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(Otro artÃculo recuperado de la serie «Esfuerzo y dediciación»)
Escribo desde el jardÃn de mi casa; una bandeja de té, un cuaderno un tintero y la vieja pluma de padre son mis únicos compañeros. De la imagen idÃlica sólo se escapan los esfuerzos que necesite para mojar el plumier en la tinta. Y es que, de tan escaso uso, la tinta del tapón lo habÃa pegado al tintero. La anécdota me sirve de primer ejemplo práctico de esfuerzo y dedicación. Ante la frustración de no poder abrir y el miedo a mancharme podrÃa haber abandonado todo el trabajo, buscar un bolÃgrafo o reventarme las muñecas hasta vencer la resistencia del tapón. No se me ocurrieron otras opciones.
Mi motivación me impidió abandonar; tengo un lector a quien servir y niños a quien ayudar. Si tuve esta tentación, no fue otra cosa que esa reacción al miedo que llamamos procrastinación; dejar para otro momento lo que consideramos difÃcil, pero ya conozco a ese mentiroso y sé como ponerlo en su lugar. En cuanto a no buscar el bolÃgrafo, hablaré luego; por ahora diré que la elección de los materiales tiene mucho que ver con el propósito de esta carta. Quedémonos ahora en por qué no forcé el tintero e ilustremos asà un primer malentendido.
Trabajo, esfuerzo y dedicación se apartan de la tozudez. Deben ser más bien imaginación, conocimiento e inteligencia. La maña también está en el arsenal de la perseverancia. De niño, inspirado por los arquetipos de las pelÃculas, llegué a pensar en el esforzado como un buey: fuerte y constante, pero necesitado de guÃa, falto de imaginación, carente de carisma y toda brillantez. Tanto es asà que creÃa que debÃa esperar a la inspiración como quien confÃa en un milagro. Sin esta magia era imposible hacer nada importante; por tanto crear era confiar en la suerte de haber nacido genio. Mi superstición peor era la fe en la inspiración del último minuto.
Hoy, ya adulto, como me gusta creer, he abrazado la perseverancia y en nada se han alejado de mà las musas. En el caso del tintero me bastó una astucia. Empapé un pedazo de papel de cocina y lo pasé por los márgenes del tapón: el agua disolvió la vieja tinta y el frasco obedeció como en sus tiempos mozos.
Somos la civilización de la técnica. Tanto es asà que nos resulta más natural dividir la historia por hitos tecnológicos que cientÃficos o filosóficos. Hablamos más de la edad de piedra, de los metales, de la era atómica y de la sociedad de la información y menos de la era mÃstica, teológica, copernicana o pos-moderna. Nos fascinan tanto los chismes que olvidamos el pensamiento que les dio origen.
Este riesgo existe también en la mejora personal, a pesar de las advertencias históricas. En lo tocante a la ética, Jesús de Nazaret critica al movimiento fariseo por confundir ser santo con coleccionar buenas obras. Tampoco debemos confundir la mejora personal con las técnicas que empleamos para perseguirla. Nuestro objetivo va más allá de convertirnos en el rey del GTD, el sensei del Kaizen o ser capaces de aplicar el diagrama de Ishikawa a la planificación de un cumpleaños. Nuestra meta es más simple y mucho más difÃcil y a ella dedicaré la parte final de mi carta. Volvamos por el momento al encabezado de esta sección.
¿Para qué una pluma arcaica, de las que hay que refrescar la plumilla en el tintero? Resulta que las técnicas de productividad son nuestros vehÃculos y nuestras muletas. Cuando escribo en mi jardÃn, en compañÃa de mi té y de mis anticuados medios de escritura, lejos de toda influencia de la red me transformo en otra persona. Durante ese rato asumo el papel de un escritor sabio, mejor que mà mismo, que cuida la belleza de la letra, el sentido de la frase y el ritmo de la palabra.
Me confieso pues, partÃcipe del juego del niño que se disfraza para jugar a ser su sueño. Si he de buscar una excusa la encontraré la utilidad: aprendà que funciona. No juega en primera el chico que grita —soy Cristiano Ronaldo, pero corre más y encuentra una fe en sà mismo que, por magia de momentos chicos, se impone a la realidad.
