que hacía
(porque suele en tales casos
hacer publicar secretos
el cuidado de guardarlos),
"¡Ay, Carlos, perdidos somos!"
dije, y apenas tocaron
mis voces a sus oídos
cuando los dos arrancando
los aceros, dijo el uno:
"Matadlo, Don Juan, matadlo;
que esa tirana que lleva,
es Doña Leonor de Castro,
mi prima". Sacó mi amante
el acero, y alentado,
apenas con una punta
llegó al pecho del contrario,
cuando diciendo: "¡Ay de mí!"
dio en tierra, y viendo el fracaso
dio voces el compañero,
a cuyo estruendo llegaron
algunos; y aunque pudiera
la fuga salvar a Carlos,
por no dejarme en el riesgo
se detuvo temerario,
de modo que la Justicia,
que acaso andaba rondando,
llegó a nosotros, y aunque
segunda vez obstinado
intentaba defenderse,
persuadido de mi llanto
rindió la espada a mi ruego,
mucho más que a sus contrarios.
Prendiéronle, en fin; y a mí,
como a ocasión del estrago,
viendo que el que queda muerto
era Don Diego de Castro,
mi primo, en tu noble casa,
Señora, depositaron
mi persona y mis desdichas,
donde en un punto me hallo
sin crédito, sin honor,
sin consuelo, sin descanso,
sin aliento, sin alivio,
y finalmente esperando
la ejecución de mi muerte
en la sentencia de Carlos.
DOÑA ANA
(Aparte:
¡Cielos! ¿qué es esto que escucho?
Al mismo que yo idolatro
es al que quiere Leonor...
¡Oh qué presto que ha vengado
Amor a Don Juan! ¡Ay triste!)
--Señora, vuestros cuidados
siento como es justo. --Celia,
lleva esta dama a mi cuarto
mientras yo a mi hermano espero.
CELIA
Venid, Señora.
DOÑA LEONOR
Tus pasos
sigo, ¡ay de mí!, pues es fuerza
obedecer a los hados.
(Vanse CELIA y DOÑA LEONOR.)
DOÑA ANA
Si de Carlos la gala y bizarría
pudo por sí mover a mi cuidado,
¿cómo parecerá, siendo envidiado,
lo que sólo por sí bien parecía?
Si sin triunfo rendirle pretendía,
sabiendo ya que vive enamorado
¿qué victoria será verle apartado
de quien antes por suyo le tenía?
Pues perdone Don Juan, que aunque yo quiera
pagar su amor, que a olvido ya condeno,
¿cómo podré si ya en mi pena fiera
introducen los celos su veneno?
Que es Carlos más galán; y aunque no fuera,
tiene de más galán el ser ajeno.
(Sale DON CARLOS con la espada desnuda, y CASTAÑO.)
DON CARLOS
Señora, si en vuestro amparo
hallan piedad las desdichas,
lograd el triunfo mayor
siendo amparo de las mías.
Siguiendo viene mis pasos
no menos que la Justicia,
y como huir de ella es
generosa cobardía,
al asilo de esos pies
mi acosado aliento aspira,
aunque si ya perdí el alma,
poco me importa la vida.
CASTAÑO
A mí sí me importa mucho;
y así, Señora, os suplica
mi miedo, que me escondáis
debajo de las basquiñas.
DON CARLOS
¡Calla, necio!
CASTAÑO
¿Pues será
la primer vez, si lo miras,
ésta, que los sacristanes
a los delincuentes libran?
DOÑA ANA
(Aparte:
Carlos es, ¡válgame el Cielo!
La ocasión a la medida
del deseo se me viene
de obligar con bizarrías
su amor, sin hacer ultraje
a mi presunción altiva;
pues amparándole aquí
con generosas caricias,
cubriré lo enamorada
con visos de compasiva;
y sin ajar la altivez
que en mi decoro es precisa,
podré, sin rendirme yo,
obligarle a que se rinda;
que aunque sé que ama a Leonor,
¿qué voluntad hay tan fina
en los hombres, que si ven
que otra ocasión los convida
la dejen por la que quieren?
Pues alto, Amor, ¿qué vacilas,
si de que puede mudarse
tengo el ejemplo en mí misma?)
