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En un país muy lejano, en una época olvidada, nació una camada de 4 dragones, de los cuales, uno de ellos no era capaz de escupir fuego. Sus padres pensaron que ya aprendería, pero lo cierto es que iba pasando el tiempo y el dragón no tenía fuego. Sus hermanos se reían de él, así que nuestro amigo siempre estaba solo, apartado del resto de los de su especie, para evitar burlas.
Se esforzaba mucho, cada día se tiraba horas intentando escupir fuego, pero no había manera. Un día, cansado ya de tantas horas de intentos fallidos, se dio por vencido y se puso a llorar. Una conejita que pasaba por ahí lo escuchó y fue a ver qué pasaba.
- Hola amigo, ¿por qué lloras?, ¿estás bien?
- No soy capaz de escupir fuego como el resto de dragones- decía entre sollozos.
- Es raro. Quizá el duende del bosque te pueda ayudar, es muy sabio.
- ¿En serio?, ¡llevame ante él, por favor!
Los dos se adentraron en el espeso bosque. El dragón tenía mucho miedo, estaba todo oscuro, pero vió a la conejita tan decidida que se armó de valor y la siguió. Tras un buen rato dando vueltas por el frondoso bosque, llegaron a una casita pequeña. Les atendió un duendecillo regordete con las mejillas sonrrosadas, que llevaba puesto un babero y en una mano tenía una cuchara.
- Así que no tienes fuego, pequeño amigo. Es raro, pero no es la primera vez que pasa. Si quieres tener fuego como el resto de dragones deberás ir a ver al Señor del fuego, que vive en el Gran Volcán, pero para que te atienda, deberás llevarle una hoja de plata.
- ¿Y donde consigo una hoja de plata?
- Jajajajaja, si fuera tan fácil te la daría yo mismo. Has de buscarla por todo el bosque, pero deberás esforzarte para encontrarla porque son muy escasas y están muy bien escondidas. Y ahora dejadme, que tengo mucha faena.
El dragón se quedó un poco desconcertado; el bosque es enorme, ¿cómo iba a encontrar una hoja de plata en esa inmensidad?. Empezó a ponerse triste.
La conejita que lo vio le dijo:
- No te preocupes, llamaré a todos mis amigos y amigas y te ayudaremos a encontrarla. Espera un momento.
Y se marchó corriendo. Al cabo de un rato, llegaron cientos de animales: tortugas, ardillas, pájaros de todos los colores y tamaños, ciervos, liebres, erizos, peces, mangostas, topos, búhos, insectos de todo tipo, y el dragón se puso muy contento, ¡así sería más fácil encontrar la hoja!
Empezaron todos a buscar, pero conforme pasaba el día y se hacía de noche, algunos animales se retiraban a descansar, pero al día siguiente continuaban buscando.
Pasaron varios días y todos empezaron a desanimarse. Habían buscado en lagos y ríos, montañas y bosques. Los insectos buscaron debajo de piedras, las mangostas y erizos entre matorrales, los pájaros encima de las copas de los árboles, los topos y lombrices bajo tierra, los peces en los lagos y ríos, los búhos y las lechuzas buscaron de noche, pero no aparecía por ningún lado la hoja de plata.
El dragón, desesperado se sentó en un montón de helechos y se puso a llorar, cuando de repente se clavó algo en el culo.
- ¡AHHHYYYY!
Se levantó para ver qué le había pinchado y al retirar los helechos vio que sobresalía algo que brillaba. Lo cogió con cuidado y su rostro cambió de golpe: acababa de encontrar la hoja de plata. Avisó a sus amigos para que dejaran de buscar, y como ya era tarde y se estaba haciendo de noche, se fueron todos a casa del dragón a celebrar una cena de agradecimiento.
Al día siguiente nuestro amigo partió rumbo al Gran Volcán con su hoja de plata a buen recaudo. Tuvo que cruzar tierras desconocidas, y volar mucho rato, hasta que al final divisó en el horizonte el Gran Volcán.
Cuando llegó se quedó maravillado. El volcán era enorme, y escupía fuego a mucha altura. Rodeaba el volcán ríos de lava incandescente.
- Qué haces aquí, dragón- le dijo una voz grave que retumbaba por todo el volcán.
- ¿Es usted el Señor del fuego?, vengo para pedirle que me otorgue el fuego de los dragones.
- Jajajaja, pobre dragón, naciste sin fuego. Pero yo no puedo darte el fuego sin más, debo ofrecertelo a cambio de una hoja de plata.
- Lo se, me lo dijo el duende del bosque, aquí la tiene- la sacó del zurrón que llevaba y se la ofreció al Señor del fuego.
- ¡Maravillosa!
Se acercó al borde del volcán, alzó las manos y tras unos segundos, lanzó la hoja dentro del volcán. Apareció un torbellino de fuego que subió en espiral muchos metros hacia el cielo, dio varias vueltas y volvió a bajar hacia el volcán. Al entrar de nuevo en el cráter del volcán, una parte salió, como una salpicadura, dirigida hacia el dragón, el cual se asustó tanto que se hizo una bola para protegerse. El fuego lo rodeó y se metió dentro de él.
Se levantó aun asustado, aunque estaba bien, no se había quemado.
- Jajajaja, no te asustes amigo mío, el fuego no puede dañar a ningún dragón. Prueba a escupir fuego.
El dragón dudaba, ¿y si no había servido de nada?, ¿y si nunca podría escupir fuego?, ¿y si...?
- ¡E S C U P E E E E E E!- dijo la voz.
Su potencia fue tan atronadora que se derrumbó un acúmulo de rocas que había cerca. El dragón se asustó tanto que escupió una gran columna de fuego que llegó muy muy lejos. Se quedó sorprendido, no sabía cómo lo había hecho, pero lo hizo. Probó de nuevo y vio que el fuego salía sin problemas, y se puso muy contento.
- Jajajajaja, ve tranquilo amigo mío, ya posees tu preciado fuego.
El dragón dio las gracias al Señor del fuego y levantando el vuelo puso rumbo de vuelta a casa.
Cuando llegó lo esperaban todos sus nuevos amigos y amigas, deseosos de ver si por fin había encontrado su fuego. Se puso muy contento, y entonces escupió hacia el cielo una gran columna de fuego.
Sus amigos se pusieron muy contentos y montaron una fiesta para celebrarlo, que desde entonces se repetiría cada año, y a ese día le llamaron "El día del dragón".