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Juzgar la perversidad

M “el vampiro de Düsseldorf” (1931) Fritz Lang. Exercici de crítica cinematogràfica (La Casa del Cine, 2010-2011)

M es una película que pertenece al período alemán de Fritz Lang, heredero del caligarismo, un cine dominado por las sombras, los claroscuros, por escenarios claustrofóbicos que potencian atmósferas opresoras y por una temática referente a lo malévolo, lo perverso.

En M Lang nos personifica la perversidad a través de su protagonista (Peter Lorre) y nos lo esboza con sombras y reflejos, silbidos y cartas, siempre medio escondido. No sabemos nada de él salvo que es un asesino de niñas y en sus apariciones Lang impone picados y movimientos de cámara que aumentan la sordidez del personaje. Solo en la parte final de un curioso juicio presidido por el hampa de la ciudad, el perverso personaje será juzgado y se nos presenta a un hombre enfermo, víctima y verdugo de sus actos.

La interpretación de M es ambigua: al principio no lo conocemos y Lang nos lo presenta indirectamente a través de una sombra reflejada en el cartel de la búsqueda de un asesino que ya ha matado a ocho niñas y que todavía no ha sido capturado. Casi no habla: silba, escribe y lo percibimos a través del reflejo de cristal en el caso de la tienda, del espejo de baño, escondido tras unas plantas en el bar, detrás de unas frutas. Es frío y distante. Lang realza ese carácter a través de planos picados que nos anuncian esa personalidad trastornada.

Al final de la película, Lang hace sincerar al personaje cuya interpretación está cargada de patetismo y desesperación y el uso de la luz nos muestra la sinceridad de tal personaje que ahora se presenta directo, de frente, sin picados; habla y su discurso es enérgico, desesperado; se expresa en primera persona y se juzga víctima de su propia perversidad.

A lo largo del film, se hace un curioso uso del sonido que por su nitidez debería, a priori, resultarnos artificial o extraño. Sin embargo, queda armónicamente ensamblado entre imagen y narración. El uso del fuera de campo sonoro refuerza escenas como la de la búsqueda de M por el hampa dentro del edificio. En una de las escenas del final de la persecución lo vemos a él, escondido entre cajas y sombras, temeroso de ser encontrado, escuchando cómo sus perseguidores se van acercando cada vez más a su escondite.

En esa escena, el uso del sonido fuera de campo potencia ese temor. Es el sonido de un cuchillo rasgando el suelo el que permite al hampa encontrar, capturar y juzgar a M, pero es, sobre todo, el sonido del silbido de la melodía de Grieg el que nos anuncia la presencia de la perversidad y será también el silbido el que delatará al asesino.

Predomina el silbido sobre otros elementos sonoros como el ruido de la calle o el diálogo de otros personajes creando una atmósfera de desconexión, de concentración sobre los pasos del personaje. Un silbido, sin el cual, la película pierde toda unidad.

Si analizamos la primera parte del film, vemos que la narración es muy visual, hasta el punto que podría visualizarse la película sin sonido alguno a excepción del silbido del asesino. Sin embargo, la segunda parte del film es inconcebible sin sonido, sin diálogo, sin la intervención del abogado defensor, sin el discurso de una perversidad humanizada, incomprendida, involuntaria.