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Es difícil ser bueno y cobarde a la vez; siendo esa dificultad precisamente la cobardía. Los ejemplos paradigmáticos están constituídos por esas sociedades opresivas que obligan por toda clase de medios a los individuos a actuar en favor del mal. Basta comprender cómo las dinámicas de un aula del colegio, o un grupo pequeño de personas de cualquier clase pueden tener sus aspectos de maldad que se hacen, a diferentes escalas, cohercitivas para los individuos que la forman. Es desde el niño al que se humilla dentro de un grupo y nadie hace nada porque es el comportamiento esperable de los integrantes del grupos. Y es que normal rima con mal.
Se podría pensar que es más fácil ser bueno en un ambiente de bondad. Y en algunos sentidos esto es cierto. Para empezar hay que pagar un precio más alto. Es más, en un ambiente de bondad la bondad es recompensada en mayor medida que en un ambiente de maldad. Por otra parte es mucho más faćil aprender a actuar bien de personas sensatas, rectas, equilibradas y sabias que de camorristas irresponsables. Sin embargo también hay que tener en cuenta, incluso aquí, dos dificultades.
La primera es que no existe la sociedad perfecta. Inversamente no existe sociedad o grupo totalmente desierta de valores. Sin un mínimo de solidaridad y orden hasta la banda de bandidos más aterrodara se desmoronaría en sus propios conflictos. De hecho así pasa a veces. Pero por otra parte un grupo aparentemente lleno de bondad puede esconder dinámicas terribles de poder y abuso, que la persona puede descubrir por sorpresa, reaccionando con la incredulidad y negación con la que muchas veces se reacciona ante la traición. Es el famoso “esto no puede estar pasando aquí...“ pero pasa. Hablo del caso en el que, efectivamente, el grupo o personas influyentes dentro del grupo traicionan los valores de éste. Ya no se siguen las normas escritas sino otras que no se reconocen en público pero que, en realidad, son las que se aplican.
La segunda es que en una sociedad en general bondadosa se puede llegar a confundir la bondad con los fundamentos de esa sociedad. Y como, repito, no exista la sociedad perfecta, se cae en el riesgo de no ser capaz de ver qué algunos de esos fundamentos necesitan revisarse. Es fácil caer en una especie de pereza intelectual centrándose en hacer un seguidismo del grupo, o pensar que lo único que hay que hacer es encontar la sociedad bondadosa y centrar todos los esfuerzos en asimilarse a ella... Y eso va por partido, patria, religión, grupo de amistad y sociedad para la defensa del berberecho de montaña.
Por tanto siempre y en todas partes hay que tener algún tipo de responsabilidad individual, de valentía para cambiar aquello que pueda cambiarse, o, cuando esto no es posible, aminorar el mal o, al menos, dar testimonio de su existencia. Porque el niño que ve cómo pegan sistemáticamente a otro y no hace nada por miedo, puede no ser muy diferente del general, o del subalterno, que ve cosas mucho peores y busca razones para disculpar lo que no debe disculparse o, aún peor, dejarse arrastrar con los malvados. No creo que requiera dar ningún ejemplo, pues los hay, ¡ay!, en toda época y lugar.
~ Miguel de Luis Espinosa