--Caballero, las desgracias
suelen del valor ser hijas
y cebo de las piedades;
y así, si las vuestras libran
en mí su alivio, cobrad
la respiración perdida,
y en esta cuadra, que cae
a un jardín, entrad aprisa,
antes que venga un hermano
que tengo, y con la malicia
de veros conmigo solo
otro riesgo os aperciba.
DON CARLOS
No quisiera yo, Señora,
que el amparo de mi vida
a vos os costara un susto.
CASTAÑO
¿Ahora en aqueso miras?
¡Cuerpo de quien me parió!
DOÑA ANA
Nada a mí me desanima.
Venid, que aquí hay una pieza
que nunca mi hermano pisa,
por ser en la que se guardan
alhajas que en las visitas
de cumplimiento me sirven,
como son alfombras, sillas
y otras cosas; y además
de aqueso, tiene salida
a un jardín, por si algo hubiere;
y porque nada os aflija,
venid y os la mostraré;
pero antes será precisa
diligencia el que yo cierre
la puerta, porque advertida
salga en llamando mi hermano.
CASTAÑO
(Aparte a DON CARLOS.)
Señor, ¡qué casa tan rica
y qué dama tan bizarra!
¿No hubieras (¡pese a mis tripas,
que claro es que ha de pesarles,
pues se han de quedar vacías!)
enamorado tú a aquésta
y no a aquella pobrecita
de Leonor, cuyo caudal
son cuatro bachillerías?
DON CARLOS
¡Vive Dios, villano!
DOÑA ANA
Vamos.
(Aparte.)
Amor, pues que tú me brindas
con la dicha, no le niegues
después el logro a la dicha.
(Vanse.)
[En casa de LEONOR.]
(Salen DON RODRIGO y HERNANDO.)
DON RODRIGO
¿Qué me dices, Hernando?
HERNANDO
Lo que pasa:
que mi Señora se salió de casa.
DON RODRIGO
¿Y con quién, no has sabido?
HERNANDO
¿Cómo puedo,
si como sabes tú, todo Toledo
y cuantos a él llegaban,
su belleza e ingenio celebraban?
Con lo cual, conocerse no podía
cuál festejo era amor, cuál cortesía;
en que no sé si tú culpado has sido,
pues festejarla tanto has permitido,
sin advertir que, aunque era recatada,
es fuerte la ocasión y el verse amada,
y que es fácil que, amante e importuno,
entre los otros le agradase alguno.
DON RODRIGO
Hernando, no me apures la paciencia
que aquéste ya no es tiempo de advertencia.
¡Oh fiera! ¿Quién diría
de aquella mesurada hipocresía,
de aquel punto y recato que mostraba,
que liviandad tan grande se encerraba
en su pecho alevoso?
¡Oh mujeres! ¡Oh monstruo venenoso!
¿Quién en vosotras fía,
si con igual locura y osadía,
con la misma medida
se pierde la ignorante y la entendida?
Pensaba yo, hija vil, que tu belleza,
por la incomodidad de mi pobreza,
con tu ingenio sería
lo que más alto dote te daría;
y ahora, en lo que has hecho,
conozco que es más daño que provecho;
pues el ser conocida y celebrada
y por nuevo milagro festejada,
me sirve, hecha la cuenta,
sólo de que se sepa más tu afrenta.
¿Pero cómo a la queja se abalanza
primero mi valor, que a la venganza?
¿Pero cómo, ¡ay de mí!, si en lo que lloro
la afrenta sé y el agresor ignoro?
Y así ofendido, sin saber me quedo
ni cómo, ni de quién vengarme puedo.
HERNANDO
Señor, aunque no sé con evidencia
quién pudo de Leonor causar la ausencia,
por el rumor que había
de los muchos festejos que le hacía,
tengo por caso llano
que la llevó Don Pedro de Arellano.
DON RODRIGO
Pues si Don Pedro fuera,
di ¿qué dificultad hallar pudiera
en que yo por mujer se la entregara
sin que tan grande afrenta me causara?
HERNANDO
Señor, como eran tantos los que amaban
a Leonor, y su mano deseaban,
y a ti te la han pedido,
temería no ser el elegido:
que todo enamorado es temeroso,
y nunca juzga que será el dichoso;
y aunque usando tal medio
le alabo yo el temor y no el remedio,
sin duda por quitar la contingencia
se quiso asegurar con el ausencia.
