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No cabe duda de que las sociedades occidentales son históricamente patriarcales. Por el mero hecho de nacer hombres ya formamos parte de la mitad privilegiada de seres humanos que están destinados a tener una vida más fácil y sencilla que la otra mitad, que son las mujeres. Esa condición privilegiada se manifiesta a lo largo de la vida en las relaciones personales a través del machismo.
Diría que el machismo (o sexismo, como dicen los anglosajones con más precisión) es un defecto de origen sociocultural. Hay machismo en las familias en cuanto a la educación diferenciada (aunque sea involuntariamente) que se suele dar a niños y a niñas: cómo deben actuar, cómo deben vestir, qué situaciones deben evitar, etc. Hay machismo en la sociedad, puesto que es una prolongación de la familia en el exterior. De hecho, la familia y la sociedad se retroalimentan, de manera que el caldo de cultivo del machismo siempre está presente, ya sea de forma visible o invisible. Hay machismo en las manifestaciones artísticas del ser humano. Hay machismo en los medios de comunicación.
Aunque los hombres queramos evitar los comportamientos machistas, nos sentimos siempre protegidos por el escudo imaginario del Patriarcado: siempre somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario, nuestra condición masculina nunca es excusa para culparnos de las cosas malas que ocurren, siempre fuimos los grandes protagonistas de la historia de la humanidad, en los textos antiguos siempre actuamos a nuestro antojo provocando que al final fuesen las mujeres quienes cargaran con la culpa y el dolor de nuestros actos. En general, no tenemos que hacer grandes alardes para salir airosos de muchas situaciones que para las mujeres son mucho más difíciles de sortear. Todo gracias a que somos los dueños del relato. El Patriarcado nos protege y nos facilita la vara de mando.
El relato es muy cruel con las mujeres, e incluso a veces se les ataca por pura diversión. Una mujer que protesta por una injusticia es una histérica; una mujer que viste como le da la gana es una provocadora y la culpable de cualquier reacción visceral de un hombre hacia su atuendo; una mujer que quiere practicar un deporte “de hombres” supone un problema porque hay que adaptar los vestuarios o dar cobertura a sus necesidades; una mujer que se mete en una relación es la única culpable de la posterior ruptura; una mujer que pasea sola de noche es una loca; una mujer que no se quiere casar es una “solterona”; una mujer que no sabe cocinar es una inútil o pierde valor… Y así podríamos continuar hasta el infinito. Es el relato que hemos aprendido, el relato que nos han enseñado, el relato que incluso muchas mujeres han tratado de adoptar y perpetuar, aunque fuera en su propia contra. Sí, las mujeres también son una cadena de transmisión de ese relato.
Por eso, cuando las mujeres alzan la voz y defienden su vida, su integridad, su libertad, sus derechos, etc. a través del feminismo, los hombres deberíamos apoyarlas y no hacernos las víctimas. No vale decir que no tienen por qué imponer su visión del mundo, cuando ya tenemos una sociedad patriarcal en la que se ha marginado continuamente la figura de la mujer. No vale decir que nada impide a una mujer llegar a lo más alto si se lo propone, porque sí que hay obstáculos y muy difíciles de sortear. No vale decir que no hay mujeres en puestos de relevancia porque no están lo suficientemente preparadas. En un mundo de hombres, hay pocas opciones para una mujer.
Aquí es donde entra el concepto de equidad, en contraposición al de igualdad. La igualdad no es suficiente para evitar las injusticias sociales. Ya lo hemos podido comprobar en las últimas décadas, en las que en España se ha logrado que las administraciones públicas adopten medidas para la igualdad efectiva entre hombres y mujeres. No obstante, no ha sido suficiente con estas medidas, puesto que no todas las mujeres se encuentran en situación de aprovechar los recursos o las ayudas que las administraciones han puesto a su alcance. Sin embargo, la equidad persigue cubrir las necesidades específicas de cada persona, ya que no todos tenemos las mismas necesidades y no a todos se nos puede ayudar de la misma manera.
A veces me pregunto qué habría sido de hombres célebres como Martin Luther King, Thomas Edison, Mahatma Ghandi, Nelson Mandela, Albert Einstein, Gabriel García Márquez… si no hubiesen tenido a su alrededor a mujeres “invisibles” que les acompañaban y les hacían la vida más sencilla para que pudieran concentrarse en su profesión, en su vocación, en la divulgación de aquello en lo que eran los mejores. ¿Cuántas mujeres tuvieron que dejar atrás sus sueños e ilusiones para dedicarse a su familia o para ganar un sueldo digno en algún trabajo que no les llenaba?
Me sorprende oír todavía hablar de conceptos 'anecdóticos' (o 'residuales') como la misandria (odio hacia los hombres), cuando la misoginia (odio hacia las mujeres) está todavía muy vigente en nuestra sociedad.
Por favor, hombres, no nos hagamos las víctimas. Es una actitud muy egoísta.
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