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Una novela escrita por Ulises Lafuente Ramos
—Señores pasajeros, les habla el comandante Índigo Ayala. Nos encontramos próximos a aterrizar en el Aeropuerto Internacional de isla Lotta. Por favor abróchense los cinturones, enderecen sus mesas y pongan en posición vertical los respaldos de sus sillas. Permanezcan sentados hasta que los avisos se hayan apagado. Yo y la tripulación esperamos que hayan disfrutado del vuelo.
Newton estaba apoyado con la mirada perdida en su propio reflejo en el cristal de plexiglass de la ventanilla del avión, su rostro metálico brillaba al devolver los rayos del sol provocando una zona ciega en su sensor fotosensible CMOS. Estaba demasiado apático para que eso le molestase, de modo que siguió apuntando con su lente al paisaje azul que se extendía ante el.
—La azafata me acaba de decir que te pongas el cinturón—. Quien tenía a su lado y le acababa de avisar amablemente sacándole de sus cavilaciones era un orgánico llamado Mathew. Newton no consideraba a Mathew su igual. En realidad, no consideraba a nadie como su igual. Estaban por un lado sus superiores, a quienes despreciaba, y la gente por debajo de su escalón, a quienes toleraba con condescendencia. Mathew pertenecía a este ultimo grupo, con el agravante de que tendría que pasar mucho tiempo a su lado y estaba empezando a caerle pesado. Se dijo a si mismo que tampoco era tan mala compañía, ya que con alguien tendría que verbalizar sus procesos mentales. Hablar solo o con un patito de goma no era algo aceptable en la sociedad.
Newton ajustó el cinturón de su asiento.
—¿Estás bien amigo? Pareces cansado —Le preguntó Mathew.
—Estoy bien Mat, es el jet lag.
—¿Podéis tener jet lag?
—Los androides dormimos como todo el mundo. Nuestro cuerpo y cerebro necesita realizar rutinas de comprobación y micro ajustes diarios, así como volcados de información de la memoria rápida a la memoria de almacenamiento. Demasiado tiempo sin hacerlo realentiza nuestras funciones. Pero no te preocupes, estoy bien.
—Anímate entonces hombre, el sol brilla, nuestras acciones suben a un ritmo saludable y lo tenemos todo a favor en esta negociación.
—No se me había ocurrido lo de animarme.
—Claro. Si seguramente despachemos el asunto en unas horas y podamos coger el avión de vuelta pasado mañana. Los inversores deberían estar peleandose por comprar un porcentaje de la empresa—. Mat se había mostrado muy seguro respecto a esta operación ante los jefes, Newton no las tenía todas consigo.
—Así lo espero Mat, ¿Quién querría permanecer más tiempo del preciso en Isla Lotta, un lugar tan alejado de nuestras oficinas en Seattle?
—Es oirlo y ya las hecho de menos.
—Sí.
Newton escaneó durante un momento a su incansable a la par que agotador compañero. Mathew rondaba en aquella época la treintena, 1'764 milímetros de altura, de pelo rubio y sonrisa frecuente. En ese instante las comisuras de su boca estaban estiradas revelando su blanca dentadura. Parecía nervioso, pero enseñaba los dientes. Buena señal, supuso Newton. Le había observado esta mañana, pero no con tan poca tarea mental como para fijarse en los detalles. Probablemente Mathew se había gastado unos ciento veinte atlantes en aquella corbata dolorosamente colorida comprada ex profeso para la ocasión, en consonancia con las gafas de sol de aviador que llevaba colgando del bolsillo de la camisa. La chaqueta de su traje no encontró demasiado espacio donde no arrugarse en aquel billete clase business, de modo que yacía doblada calentando su regazo. En su muñeca izquierda portaba un caro reloj de cuarzo y acero inoxidable y en su dedo anular el anillo de casado.
Newton pensó en su propio anillo mientras lo giraba con mucha suavidad sobre la rosca destinada a tal efecto en su dedo. Tras un rato examinando la situación, desenrosco su dedo, extrajo el anillo y lo introdujo en un compartimento en la parte inferior de su antebrazo. Después volvió a colocar el dedo en su sitio. Mathew estaba ahora mirando hacia adelante, agarrotado en los segundos previos al contacto con tierra, demasiado pendiente de sus propios dilemas sobre la atracción gravitacional en condiciones de sustentación aerodinámica como para fijarse en sus juegos de manos. Newton sonrió. El malestar de su compañero le había permitido distraerse un momento de los nubarrones que siempre traía consigo. Relajado, olvidó por un momento su cansancio existencial y dió a Mat las palabras de ánimo de vuelta, ya que él no sabría que hacer con ellas ni donde meterlas.
—Imagínate que es una divertida montaña rusa
—¡Tampoco me hacen gracia!
—Si lo prefieres, ponte en el peor de los casos. Piensa en la situación de que el avión choca mientras aterrizamos. La muerte sería un suceso tan rápido como irrelevante para el resto del universo.
—Es sorprendente cómo eres capaz de ver siempre el lado positivo de las cosas.
—Es un talento que me viene de fábrica.
—Deberías hacerte coach. En serio —terminó diciendo Mat de forma animada.
Newton se puso sus gafas de sol y se echo hacia atrás con media sonrisa mientras Mat clavaba sus uñas en los reposabrazos. El avión aterrizo con neumática suavidad sobre el vaporoso asfalto gris de la pista. El tiempo en tierra probablemente se mantendría agradablemente caribeño.
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