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Capítulo Tercero
De rodillas

Ven ahora a una ciudad conquistada, donde el grueso del ejército de
aquellos a quienes el imperio llama bárbaros, descansa de su
victoria.  A siete jornadas a pie espera temerosa la capital de sus
enemigos.  Vuela hasta la torre donde Symagws, Rey Onmipotente,
Señor de las Doce Nobles Ciudades, Protector de las Gentes, preside
el Consejo de Generales y Principales que trata de cuál deberá ser
la suerte de Æltria.  Ya han hablado todos ellos ante un rey
silencioso, cansado y aterido.  Ahora es él quien se yergue sobre
sus muletas, dejando que su heraldo mande callar a los presentes.
El silencio despeja la sala.  Nadie puede descubrir los gestos de
dolor del soberano, escondidos en una máscara solemne de exquisita
porcelana.

---Ruego la magnaminidad de vuestras señoría de perdonar esta
interrupción, pero ha llegado la hora de sellar la suerte de
nuestro horrible enemigo. ¡Escuchad! Éstas son las palabras que
proclamo bajo los ojos de la Dama de las Estrellas y el Señor de la
Tierra. ---Symagus pausa su discurso para resguardar su cuerpo
palpitante bajo la seda. ---Os digo que Mukava y sus príncipes
soportarán el yugo de los criminales y se arrodillarán ante
nuestros cerdos.  Presidiré el Desfile Triunfal donde pagaremos
con sangre extranjera el tributo debido a los Altos Dioses y los
Gloriosos Muertos. Nadie de su familia, ni grande, ni pequeño, ni
duro, ni blando, ni hombre ni mujer se salvará, porque... Symagus
vuelve a pararse y muchos creen que es de nuevo su salud la que le
coarta, pero es ahora que se da cuenta de la carga real de las
palabras ceremoniales que recita.  Nada le impide considerar que
Mukava no deba cargar sobre sus hombros, el yugo de madera basta
que se impone a los bandidos capturados de camino a las minas o
al cadalso, pero a sus niños, quizás no debiera ser tan cruel, por
otro lado, ¿podía permitirse dejar vivir a un enemigo?  Las
lágrimas le traicionan, escurriéndose bajo la máscara, y se ve
forzado a continuar. ---Muchas son las víctimas de Mukava, soldados,
hombres, mujeres, niños y nuestras benditas ancianas. ---El rey
podía recordar aquí a su propia abuela.--- Tendremos pues a sus
hijos como prisioneros eternos de los dioses, ¡sean malditos sus
huesos hasta el Día de la Destrucción!

Contempla ahora el rugido de sus generales, el griterío del
campamento y el estremcimiento de los prisioneros imperiales.

Pero ofreceremos cuartel a Æltria, y no será saqueada si se rinden.
Nuestras viudas quedarán compensadas con su tributo, no con pedazos
de seda saqueada.  Las tierras de Æltria serán nuestra para imponer
sobre ellas nuestra paz y entonces que la Señora de las Estrellas
me conceda un muerte rápida y plácida, y que el Señor de la Tierra
os conceda a vosotros mejor rey. Gracias a los dioses que me han
concedido vivir hasta este día cuando mejores y más fuerte han
muerto. Por tanto, os mendigo, regocijad, bebed y celebrad esta
noche de victoria.

Haz de saber que esa orden será obedecida.