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Pocos títulos describen de manera tan perfecta la escencia de un álbum como en el caso de este disco. (re)Colecciones de sonoridades ocultas entre las memorias rotas de la consciencia colectiva reaparecen en los instrumentos (des)organizados de esta banda, o más bien, de este conjunto de instrumentistas anónimos que, desanimados por el fatal destino de tocar la música, repetida hasta el cansancio y el repudio, del "baile nacional", han aniquilado esta y al mismo tiempo la han resucitado, pero ya no con el horrible peso y obligación de quienes obligaron esta música y así la condenaron, sino con la fraternidad presente en la atmósfera de una peña, una junta de amigos donde uno trajo la guitarra y se puso a tocar temas conocidos o una tocata donde todos se conocen, se admiran o, por lo menos, se aprecian.
Phuyu Y La Fantasma abandona en este álbum la tendencia más cíbernética de "El Patio De Los Calla'os", pero mantiene tanto su revindicación por el folclore y sus tradiones así como por sus transgresiones. El espectro de Violeta Parra y sus composiciones más "atrevidas" como El Gavilán, las Anticuecas (de ahí la primera mitad del título), Tema(s) Libre(s) y otras tantas es claramente audible entre las guitarras, baterías y bajos distorsionados. Pero no solo es la composición en sí la que aparece poseída por este pasado popular, también es la grabación la que sufre esta posesión. Así como en el álbum donde aparecen las susodichas canciones de la folclorista chilena (Composiciones Para Guitarra de 1999, que recopila la mayoría de las grabaciones que violeta parra hizo en los 50 y 60), los archivos digitales en Anticuecas Subterraneas están llenos de imperfecciones, ruido blanco que queda del micrófono, notas de guitarras que suenan cuando uno se prepara para la toma (probablemente la única que se hará) que quedará en el álbum; las grabaciones de violeta parra tienen un toque "amateur" que nos hace transportarnos a la peña donde probablemente fueron grabadas en una sola sesión; las grabaciones de Phuyu y La Fantasma nos transportan justamente al mundo subterraneo del que dizque viene.
Esta inspiración por la muerte de la historia, reflejada en la inspiración que Violeta Parra y otros folcloristas (en el caso de Phuyu y La Fantasma, por ejemplo, Roberto Parra aparece como clara inspiración, siendo un verso de su cueca "Sin pasaporte" el título de su álbum debut) no es solo un fenómeno presente en esta banda. El año pasado (2021) tuve la suerte de ver a Niños Del Cerro en vivo dos veces, la primera vez en la Sala Metrónomo, la segunda en el Centro Cultural Rojas Magallanes. Entre canciones de su álbum debut, Lance y su EP Cuauhtémoc, adelantaron algunos de los temas que vendrían a formar parte de su tercer álbum. Entre estos temas había uno (actualizaré esta parte con el nombre de la canción cuando la sepa) que, de una manera bastante explícita, confirmaba que Niños Del Cerro, antes de ser una banda neopsicodélica o "indie", era una banda folclórica. No en el sentido de tocar folclore, sino en el sentido de una identidad latinoamericana. La canción contiene una interpolación del tema de Violeta Parra, "Ojos Azules", "Ojos azules no llores, no llores". El solo hecho de que todo el mundo pudiera cantarla, la primera vez que la escucharon en esa tocata, es una prueba de que la música chilena (la música latinoamericana en general) tiene la posibilidad de superar la muerte de la historia mediante los fantasmas sonoros de una época donde la posbilidad de un Chile con un futuro era posible. Un Chile donde la idea de "ser más" parecía al alcanze.
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