No pude abandonar mi plumier y mi tintero por un bolÃgrafo o un ipad porque, para mÃ, ninguno de esos instrumentos conjuran la visión de mi abuelo trabajando en su despacho con sus anticuados útiles de escritura. Esa visión, tan infantil que acaso sea más imaginaria que real, la apliqué luego a todos los sabios antiguos. Desde entonces asà es como sueño.
Hay además una segunda y más importante razón que nos lleva ya a la causa de esta carta. Con un ordenador es imposible cuidar la caligrafÃa; con un bolÃgrafo puede hacerse pero le atribuyo algo inefable en la plumilla —como creo atribuyen otras muchas personas —que me mueve a cuidar las formas de cada vÃrgula.
¿Cuál es la utilidad de este gesto? PodrÃa responder que la belleza es un valor en sà misma y ningún otro bien es su amo. Lo cierto es que la belleza es un arte generoso y devuelve mis esfuerzos transformados en pensamientos que sin ella serÃa incapaz de alcanzar.
La magia de la areté consiste en afinar mi mente de suerte que sus frutos se profundizan. Cierto que puedo hilvanar buenas ideas delante de una pantalla, como todo el mundo. SerÃa superstición temer que el futuro de la razón está comprometido por las pantallas. En realidad, quienes temen los cambios participan de la religión tecnológica, la más común de nuestros tiempos, cuyo dogma es que el ser humano se define por los chismes que emplea.
Ya ves pues que mi pluma es el ángel que sopla a mi oÃdo el ansia de la belleza y que buscar la belleza fertiliza mi pensamiento. Pasemos ahora a lo principal y último.
Lo último y principal es la mente de Kaizen. Se trata de amar tanto la mejora que la busquemos en todo lo que hagamos para sin contentarnos con coleccionar mejoras llegar a ser mejores. Mejor siempre entendido en el sentido de mejor para todos. Es pobreza hablar de una mejora en un coche que sólo beneficie al fabricante o exclusivamente al cliente y a nadie más.
Mejor es también la libertad de adaptarse al fin de cada causa. Un juego en familia es mejor si es más divertido, transmite mejor la cultura y aviva el cariño de sus miembros; la destreza en el juego, si bien valiosa sólo es auxiliadora de esos otros valores más altos. Conviene en cada caso ponderar cuál es el valor principal al que aspiramos y no lo sacrifiquemos en aras del perfeccionismo. Si no podemos llegar a todo, porque no sabemos, tratemos en primer lugar de alcanzar lo que podamos. Asà más vale una partida de ajedrez relajada en la que padre e hija sean felices, que una competición a cara de perro entre dos rivales desequilibrados y que, además, por lo común no dejan de ser una pareja de aficionados.
Por eso toda técnica de Kaizen es tan importante para mà como mi vieja pluma. Tienen un primer objetivo práctico: mejorar esta u otra cosa, pero un destino final más elevado: para una empresa ser el lugar donde los sueños tomen forma fÃsica, para una persona alcanzar la mente de Kaizen.
Esto es lo principal, nunca lo primero. Mi pluma podrÃa ser un pincel, el Kaizen podrÃa trocarse por otra técnica, pero siempre habrá que gatear antes que andar. Iniciarse en le Kaizen es usar las muletas para un cojo; perseverar en él es cambiar las muletas por un coche; alcanzar la mente de Kaizen es, eso espero, aprender a volar. De ello hablaré en una próxima carta.
Por eso, como cualquier aprendiz de un sabio nos toca primero fregar el suelo y sacar la basura. Sólo cuando seamos capaces de entregarnos a esas pequeñas tareas con diligencia podremos luego emprender la mucho más difÃcil de reforzar nuestras almas. A una de esas técnicas dedicar una breve entrada en Sabia Vida y, con mayor profundidad, en Esfuerzo y Dedicación.
De momento, recordemos que más allá de sus beneficios inmediatos, la práctica de las disciplinas son un entrenamiento para empresas mayores. En esto se asemeja cualquier sistema de productividad al deporte o un arte marcial. Mi esperanza reside en que amar cada detalle nos lleve a amarlo todo. Empecemos pues por el principio, por lo pequeño y que la dedicación a lo pequeño nos lleve a metas lejanas. Ahora hemos completado nuestro primer y pequeño viaje, esta, nuestra primera carta. Sigamos.
~ Miguel de Luis Espinosa