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Rondaba el año 1993. Acababan de celebrarse los juegos olímpicos en Barcelona y yo había empezado la FP en el instituto.
Siempre me había seducido el voluntariado, habia hecho algún curso en INCAvol y efectuado varios servicios. Veía a los voluntarios de la Cruz Roja con envidia desde que era pequeño, así que decidí hacerme voluntario de la entidad.
En mi ciudad no hacían un voluntariado de mi agrado, así que me fui a la localidad vecina. El local estaba situado en un antiguo palacete de 3 plantas cedido por una saga familiar adinerada de la ciudad. Según me habían contado los compañeros, antiguamente había sido un sanatorio de tuberculosos, y aquí empezaba el misterio.
Los más veteranos solían contar a los novatos historias de un fantasma que se aparecía en el edificio. Muchos de aquellos veteranos las contaban por que a ellos se las habían contado cuando eran novatos, pero realmente no sabían si eran ciertas porque nunca vieron nada.
A mi me gustaba mucho ir allí, y me apuntaba a todo, incluso a los eventos nocturnos. Mi interés y conocimientos adquiridos hizo que me asignaran en ambulancias.
Una noche, después de un servicio en un concierto heavy, nos quedamos en la base, sentados en los sofás, y me contaron la historia de "la monja"
Me contaron cómo una noche se encendieron a la vez las sirenas de las cuatro ambulancias que aparcaban en el patio exterior, separado del local por una vidriera con puerta de cristal, para gran susto del pobre telefonista, situado en la entrada principal.
También me contaron que muchas noches se oían pasos en el piso de arriba, sombras que se movían en plena noche y objetos que aparecían en otros sitios.
Me contaron que aquel antiguo centro de tuberculosos lo llevaban las monjas, como era habitual antiguamente. Al parecer, una de las monjas se quedó embarazada y cuando ya no pudo ocultarlo más se subió a la última planta y se tiró al patio.
Muchos años después, cuando dejó de ser un sanatorio y se cedió a Cruz Roja, en las obras de asfaltado que hicieron en el patio encontraron algunos restos humanos, posiblemente de las monjitas que morían allí.
No había documentación al respecto, y estas historias eran muy habituales en los 90, así que no di mucha credibilidad a la leyenda.
Pero un día fui testigo de algo totalmente inexplicable, y... acojonante.
Acabamos un servicio y regresamos a la base. Se había hecho un pedido de ropa hacía unas semanas y llegaron ese día. Yo tenía guardia nocturna en la ambulancia en unas horas y como no me daba tiempo de ir a casa y volver, me quedé a echar una mano. Se descargaron mogollón de cajas con pantalones, camisas, jerseys, petos y tabardos para las voluntarias en el despacho del responsable del local, en la planta baja, y se tenía que ordenar por tallas y meter en cajas, así que estuvimos unos cuantos tallando ropa y metiéndola en cajas que precintamos y marcamos.
Ya de guardia, la noche fue muy tranquila, y mientras estaba en el salón viendo la teletienda (era lo único que ponían a la 1 de la madrugada), con mi compañero conductor oímos pasos en el piso de arriba. Pensamos que serian los típicos ruidos de los edificios viejos, pero no, aquello eran claramente pasos sobre las maderas prefabricadas del suelo del piso de arriba.
No pensamos en fantasmas ni espíritus, si no en que podía haberse colado algún chorizo a robar. Avisamos al telefonista, el cual sí que creía en esas historias, quizá por que en su Galicia natal, las fábulas sobre Meigas están muy extendidas, y nos dijo que ni de coña subía al piso de arriba, así que subimos mi compa y yo, él con un palo de suero y yo con un extintor.
Cuando subimos los pasos habían cesado. No había luz de noche en los pisos superiores, solo en las aulas, así que estaba todo bastante oscuro. Estuvimos mirando por ahí y no vimos ventanas abiertas o puertas sin cerrar. En aquella planta habían 4 salas pequeñas donde se hacían diversas clases, como RCP, emergencias básicas, etc.
Subimos a la planta superior, y allí estaba todo cerrado también. Era imposible que nadie se hubiera colado en el edificio. Estaba todo cerrado y por la puerta principal no se podía pasar sin ser visto por el telefonista primero, y por nosotros después.
Cuando nos disponíamos a bajar, mi compañero vio una puerta entornada, y era raro porque las habíamos revisado todas y estaban cerradas. Nos preparamos para reventar a ostias al chorizo, "Tu entra con el palo y yo te cubro con el extintor", le dije a mi compa, y cuando entramos en tropel, encendiendo la luz, vimos toda la ropa que habíamos seleccionado por tallas y metido en cajas hacía unas 5 horas, tirada por el suelo y por encima de las mesas y sillas.
Bajamos corriendo cagados de miedo, y le pedimos al telefonista la llave del despacho del responsable, que era donde habíamos dejado las cajas precintadas. No estaban. El telefonista rezaba o algo así, y de vez en cuando nos soltaba un "os lo dije".
Esa noche terminamos la guardia en la calle, y cuando había alguna llamada, entrábamos los 3 bien arrimados. Para las comunicaciones por la emisora, el telefonista cogió un walkie que usaba desde la calle.
Esa noche no hubo narices a entrar para ver qué había sucedido. Aun hoy me lo pregunto.
Este relato, totalmente real, lo usé para crear el relato de ficción "Con nosotros"