Y así, Señor, si tomas mi consejo
--tú estás cansado y viejo,
Don Pedro es mozo, rico y alentado,
y sobre todo, el mal ya está causado--,
pórtate con él cuerdo, cual conviene,
y ofrécele lo mismo que él se tiene:
dile que vuelva a casa a Leonor bella
y luego al punto cásale con ella,
y él vendrá en ello, pues no habrá quien huya
lo que ha de resultar en honra suya;
y con lo que te ordeno,
vendrás a hacer antídoto el veneno.
DON RODRIGO
¡Oh Hernando! ¡Qué tesoro es tan preciado
un fiel amigo, o un leal crïado!
Buscar a mi ofensor aprisa elijo
por convertirle de enemigo en hijo.
HERNANDO
Sí, Señor, que el remedio es bien se aplique
antes que el mal que pasa se publique.
(Vanse.)
[En casa de DON PEDRO.]
(Sale DOÑA LEONOR retirándose de DON JUAN.)
DON JUAN
Espera, hermosa homicida.
¿De quién huyes? ¿Quién te agravia?
¿Qué harás de quien te aborrece
si así a quien te adora tratas?
Mira que ultrajas huyendo
los mismos triunfos que alcanzas,
pues siendo el vencido yo
tú me vuelves las espaldas,
y que haces que se ejerciten
dos acciones encontradas:
tú, huyendo de quien te quiere;
yo, siguiendo a quien me mata.
DOÑA LEONOR
Caballero, o lo que sois:
si apenas en esta casa,
que aun su dueño ignoro, acabo
de poner la infeliz planta,
¿cómo queréis que yo pueda
escuchar vuestras palabras,
si de ellas entiendo sólo
el asombro que me causan?
Y así, si como sospecho
me juzgáis otra, os engaña
vuestra pasión. Deteneos
y conoced, más cobrada
la atención, que no soy yo
la que vos buscáis.
DON JUAN
¡Ah ingrata!
Sólo eso falta, que finjas,
para no escuchar mis ansias,
como que mi amor tuviera
condición tan poco hidalga
que en escuchar mis lamentos
tu decoro peligrara.
Pues bien para asegurarte,
las experiencias pasadas
bastaban, de nuestro amor,
en que viste veces tantas
que las olas de mi amor
cuando más crespas llegaban
a querer con los deseos
de amor anegar la playa,
era margen tu respeto
al mar de mis esperanzas.
DOÑA LEONOR
Ya he dicho que no soy yo,
caballero, y esto basta;
idos, o yo llamaré
a quien oyendo esas ansias
las premie por verdaderas
o las castigue por falsa.
DON JUAN
Escucha.
DOÑA LEONOR
No tengo qué.
DON JUAN
¡Pues vive el Cielo, tirana,
que forzada me has de oír
si no quieres voluntaria,
y ha de escucharme grosero
quien de lo atento se cansa!
(Cógela de un brazo.)
DOÑA LEONOR
¿Qué es esto? ¡Cielos, valedme!
DON JUAN
En vano a los Cielos llamas,
que mal puede hallar piedad
quien siempre piedad le falta.
DOÑA LEONOR
¡Ay de mí! ¿No hay quién socorra
mi inocencia?
(Salen DON CARLOS y DOÑA ANA deteniéndolo.)
DOÑA ANA
Tente, aguarda,
que yo veré lo que ha sido,
sin que tú al peligro salgas
si es que mi hermano ha venido.
DON CARLOS
Señora, esta voz el alma
me ha atravesado; perdona.
DOÑA ANA
(Aparte:
La puerta tengo cerrada;
y así, de no ser mi hermano
segura estoy; mas me causa
inquietud el que no sea
que Carlos halle a su dama;
pero si ella está en mi cuarto
y Celia fue a acompañarla,
¿qué ruido puede ser éste?
Y a oscuras toda la cuadra
está.)
--¿Quién va?
DON CARLOS
Yo, Señora;
¿qué me preguntas?
DON JUAN
Doña Ana,
mi bien, Señora, ¿por qué
con tanto rigor me tratas?
¿Éstas eran las promesas,
éstas eran las palabras
que me distes en Madrid
para alentar mi esperanza?
