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La población mundial no paraba de aumentar. Pronto llegaríamos al limite de colapso. Empezaron a escasear alimentos y para paliarlo se deforestaban cada vez más territorios naturales que se destinarían a cultivo, lo que acababa con la biodiversidad. La atmósfera estaba cada vez más contaminada, las abejas y otros insectos clave para nuestra subsistencia empezaban a extinguirse y... había que hacer algo.
El aumento de la población mundial crecía al mismo ritmo que la represión policial; pareciera que ambos fenómenos iban de la mano.
La población carcelaria casi se triplicó en 10 años.
La OEU (Organización de Estados Unidos), el ente sucesor de la ONU pero con menos remilgos, seguía de cerca los estudios de un prometedor científico y divulgador, al que en varias ocasiones habían solicitado sus servicios como asesor. Sus estudios eran realmente asombrosos. Su tesis doctoral fue sobre las ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte).
Desde que se doctoró, hacía casi 20 años, su trabajo se centró en sus dos pasiones: las ECM y el cine de terror. Cuando en la OEU vieron sus papers y sus artículos en revistas de prestigio como Nature, no lo pensaron dos veces.
Lo contrataron a tiempo completo y le prometieron recursos ilimitados y una buen salario para acabar con el problema de sobrepoblación.
De repente se vio en un laboratorio secreto enorme, situado en algún lugar indefinido, al que llegó tras ser sedado.
Allí no escatimaban en material y personal. Se hizo enseguida al laboratorio y pudo, por fin, desarrollar sin cortapisas todos sus estudios.
No pasó más de un año y medio cuando por fin había logrado que 20 años de estudios lo llevaran a un éxito rotundo.
Las pruebas funcionaron con un número pequeño de sujetos de muestra, y tras pasar la fase 1 y 2, la OEU puso en marcha la fase 3. En algún país remoto del tercer mundo, en una pequeña localidad de esas que no salen en los mapas, se probó el experimento contra su población con unos resultados totalmente satisfactorios. Se veía la luz al final del túnel.
Salieron voces dentro de la OEU que planteaban problemas éticos sobre la aplicación del remedio poblacional. Tras varias semanas de debatió en el seno del Comité de Ética la solución más satisfactoria, y pusieron en marcha la bautizada como operación "West", nombre del protagonista de una de las películas favoritas del científico.
La población carcelaria estaba disparada, así que fue el blanco de la operación West.
Cual zyclon b, se gaseó a la población reclusa, que tras unas breves convulsiones, se transformaron en zombis. El gas los mataba en cuestión de segundos, y en cuestión de segundos revivían. Pero la obra maestra del científico había tenido en cuenta el contagio y la violencia, por lo que los zombie no podían contagiar y no había tampoco rastro de violencia en ellos. Se quedaban inertes, vacilantes, con las miradas perdidas, caminando lentamente sin rumbo fijo, totalmente dóciles.
Estaban muertos, pero no se descomponían.
No necesitaban comer, beber o respirar. No hacia falta proporcionarles ropa y calzado, medicamentos ni vacunas porque no enfermaban, ni agua, luz o gas, no necesitaban suministros básicos.
Era la solución perfecta. Se ahorraban tener que lidiar con el problema moral de las ejecuciones que tenían en otros Estados, y a su vez, invertir millones en gasto carcelario.
Se endurecieron aun más las leyes, y se aprobó la 'pena de zombificación', que vino a sustituir la pena de ejecución que se instauraba en cada vez más Estados miembros. Eliminado el problema moral, la zombificación sustituyó a la ejecución, pero pese a las diferencias, el procedimiento era el mismo: visita de un cura para expiar pecados, despedida de familiares, última cena, etc.
Los familiares y amigos los daban por perdidos, pero en el fondo sabían que seguían existiendo, aunque no fueran conscientes.
Se levantaron campos de concentración subterráneos secretos. Nadie sabía qué pasaba con los presos que eran 'zombificados'. Salieron todo tipo de teorías conspiranoicas, que eran tantas que casi nadie se las tomaba en serio.
Desde la OEU se especuló incluso con usar la zombificación como arma química contra la población de países enemigos, aunque se descartó en un primer momento.
Por problemas de espionaje mundial, la formula zombi debía llevarse en secreto. Llevaron al científico a una urbanización aislada, junto con el resto del equipo del laboratorio que habían participado en el proyecto, y los zombificaron.
La obra que tantos años dedicó, acabó con su vida... y con su muerte.