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Desde hace al menos una década existe un modismo _en las redes_ que me exaspera: la expresión **consumir contenidos**. Ya de por sí esas dos palabras por separado me resultan ofensivas: la primera por expresar una relación de consumo entre los artistas y su público; la segunda, por bajarle el precio a cualesquiera sean las expresiones artísticas o culturales que se exponen. La palabra _contenido_ se comenzó a usar masivamente como hiperónimo de términos disímiles como: pintura, filmación, ensayo, noticia, cuento, poema, canción, videoclip, pieza teatral, artículo de opinión, libelo, entre otros, alrededor del año 1998, cuando David Wiley fundó el marco legal de licencia [OpenContent](https://web.archive.org/web/19990117060918/http://www.opencontent.org/home.shtml), aunque su uso académico [es más antiguo](https://cdn.oreillystatic.com/radar/r1/12-94.pdf). La idea de _consumir contenido_ no es un modismo inocente que surgió espontáneamente de la cultura popular; se trata de un _disfemismo_ cultivado en el laboratorio del capitalismo financiero para rebajar el valor de la cultura y de las artes, y convertirlos en algo cuantificable en bytes, y que ya no es digno de ser admirado, atesorado, comprendido, debatido: simplemente se consume, como un yogur. El arte como un relleno. Lecturas de inodoro. Mentes ultrapasteurizadas y homogeneizadas para la digestión corporativa.