Si obediente a tus preceptos,
de tus rayos salamandra,
girasol de tu semblante,
Clicie de tus luces claras,
dejé, sólo por servirte,
el regalo de mi casa,
el respeto de mi padre
y el cariño de mi patria;
si tú, si no de amorosa,
de atenta y de cortesana,
diste con tácito agrado
a entender lo que bastaba
para que supiese yo
DOÑA ANA
(Aparte.)
¿Qué es esto que escucho, Cielos?
¿No es éste Don Juan de Vargas,
que mi ingratitud condena
y sus finezas ensalza?
¿Pues quién aquí le ha traído?
DON CARLOS
Señora, escucha.
(Llega DON CARLOS a DOÑA LEONOR.)
DOÑA LEONOR
Hombre, aparta;
ya te he dicho que me dejes.
DON CARLOS
Escucha, hermosa Doña Ana,
mira que Don Carlos soy,
a quien tu piedad ampara.
DOÑA LEONOR
(Aparte.)
¿Qué es esto que escucho, Cielos?
¿No es éste Don Juan de Vargas,
que mi ingratitud condena
y sus finezas ensalza?
¿Pues quién aquí le ha traído?
DON CARLOS
Señora, escucha.
(Llega DON CARLOS a DOÑA LEONOR.)
DOÑA LEONOR
Hombre, aparta;
ya te he dicho que me dejes.
DON CARLOS
Si acaso estáis enojada
porque hasta aquí os he seguido,
perdonad, pues fue la causa
solamente el evitar
si algún daño os amenaza.
DOÑA LEONOR
(Aparte.)
¡Válgame Dios, lo que a Carlos
parece!
DON JUAN
¿Qué, en fin, ingrata,
con tal rigor me desprecias?
(Sale CELIA con luz.)
CELIA
(Aparte.)
A ver si está aquí mi ama,
para sacar a Don Juan
que oculto dejé en su cuadra,
vengo; mas ¿qué es lo que veo?
DOÑA LEONOR
(Aparte.)
¿Qué es esto? ¡El Cielo me valga!
¿Carlos no es éste que miro?
DON CARLOS
(Aparte.)
¡Ésta es Leonor, o me engaña
la aprensión!
DOÑA ANA
(Aparte.)
¿Don Juan aquí?
Aliento y vida me faltan.
DON JUAN
(Aparte.)
¿Aquí Don Carlos de Olmedo?
Sin duda que de Doña Ana
es amante, y que por él
aleve, inconstante y falsa
me trata a mí con desdén.
DOÑA LEONOR
(Aparte.)
¡Cielos! ¿En aquesta casa
Carlos, cuando amante yo
en la prisión le lloraba?
¿En una cuadra escondido,
y a mí, pensando que hablaba
con otra, decirme amores?
Sin duda que de esta dama
es amante. Pero ¿cómo?
¿Si es ilusión lo que pasa
por mí? ¡Si a él llevaron preso
y quedé depositada
yo! Toda soy un abismo
de penas.
DON JUAN
¡Fácil, liviana!
¿Éstos eran los desdenes:
tener dentro de tu casa
oculto un hombre? ¡Ay de mí!
¿Por esto me desdeñabas?
¡Pues, vive el Cielo, traidora,
que pues no puede mi saña
vengar en ti mi desprecio,
porque aquella ley tirana
del respeto a las mujeres,
de mis rigores te salva,
me he de vengar en tu amante!
DOÑA ANA
¡Detente, Don Juan, aguarda!
DON CARLOS
(Aparte.)
Son tantas las confusiones
en que mi pecho batalla,
que en su varia confusión
el discurso se embaraza,
y por discurrirlo todo
acierto a discurrir nada.
¡Aquí Leonor, Cielos! ¿Cómo?
DOÑA ANA
¡Detente!
DON JUAN
¡Aparta, tirana,
que a tu amante he de dar muerte!
CELIA
Señora, mi Señor llama.
DOÑA ANA
¿Qué dices, Celia? ¡Ay de mí!
--Caballeros, si mi fama
os mueve, débaos ahora
el ver que no soy culpada
aquí en la entrada de alguno,
a esconderos, que palabra
os doy de daros lugar
de que averigüéis mañana
la causa de vuestras dudas;
pues si aquí mi hermano os halla,
mi vida y mi honor peligran.
DON CARLOS
En mí bien asegurada
está la obediencia, puesto
que debo estar a tus plantas
como a amparo de mi vida.
