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Hace 32 años...
Ya no escuchamos a la profesora, a cinco minutos del recreo, estamos más pendientes de los juegos que haremos en el patio que a los organismos unicelulares. Hoy jugamos a la "Araña”, que hace tiempo que no jugamos.
Suena la sirena, que anuncia la momentánea libertad que ofrece el recreo, y como movidos por un resorte, saltamos de las sillas.
— Aun no he acabado— dice la Seño Ana, más como comentario retórico que otra cosa. La mitad de la clase ya está afuera.
El cole está ubicado en un terreno rectangular en una pendiente, pared con pared con la Iglesia mayor de la ciudad. Consta de dos barracones, herencia franquista, con goteras, donde pasamos frío en invierno pese a la calefacción, y calor en verano.
La disposición de los barracones hace que tengamos tres patios donde desfogar la energía que nos da la infancia.
El central, el más grande, es de piedra pulida y están las dos porterías de fútbol y las dos canastas de básquet. Las puertas de entrada a ambos barracones dan a este patio.
El patio de la entrada principal es muy pequeño, de piedra basta, con bancos de metal y árboles, todo separado por un pequeño muro de baja altura.
El patio trasero, el que más me gusta, es bastante grande, de tierra y accesible a través de unas escaleras, ya que está a unos dos metros de altura. Al fondo, separado por un muro de baja altura hay todo un peligro infantil: una cuesta rocosa coronada por un sauce llorón enorme. Este patio se comunica con la entrada principal a través de un corredor a todo lo largo del reciento. Sumando la altura del patio, más la altura de la cuesta, este corredor está a una altura de unos 4 metros del patio central, sin protección anticaída (¡y jugamos ahí!), por el que hemos subido y bajado multitud de veces trepando por las porterías.
Siempre, bajo la atenta mirada de algún profesor, el patio se va llenando de niños de los cursos 6º, 7º y 8º del barracón A y 3º, 4º y 5º del barracón B, en total, unos 150 niños que somos.
Alguno que otro juega a básquet con una pelota hecha con una bolsa llena de papeles. No vota, pero da igual. Los de siempre, siempre juegan a fútbol y las niñas juegan a saltar a la comba, a las gomas o a juegos como "verdad o mentira” o "el conejo de la suerte”. El resto estamos desperdigados por allí o por allá, repartidos por los tres patios.
Hoy toca jugar a la "Araña”. Se elije quien hará de araña y otros dos que harán de telaraña, los cuales se colocan obstruyendo el espacio entre el barracón B y el muro. El resto damos vueltas al barracón perseguidos por la araña. Al llegar al niño que hace de telaraña no debemos tocarlo, si lo hacemos, nos convertimos en telaraña, sumándonos y aumentando cada vez más la dificultad de paso y es más fácil para la araña devorarnos.
Cuando ya se hace muy difícil pasar por la telaraña sin tocarla, que es cuando el juego se vuelve más divertido, suena la sirena anunciando el final del recreo. Cual reos, todos los niños, cabizbajos, retornamos a nuestras celdas de enseñanza. Alguno remolonea intentando retrasar lo inevitable. Los que menos, estaban deseando que se acabara el recreo para seguir estudiando.
De vuelta en clase, con la adrenalina aun al 100%, nadie se aplica. Yo aun pienso en pasar por la telaraña sin tocarla... mañana será.
Hoy son ya las nueve, la hora de entrada, pero no entramos y hace un frío que pela. Dentro también, pero menos.
— ¿Por qué no entramos?
— Hay una amenaza de bomba.
— ¿Otra vez?
Miro al trío de inadaptados: Raúl, Israel y Canales, que estaban a cierta distancia intentando pasar inadvertidos.
Es habitual este tipo de amenazas. Lo que nunca he entendido es como a estas alturas alguien puede seguir creyéndose esto tantas veces. Sea como sea, esto hace que perdamos tiempo de clase... ¡bien!
Pero lo que definitivamente es más efectivo es poner silicona en la cerradura, o mejor aun, meter clavos en la cerradura y luego silicona, tardamos más en entrar porque tienen que llamar a un cerrajero.
Los días de lluvia son muy divertidos. Cuando llueve te mojas... ¡en serio! Nos mojamos dentro de clase; hay unas goteras como cascadas, debe ser porque entre los años que hace que existen los barracones y que algunos arrancan el aislamiento de fibra de vidrio para frotar con eso la espalda de alguna víctima porque pica mucho, no debe estar en muy buen estado.
