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2006-10-07
Jean-Claude entró en casa serio y cabizbajo. Miró el abrigo colgado en el perchero y asumió lo inevitable: Su esposa ya había llegado y le esperaba. Jean-Claude sabía que este no iba a ser un buén día.
Al llegar al salón se encontró con ella. Con los brazos cruzados sobre el pecho, el gesto serio y la mirada dura, le obserbaba en silencio. Jean-Claude no dijo nada. Se sentía avergonzado y no se atrevía a alzar la vista de sus propios pies. tras una eternidad de silencio, en la que sólo podía escuchar su porpia respiración y los latidos de su corazón, la voz de su mujer le pareció chillona y extrañamente fuera de lugar, aunque en realidas solo susurró.
-Has vuelto a hacerlo- No era una pregunta.
-Sí, lo siento- Intetó justificarse. -No he podido evitarlo. Sabes que intento resistirme. El médico dijo que debíamos solucionar esto poco a poco...
-¡El médico! - Tronó ella -¿Y que sabrá ese estúpido loquero lo que estamos pasando? ¿Que sabrá de lo que sufre tu familia? ¿Es que quieres acabar con tus hijos?- Afortuandamente, los niños nunca estaban cuando tenían estas discusiones.
-¿Donde están los niños?- Jean-Claude tenía la infundada esperanza de que hoy estuviesen con su abuela.
-Están arriba. Hoy han llegado llorando del colegio. Sus compañeros no quieren saber nada de ellos, les insultan e incluso hoy han llegado a tirarles cosas. Sus propios profesores les odian. Y todo por tu culpa.- Ella, siempre tan fuerte, siempre tan dura, comenzaba a desmoronarse. Estaba llorando.
-Pero ¡Amor mío!- No soportaba verla llorar. -Sabes que lo estoy intentando con todas mis fuerzas ¡Este año sólo me ha ocurrido cinco veces!
-Me he enterado mientras estaba en el supermercado- Ella continuó hablando sin escucharle. -Algunas personas habían escuchado la noticia, y comenzaron a cuchichear al verme. Una mujer se puso a gritarme obscenidades en la cara y tuve que huír de ella. La cajera escupió al verme pasar. Todos nos desprecian por lo que tú haces. Tu madre hace meses que no nos llama. Nos avergüenzas a todos.
-Te lo juro, cariño, esta vez es cierto, no volverá a pasar, no lo haré más- Mintió Jean-Claude.
-Eso dices siempre. Eso dijiste cada una de las veces anteriores. Pero no es cierto. Eres un viejo pervertido y disfrutas arrastrando por el fango el honor de los tuyos. No tienes dignidad, y no puedes resistirte. Ya no eres el hombre con el que me casé. ¿No ves lo que nos estás haciendo?
Jean-Claude abrazó a su esposa, intentando acallar su llanto.
-No te preocupes amor: Me curaré. Te prometo que me curaré.
Pero sabía que no era cierto. Cada vez que lo hacía, justo despues de hacerlo, se sentía sucio y avergonzado. Y cada vez se prometía que no se repetiría, que la próxima vez sería más fuerte. Pero, cada vez, el impulso regresaba desde algún siniestro rincón de su subsconciente, el deseo se hacía más fuerte, la tentación más acuciante, la necesidad más irresistible.
Y él trataba de resistirse, intentaba no ceder al vicio. Pero, pese a su esfuerzo, y pese su familia, y pese a toda la palabrería de su psiquiatra, al final sus perversiones le dominaban y, presa otra vez de la culpa y el autodesprecio, Jean-Claude Trichet[1] volvía a subir los tipos de interés[2].
No sé si el Señor Presidente del Banco Central Europeo se avergüenza o nó de su actividad y, personalmente, no creo que lo haga por ninguna compulsión irrefrenable. Tampoco sé si está casado ni si tiene hijos. El relato anterior es una simple ficción.
[2] subir los tipos de interés