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Hace muchos años, dos jóvenes de la tribu de indios Sioux, que habitaba en las grandes praderas de Norteamérica, se enamoraron perdidamente. Él era un valiente guerrero llamado Toro Bravo, y su amada, una preciosa joven de nombre Nube Azul.
Los dos jóvenes se querían tanto que su único temor era que un día su amor se disolviera en el aire y se lo llevara el viento. Juntos eran tan felices que se preguntaban qué debían hacer para evitar que esto sucediera.
Como no encontraban manera de asegurarse de que su amor iba a durar para siempre, una mañana se acercaron al gran jefe de la tribu para pedirle consejo.
Saludaron con cortesía al respetable anciano y Toro Bravo le contó su preocupación.
– Gran Jefe, hay algo que nos preocupa y necesitamos su ayuda. Nube Azul y yo nos amamos muchísimo y queremos que nuestro amor no termine nunca. Queremos que le pida a los dioses que nos mantengan unidos para siempre.
El sabio jefe levantó la mirada y contempló a la feliz pareja. Después, les dijo lo que pensaba.
– No invocaré a los dioses, pero tengo un consejo que daros.
Nube Azul sonrió a su enamorado y escuchó atentamente las instrucciones del jefe.
– ¡Hable, por favor, haremos lo que nos indique!
El anciano fue muy claro:
– Tú, Nube Azul, tendrás que subir la altísima montaña donde anidan los halcones y buscar el más fuerte y hermoso de todos. Cuando lo encuentres, atrápalo con mucho cuidado para no hacerle daño. Después esperarás en la cima hasta que salga la luna llena, y tres días más tarde, bajarás al poblado y lo traerás sano y salvo.
La joven asintió.
– Así lo haré, señor.
El gran jefe suspiró y clavó su mirada en el joven.
– Tú, Toro Bravo, escalarás la escarpada y peligrosa montaña donde anidan las águilas para encontrar la más robusta y valiente de todas. Como Nube Azul, la capturarás y esperarás en la cumbre hasta que la luna llena asome en el firmamento. Tres días después, regresarás aquí con el águila sana y salva.
Toro Bravo también aceptó el desafío.
– Confíe en mí.
Toro Bravo y Nube Azul se abrazaron y cada uno tomó un camino distinto. Ambos estaban dispuestos a llevar a cabo la difícil misión para preservar su amor.
Pasó el tiempo acordado y los jóvenes se reencontraron en el camino de entrada al poblado. Cada uno regresaba con un ave enorme bajo el brazo: ella con el más hermoso halcón que pudo encontrar y él con el águila más fuerte que jamás se había visto por aquellas zonas.
Cuando se presentaron ante el anciano estaban nerviosos e intrigados. Toro Bravo, de nuevo, fue el primero en hablar.
– Aquí estamos, señor. Díganos qué tenemos que hacer con estas aves ¿Quiere que nos las comamos? ¿Debemos soltarlas o quizá regalárselas a alguien?
El gran jefe negó con la cabeza.
– No, nada de eso. Lo único que tenéis que hacer es atarlas una a la otra por las patas y observar.
La pareja no entendió cuál era el propósito, pero obedeció. Nube Azul cogió un trozo de cuerda y, con ayuda de Toro Bravo, ató la pata derecha del halcón a la pata izquierda del águila, asegurándose de que el nudo fuera lo suficientemente resistente.
Después, se cogieron de la mano y se quedaron mirando cómo las dos aves intentaban volar y no podían. Por mucho que batían las alas les resultaba imposible levantar el vuelo. De tanto intentarlo y debido a la angustia de verse inmovilizados, los animales se pusieron muy nerviosos y empezaron a atacarse entre ellos.
El anciano miró las caras asustadas de Toro Bravo y Nube Azul y les dijo:
– Como veis es imposible volar cuando uno está amarrado a otro. En el amor sucede lo mismo. Si queréis amaros eternamente, volad juntos, acompañaos siempre, pero nunca os sintáis atados. Tenéis que ser personas independientes para sentiros libres y poder dar lo mejor de vosotros mismos. Éste es mi consejo: compartid vuestra vida, pero jamás os sintáis prisioneros el uno del otro. Sólo así lo lograréis.
Sin decir nada más, el gran jefe cortó la cuerda y dejó en libertad al águila y al halcón.
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