Apartamos las mesas y sillas, dejando las filas desfiguradas, y se ponen cubos para recoger el agua que cae. Pobre conserje, ya no le quedan cubos suficientes. Yo aprovecho para sacar mi bocata de sobrasada envuelto en papel de plata y dejarlo encima del radiador que tengo al lado, que no caldea el ambiente pero derrite la sobrasada que da gusto.
Mira, ya ha dejado de llover hace rato y salimos al patio. Nos da igual si nos mojamos o no, de hecho, nos lo pasamos mejor si ha llovido, porque el patio de atrás es de tierra y se embarra todo. Aprovechamos para tirar pegotes de barro a los barracones; se secarán y quedarán para siempre.
El día que se cuela una pelota en el tejado es una fiesta. Nos vamos al corredor superior y desde allí lanzamos piedras para intentar bajarla. Todos fallamos hasta que alguno acierta. ¡Ostras, como hemos dejado el tejado de piedras!
Una vez se nos coló el balón en el tejado y no hubo manera de bajarlo a pedradas. El Cervilla decidió trepar por la reja de protección de las ventanas, que llegan hasta el tejado. Desde allí se salva la parte de tejado que sobresale y se accede arriba. Luego se baja deslizándose por la farola que hay muy cerca, así que muchos aprendieron a trepar. Desde entonces al Cervilla le llamamos "gato". A mi me da miedo, está muy alto, seguiré con las piedras.
Cuando chutas muy alto el balón se cae dentro de la iglesia y tenemos que escalar la pared por la portería y bajar por unos cipreses que hay del lado de la Iglesia, mientras otro vigila que no esté el Keo, un perrazo que si te pilla se te sube encima y te folla.
Si está el perro tenemos que esperar a acabar las clases y bajar a la iglesia a buscarla, picando a la puerta de acceso a la catequesis, y ya de paso aprovechamos para lavarnos las manos con el agua bendita o llevarnos velas.
Y hablando de piedras. En la calle que baja junto a la valla del patio de atrás hay una casa antigua abandonada de esas unifamiliares de 2 plantas. Mi grupo de amigos formado por Andrés, su hermano Antonio, Alex y yo nos pasamos todo el patio tirando piedras a las ventanas y la puerta, intentando abrir las persianas, que son de baldas de madera individuales, sin mucho éxito, cuesta mucho. Una vez Antonio abrió una de las baldas de una ventana, así que a partir de ese día hay otro reto: colar por la estrecha rendija una piedra para romper el cristal, con la dificultad de que ya casi no quedan piedras, están todas en la casa (y en los tejados de los barracones).
Andrés es el gracioso de clase y siempre suelta alguna parida. Cuando le dicen de corregir un dictado siempre lo hace mal para hacernos reír.
— El niño, con n, se acercó, con a, a su casa, con s...
Y claro, la profesora lo echa de clase. Cuando levanta la mano es para preguntar cualquier gilipollez, y lo echan de clase. Un día el pobre tuvo una duda de verdad en Sociales y levantó la mano. La Seño Amparo lo echó.
— Andrés, vete fuera.
— Pero si no he dicho nada aun.
— Es igual, vete fuera.
— Pero seño, es que no entiendo eso del ecosistema de...
— ¡QUE TE VAYASSSS!
Hoy nos toca clase de mates con el mierda-oreja. Le llamamos así porque apesta y siempre se saca la cera de las orejas con la uña del dedo pequeño. Tiene la manía de apoyarse en una mesa que hay al lado de la pizarra, donde se dejan el borrador y las tizas. Solo tuvimos que mirarnos Andrés y yo para entendernos. Pintamos el borde de la mesa con tiza para que cuando se apoye se manche.... A partir de ese día iba siempre con rayas de tiza blanca en los pantalones.
Pero el mierda-oreja se cogió la baja y llegó un sustituto, el "Barrilete”. Es muy bajito y está enorme ese hombre y fuma puros, parece un barril. Al final del trimestre nos dimos cuenta de que es un maestro pésimo. No da clase, contamos historias de espiritismo o de cualquier otro tema paranormal que le gustan, y solo con poner tu nombre y la fecha en los exámenes te pone un 3, y claro, todos sacamos treses. Le cuentas chistes en clase y si le gustan te pone un positivo y si no un negativo.
Y se dio de morros con el Canales, no se pueden ni ver:
— A mi los chulos me resbalan— dice el profe.
— Yo seré un chulo pero al menos no soy un gilipollas como tú— le ha soltado el Canales. Creo que este trimestre va a ser el que más hojas de expulsión acumulará.
