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Su bebé ya tenía tres meses, "caray, como crece" pensaba ella cuando la miraba y recordaba cuando nació.
Le cambió el pañal y la vistió para dar el paseo diario. Subió a la puerta de la calle y llamó al timbre de su vecina con la que compartía paseos.
Iban ambas caminando con el cochecito calle abajo.
— Mírala, ¡si ya casi no cabe en el cuco!.
— Si, ha crecido mucho para tres meses que tiene.
— La semana que viene cambiaré el cuco por la sillita, porque aquí ya se le salen los pies.
Iban hablando distendidamente de sus cosas cuando pasaron por delante de una frutería. El dependiente, un hombre mayor de unos 68 años, estaba descargando unas cajas de fruta de la furgoneta de reparto. Al lado dos niñas, una de unos seis años y la más pequeña de unos dos, que debían ser sus nietas, miraban sin perder detalle de lo que hacía el abuelo. Este las miraba y sonreía.
— Míralas, que guapas están.
— Si, la pequeña es muy graciosa, con sus coletitas.
— Ahhh... como me gustaría que Elena no creciera nunca.
— Huy, pues crecen enseguida y luego nos arrepentimos, jajajaja.
— Eso es cierto, estaría bien que se quedaran así para siempre.
— Si, claro, jajajaja, para eso solo hay una solución, jajajaja, disecarla.
— ¡Halaaaa, no seas bruta!
Continuaron caminando entre risas de regreso a casa. Ya en la puerta se despidieron, entró en casa y cambió el pañal a Elena y se sentó para amamantarla. Después del paseo matutino Elena tenía un hambre voraz. La miraba pensativa mientras mamaba, "estaría bien que se quedara así para siempre". Sintió nostalgia, una nostalgia cercana. Veía otras niñas mayores y no se hacía a la idea con Elena, "mi pequeña". No quería que creciera, que tuviera infancia, que descubriera el injusto mundo en la adolescencia, o que le partieran el corazón, ni que tuviera las vivencias de la madurez que la pudieran hacer sufrir.
Su niña, su pequeña, no podía crecer, tenía que seguir siendo así, un bebé, dulce, frágil, dependiente... pero era consciente de que no podía parar su evolución, la vida sigue y pasa enseguida, "para eso solo hay una solución, Jajajaja, disecarla", se acordó de la conversación de la mañana y sintió una punzada en su mente.
La pequeña se había dormido. La dejó en la cuna y salió a un centro comercial cercano. Compró tres sacos de sal gorda y regresó.
Ya en casa, Elena aún dormía. Cogió la almohadita y la puso en la cara de la pequeña. No hizo falta apretar mucho, enseguida dejó de agitarse; sus pequeños pulmones dejaron de moverse.
Llenó la bañerita de sal hasta la mitad y metió a la pequeña dentro, rellenando de sal hasta el borde de la bañera y cubriendo el cuerpecito de la niña por completo.
— Ahora siempre serás pequeñita y mamá podrá cuidar siempre de ti, mi amor.