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Abdul acabó sus abluciones y se dirigió a su sitio favorito de la mezquita Al Hayah, para efectuar el rezo de mediodía mientras el muhecín terminaba su llamada al rezo desde el minarete.
Por las calles de toda la ciudad se oían sus plegarias, "ashadu allah illaha ilá Allah, ashadu annah mohammadan rasul lah".
Los rezagados llegaban apresurados para hacer las abluciones e intentar coger sitio en la atestada mezquita. Muchos fieles tuvieron que rezar fuera. "Malos musulmanes, que esperan al último momento para dejar de hacer lo que hagan, anteponiendo su penosa vida al misericordioso Allah" pensaba Abdul, que era un ferviente musulmán.
Acabó el rezo y al salir de la mezquita se calzó las sandalias. Es curioso que con la cantidad de sandalias que se amontonan en la entrada, cada uno coge las suyas.
Con su espíritu aliviado por el rezo y por ser un buen musulmán a los ojos de Allah, se dirigió a la plaza principal, Yamaa el-Fna, a esperar el autocar de turistas, a los cuales hacía de guía en una ruta por la casbah. Abdul no soportaba a los turistas. Esa gente no respetaba ni su cultura ni su religión. Llegaban comiendo cortezas de cerdo, hacían cuatro fotos a lo más conocido y nada más. Cuando Abdul intentaba explicar algo de historia de su país, los turistas se ponían a mirar el móvil, a hacer fotos a otras cosas o a hablar entre ellos. Eran unos incultos.
Un orondo turista alemán, rojo como una gamba del ardiente sol de Marruecos sobre su blanca y sudorosa piel, intentó fotografiar a Abdul; este giró la cara y estiró su brazo con la palma en alto.
— No paisa, no foto. Foto roba alma a mi. No foto sayid.
Abdul, pese a sus 32 años, era de creencias ancestrales y, como muchos musulmanes, creía que la fotografía robaba el alma del fotografiado.
El orondo turista bajó la cámara, le sonrió, y dando media vuelta sin decir nada empezó a fotografiar un dromedario. "Al hamdu li lah, ni pide perdón. Te pido paciencia, ya Allah"
Después de cinco horas guiando como borregos a los turistas, regresaron de nuevo a la plaza, donde el autocar los esperaba. Abdul se despidió a desgana y se dirigió a la tetería a tomarse un buen té de menta y a fumarse una shisha para descansar antes del rezo de la noche.
Cuando estaba acabando su descanso, pasó una chica ataviada al estilo Livingston; sin duda debía trabajar en las excavaciones de la explanada Al-Shah, donde se había encontrado un yacimiento del siglo II antes de Cristo. Portaba una estatuilla en su zurrón. Se sentó en la mesa de al lado.
— Masa’u al-jair.
— Masa’u al nur— respondió Abdul.
— ¿Es bueno el té aquí?
— Si sahebti, es bueno, siempre tomo aquí, bueno.
— Pues pediré uno yo también.
— ¿Ires arquiologa?
— Si, en la excavación Al-Shah.
— No bueno desenterrar antipasados, tu deja descanso en paz.
— No hay ningún antepasado, no los enterraban allí. Intentamos dar explicación a una edad desconocida. Con lo que estamos encontrando conoceremos mejor nuestra historia.
— A mi no gusta. Aquí siempre venir, desentierra y lleva historia a museo en Iuropa, iso is robar nuistra historia.
Estuvieron un rato intercambiando impresiones y después charlaron de tonterías. Empezó a oírse la llamada al rezo y Abdul se terminó rápido su té y se dispuso a dirigirse a la mezquita. Eva sacó su cámara y le hizo una foto a Abdul.
— No sahebti, no foto. Foto roba alma a mi.
— Perdón, no lo sabía, lo siento.
Abdul se quedó mirando a esa chica que se había disculpado y pedido perdón, "Hay esperanza, ma Sha Allah".
Se alejó cuesta abajo mientras Eva lo miraba. "Que curiosos son los musulmanes". Se pidió otro té, estaba buenísimo, y es, curioso que sirviéndose caliente, refrescara.
Después del rezo Abdul salió de la mezquita, se calzó sus sandalias y bajó por la calle para irse a su casa. El barrio pobre estaba vacío a esas horas, los turistas se iban a la zona de ocio para turistas y los oriundos podían descansar del ajetreado día.
Abdul oyó pasos que corrían, al cabo de un rato oyó un lamento seguido de sollozos. Giró por la calle Aawad dirección a los sollozos. Risas. Lloros. Giró por la calle Zikab y vio a la chica con la que hace escasamente una hora había estado tomando té, y a tres individuos que la estaban atacando; uno de ellos tenía en las manos la figurilla que había visto en su zurrón. Otro de ellos estaba intentando arrancarle la blusa.
— ¡Eh, yallah, yallah!— gritó Abdul mientras corría hacía los individuos.
Dio un puñetazo al que le estaba intentando desnudar a Eva y después empujó fuertemente a otro, que huyó. Cuando se disponía a ir a por el de la estatuilla notó un golpe en el costado, un golpe que le ardía. El primer individuo se había repuesto y había apuñalado a Abdul. Hecharon a correr huyendo de la zona. Abdul cayó al suelo, sangrando abundantente.
— Oh, no. Chico, no te mueras, no te mueras, ¡Socorrooo!— gritaba Eva. Nadie salió de sus casas, no querían problemas.
Apareció un hombre mayor vestido con una colorida chilaba, un birrete y una espesa barba canosa. Intentó vanamente socorrer a Abdul.
Abdul abrió los ojos. Lo veía todo borroso. No vio nada a su alrededor, no sabía muy bien donde estaba, solo había una pequeña ventana. No, no era una ventana, era más bien.... no estaba seguro, estaba confuso. Al otro lado estaba Eva. Intentó llamarla pero no podía moverse, no podía hablar. ¿Que estaba pasando?.
Eva estaba en una gran habitación llena de fotos de arqueólogos. Por toda la habitación habían piedras, vasijas, figurillas y monedas antiguas en grandes estanterías. Al final de la habitación una mesa con una señora mayor escribiendo a máquina y hablando por teléfono. En un cartel podía leerse "Sala de arqueología. Universidad Autónoma de Barcelona". Eva estaba repasando unos documentos con un señor mayor. Abdul intentó llamarla inútilmente, no podía hablar ni moverse.
— En A6 y C2 hemos encontrado fragmentos de vasijas, mira, aquí— Eva señaló unas coordenadas en un mapa.
— Buen hallazgo Eva. Voy a llamar al rectorado para informarles.
El profesor Alonso salió de la sala. Alfonsina, la secretaria, picaba fuertemente las teclas de la vieja Olivetti, (no se aclaraba con los ordenadores), parecía que en cualquier momento alguna tecla iba a saltar por los aires. Mientras pedía material por teléfono al economato. Con el ruido ambiental de la máquina de escribir de fondo, Eva sonrió y giró la cabeza hacia la pared, donde estaba la foto de aquel chico en la tetería unas horas antes de ser apuñalado.
Aun resonaban sus palabras en su mente:
"No sahebti, no foto. Foto roba alma a mi".