Total, que suspendimos el 90% de la clase, hasta los empollones de 10 sacaban 6 o 7 de nota. Pero un día se la jugó; dijo que nos aprobaba a todos si el Canales aprobaba un examen. Ya nos ves a todos comiéndole la olla todo el día para que estudiara y aprobara... ¡y lo consiguió!
Pero el muy cabrón no cumplió su promesa y suspendimos el trimestre. Hoy es su último día en el cole y estamos en la calle los 3 cursos (6º, 7º y 8º) para despedirlo. Llevamos globos de agua, huevos, lechugas robadas de la frutería de al lado, en total seremos unos 70 chavales tirándole de todo. No sabíamos que esto conllevaría un castigo de tres meses sin patio, pero nos da igual porque nos lo hemos pasado muy bien ajusticiandolo, y seguro que no lo ha olvidado en su vida.
Nos vamos a casa, ha sido un día duro y aún tenemos que subir toda la cuesta hasta casa. Andrés y Antonio viven en mi calle, a treinta metros, así que esperamos a que pase algún camión y nos subimos detrás, cogidos a las manetas de apertura de las puertas. ¡Que rápido hemos llegado!
Se da una situación muy curiosa: Pascual y sus gafas. Pascual es el hijo del director. Es un niño regordete con gafas de culo de botella. No es mal chaval, pero creo que le lastra que su padre sea quien es. Eso lo convierte en gilipollas por una lado y blanco de iras por otro.
Sus cristales tan gruesos creo que no encajan bien en la montura y no hay día que no veamos al Pascual sentado en cualquier sitio montando sus gafas con manos temblorosas porque los cristales se le caen. Cualquier motivo es válido para que le salten los cristales: un balonazo, un empujón, una caída... y cuando no es el azar, somos nosotros.
El otro día nos colamos en clase y nos dio por saltar encima de su cartera. El destino quiso que ese día se quitara las gafas para jugar a fútbol, harto ya de tener que montarlas. Dejamos de saltar cuando oímos un crujido. Miramos dentro y ahí estaba el estropicio. Dejamos la cartera en su sitio como si no hubiera pasado nada y salimos al patio con los demás. Cuando sonó la sirena de fin de recreo y entramos a clase (con la cara del que mató a Laura Palmer), Pascual abrió su cartera para coger sus gafas... o lo que quedaba de ellas. Yo me lo quedo mirando, "pobre Pascual, hoy tampoco te libras".
En los lavabos hacemos concursos de a ver quien mea desde más lejos. Al Antonio se le ocurrió subirse al tabique de separación de los dos váters, que no llega hasta el techo, y mear desde allí. Con tanto escándalo entró la Señorita Ana a echarnos bronca. Por suerte no pilló al Antonio subido allí arriba porque al oír la puerta bajó de un salto, pero no le dio tiempo a cortar la meada y guardarse la churra y bajó todo mojado.
Tanto nos alejamos del váter para batir récords que acabamos meándonos fuera, y claro, eso nos dio la idea de mearnos siempre fuera. Al principio sólo éramos nosotros, pero se fueron apuntando más niños hasta hacerlo casi todos. Para entrar al lavabo nos tenemos que subir el pantalón para no mojarnos los bajos. Mientras, el conserje va echando serrín, y cuanto más serrín echa, más nos meamos nosotros. Estamos todo el día bebiendo agua para mear más, ¡no he bebido tanta agua en mi vida!.
Tanto nos meamos fuera que ya sale por debajo de la puerta hacia el pasillo. Los profes se han enfadado mucho y están investigando, creo que no tardarán en llamarnos al despacho. Mejor dejamos ya de mearnos fuera.
Al poco tiempo castigaron al Canales y en venganza arrancó uno de los váters. Él jura y perjura que no ha sido. Si que fue él, pero da igual, se las hubiera cargado igualmente.
Otro día apareció en el patio de atrás un gato muerto empalado por el culo. También cayeron las culpas en el Canales y en el Isra, y aunque dicen que ellos no han sido, algunos sabemos que si.
El trío de inadaptados es que son muy brutos. Un día vinieron diciendo que si te cansas y te aprietas el cuello te mareas y ves alucinaciones. El Raúl se puso a correr dando vueltas al barracón y cuando ya estuvo cansado el Isra le apretó el cuello. Al Raúl se le pusieron los ojos del revés y se cayó convulsionando al suelo. El Isra se quedó blanco y salió pitando a buscar a algún adulto.
