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2017-07-17
Dicen que la Real Academia de la Lengua va a admitir el uso de la forma imperativa "iros". La noticia no ha gustado a casi nadie y, al saberse, se ha liado un pequeño tumulto.
Pero ¿Por qué?
¿Por qué nos parece tan terrible que se acepte un uso lingüístico concreto?
Voy a lanzar una hipótesis desde un punto de vista sociológico:
En mi planteamiento de este texto empleo aproximadamente la perspectiva del sociólogo francés Pierre Bordieu[1]. Las buenas ideas son suyas, los errores son todos míos. Al final, por si te ha picado la curiosidad, recomiendo un libro.
La Real Academia de la Lengua tiene dos misiones.
La primera, más o menos contenida en su lema "Limpia, fija y da esplendor", es la de registrar, hacer oficiales y, en la medida de lo posible, controlar los cambios en la lengua, para mantenerla como un todo coherente.
Es una labor a veces difícil y a veces imposible, porque el idioma evoluciona a manos de los propios hablantes, de forma natural, distribuida y no deliberada. A veces la Real Academia de la Lengua consigue, amparándose en su prestigio social (hablaremos de eso más abajo), imponer algún uso sobre otro. Pero, en la mayoría de los casos, no le queda otra que resignarse y observar la evolución natural del lenguaje. Como no hay ninguna norma lingüística que sea objetivamente superior a otra (es decir, las características propias de cada dialecto son "arbitrariedades culturales") no existe ningún motivo racional para preferir una a otra, y no tiene sentido que nadie se sienta molesto cuando la Real Academia de la Lengua registra algún cambio.
Y sin embargo, ocurre: Mucha gente protesta ante cada cambio en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, batallando en las trincheras de cada definición, cada tilde y cada verbo irregular. Nos sentimos heridos porque admiten "almóndiga", nos ofende que quiten el acento de "sólo" y gritamos furibundos ante la inclusión de "iros". Nos duele.
¿Por qué nos resulta tan terrible que la Real Academia de la Lengua acepte una forma lingüística tan extendida?
Míralo de este modo: Si los dos únicos criterios posibles para definir la "validez" de un uso lingüístico son el que se use realmente o el que esté admitido por la Real Academia ¿por qué decimos que la forma imperativa "iros" es incorrecta? Se usa (y mucho) y, ahora, está admitida. ¿Por qué nos sigue doliendo?
Porque la Real Academia de la Lengua tiene dos misiones, y aún no hemos visto la segunda.
La segunda labor no está en su lema, no es oficial y, de hecho, ni siquiera es deliberada. Pero está ahí y todos la admitimos tácitamente.
La Real Academia de la Lengua es una herramienta. Una estructura que sostiene al lenguaje como marcador social para distinguir la clase social y el estatus de los individuos.
El "Español de la Real Academia" no se puede entender en la práctica como el "Español de todos los hablantes", sino como un dialecto concreto que indica un capital social y cultural. Un "hábitus" en el sentido de Bordieu, que marca a alguien como perteneciente a estratos sociales superiores.
La Real Academia de la Lengua actuaría en este sentido como una "autoridad pedagógica impuesta", indicando qué parte del español es el que denota "Cultura". Y esa "Cultura" forma parte de los conocimientos que permiten un cierto acceso al poder, claro, pero también sirve como marcador social, como indicador del grupo social al que pertenece un individuo.
Cuando la Real Academia de la Lengua acepta un elemento del lenguaje que asociamos con un registro "de clase baja" sentimos que se difuminan un poco las barreras que diferencian a los que "hablamos bien" de los que "hablan mal". Aunque nos auto-justifiquemos de mil modos distintos, sentimos que nos están "desclasando".
Por eso nos duele tanto.
Para conocer más profundamente esta perspectiva de las instituciones culturales, recomiendo encarecidamente el libro "La distinción. Criterios y bases sociales del gusto.", de P. Bordieu.