DON JUAN
Y en mí, que no quiero, ingrata,
aunque ofendido me tienes,
cuando eres tú quien lo manda,
que a otro, porque te obedece,
le quedes más obligada.
DOÑA ANA
Yo os estimo la atención.
--Celia, tú en distintas cuadras
oculta a los dos, supuesto
que no es posible que salga
hasta la mañana, alguno.
CELIA
Ya poco término falta.
--Don Juan, conmigo venid.
--Tú, Señora, a esa fantasma
éntrala donde quisieres.
(Vanse CELIA y DON JUAN.)
DOÑA ANA
Caballero, en esa cuadra
os entrad.
DON CARLOS
Ya te obedezco.
¡Oh, quiera el Cielo que salga
de tan grande confusión!
(Vase.)
DOÑA ANA
Leonor, también retirada
puedes estar.
DOÑA LEONOR
Yo, Señora,
aunque no me lo mandaras
me ocultara mi vergüenza.
(Vase.)
DOÑA ANA
¿Quién vio confusiones tantas
como en el breve discurso
de tan pocas horas pasan?
¡Apenas estoy en mí!
(Sale CELIA.)
CELIA
Señora, ya en mi posada
está. ¿Qué quieres ahora?
DOÑA ANA
A abrir a mi hermano baja,
que es lo que ahora importa, Celia.
CELIA
(Aparte.)
Ella está tan asustada
que se olvida de saber
cómo entró Don Juan en casa;
mas ya pasado el aprieto,
no faltará una patraña
que decir, y echar la culpa
a alguna de las crïadas,
que es cierto que donde hay muchas
se peca de confïanza,
pues unas a otras se culpan
y unas por otras se salvan.
(Vase.)
DOÑA ANA
¡Cielos, en qué empeño estoy:
de Carlos enamorada,
perseguida de Don Juan,
con mi enemiga en mi casa,
con crïadas que me venden,
y mi hermano que me guarda!
Pero él llega; disimulo.
(Sale DON PEDRO.)
DON PEDRO
Señora, querida hermana,
¡qué bien tu amor se conoce,
y qué bien mi afecto pagas,
pues te halló despierta el Sol,
y te ve vestida el Alba!
¿Dónde tienes a Leonor?
DOÑA ANA
En mi cuadra, retirada
mandé que estuviese, en tanto,
hermano, que tú llegabas.
Mas ¿cómo tan tarde vienes?
DON PEDRO
Porque al salir de su casa
la conoció un deudo suyo,
a quien con una estocada
dejó Carlos casi muerto;
y yo viendo alborotada
la calle, aunque no sabían
quién era y quién la llevaba,
para que aquel alboroto
no declarara la causa,
hice que, de los crïados,
dos al herido cargaran,
como de piedad movido,
hasta llevarle a su casa,
mientras otros a Leonor,
y a Carlos preso, llevaban
para entregártela a ti;
y hasta dejar sosegada
la calle, venir no quise.
DOÑA ANA
Fue atención muy bien lograda,
pues excusaste mil riesgos
sólo con esa tardanza.
DON PEDRO
Eres en todo discreta;
y pues Leonor sosegada
está, si a ti te parece,
no será bien inquietarla,
que para que oiga mis penas,
teniéndola yo en mi casa,
sobrado tiempo me queda;
que no es amante el que trata
primero de sus alivios
que no del bien de su dama;
y también para que tú
te recojas, que ya basta
por aliviar mis desvelos,
la mala vida que pasas.
DOÑA ANA
Hermano, yo por servirte
muchos más riesgos pasara,
pues somos los dos tan uno
y tan como propias trata
tus penas el alma, que
imagino al contemplarlas
que tu desvelo y el mío
nacen de una misma causa.
DON PEDRO
De tu fineza lo creo.
DOÑA ANA
(Aparte.)
Si entendieras mis palabras...
DON PEDRO
Vámonos a recoger,
si es que quien ama descansa.
DOÑA ANA
(Aparte.)
Voy a sosegarme un poco,
si es que sosiega quien ama.
DON PEDRO
Amor, si industrias alientas,
anima mis esperanzas.
DOÑA ANA
(Aparte.)
Amor, si tú eres cautelas,
a mis cautelas ampara.
(Vanse.)
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