Hoy es un día triste. Ayer el Cervilla trepó al tejado porque se coló el balón, y como quedó cerca del patio de la entrada principal, subió por allí. Yo no se si le resbalaron las manos o perdió el equilibrio, pero se cayó desde lo alto. Cayó en la zona dura del patio y se quedó tirado en el suelo, no se movía y de la cabeza no paraba de salirle sangre. Vino a buscarlo la ambulancia y se lo llevó al hospital. Hoy lo entierran.
Ya nadie trepa a buscar la pelota, seguimos con las piedras. Alguien ha hecho una pintada en la pared, en el sitio donde cayó el Cervilla, es la cara de un gato.
Llegó fin de curso y fin de cole. Estoy en octavo y el año que viene entro en el instituto. Se hizo una fiesta en el barracón A, y sacaron la electricidad del otro barracón para dar más potencia donde se hacía la fiesta porque todo es muy antiguo y si se conectan varias cosas saltan los plomos. Yo paso de todo así que me fui con una compañera al otro barracón, la Yolanda, que también es asocial como yo. Vimos la ñapa que había echo el conserje para sacar la electricidad y vi dos cables sueltos y pensé: "¿y si los junto?"... a tomar viento la fiesta de fin de curso, se ha caído la fase y he dejado los dos barracones sin luz.
En la actualidad, 32 años después...
— Si, a las cinco de la tarde estaré allí... muy bien, pues hasta luego.
El grupo municipal del Ayuntamiento sacó a concurso la concesión de unas obras para constituir un parking subterráneo y un parque en la zona superior. Presenté a mi empresa y gané la concesión.
Aunque ya tengo los planos de obra, me gusta visitar los terrenos 'in situ', siempre te haces una idea de las proporciones originales. He quedado esta tarde con el delegado de obras públicas del Ayuntamiento. Cuando llego me embarga la nostalgia y el recuerdo. El delegado se retrasa.
"¿Por qué no entramos?
Hay una amenaza de bomba.
¿Otra vez?..."
Han pasado más de treinta años y aún lo recuerdo como si fuese ayer. El viejo colegio, que hace unos cuatro años cerró sus puertas, en poco tiempo dejará de existir. Estoy sumido en el recuerdo nostálgico cuando oigo una voz.
— Siento llegar tarde, líos de última hora en el Ayuntamiento, ya sabe.
— Si, ya se.
Abrió la gran puerta de entrada y un escalofrío recorrió mi espalda. Los barracones parecían mucho mas pequeños de lo que los recordaba y los patios son muy pequeños. Está todo desvencijado y oxidado, pero aun así sigue teniendo ese aire tan familiar. Podía oír la jauría de chiquillos correteando, jugando...
— El terreno es rocoso, costará perforar pero será un parking muy seguro.
Yo asentía con la cabeza aunque no oía lo que decía. Pasamos por el patio de atrás y en mi mente vi a cuatro niños tirando piedras a la casa abandonada de enfrente, y bolas de barro contra el barracón, "... se secarán y quedarán para siempre... ", la verdad es que no me faltó razón, ahí estaba la pared trasera llena de pegotitos de barro seco.
— El único escollo es la Iglesia, ya sabe, a ver que encuentra cuando empiece a perforar.
"... Si te cansas lo suficiente y te apretas el cuello te mareas y ves visiones.
Ala, como mola, ahora vengo... ...¡socorro, el Raúl se ha caído al suelo, no responde, que venga alguien!..."
Apareció una sonrisa en mis labios mientras negaba con la cabeza.
— ¿Algo no está bien?
— Oh, no, estaba recordando algo que ocurrió de niño, aquí en este mismo punto. Estudié en este colegio.
— Vaya, el sueño de todo niño, derruir su colegio, jajajaja.
"Quizá de niño si, pero ahora no lo haría, he vivido muchos buenos momentos en este colegio. Pese a todo, en este colegio fui feliz"
Cuando salimos me quedé unos instantes parado mirando al suelo al lado del barracón del patio de la entrada principal; en su pared se desdibujaba la pintada de la cara de un gato. "¿Qué hubieras sido en la vida, amigo Cervilla?"
Ya en casa, revisé los planos y corregí algunas medidas. El parking no tenía muy claro aún como lo iba a estructurar, pero el parque sí que lo tenía muy claro: iba a ser el mejor parque de la ciudad, por todo lo vivido allí, y en la entrada, una gran estatua de un gato daría la bienvenida al recinto.