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2005-01-17
De pequeño, mi hermano y yo desayunabamos sendos "colacaos" antes de ir al colegio mientras, en la radio, se escuchaba el serial radiofónico "la saga de los porretas".
Mis recuerdos de los desayunos de mi infancia estarán por siempre sonorizados por la voz asmática del abuelo Segismundo.
Por las mañanas de mis veranos en Lanjarón, moscas madrugadoras jugaban a lo que quiera que sea que juegan las moscas, que básicamente consiste en dar vueltas en el aire unas en torno a las otras. La luz (que, como todo el mundo sabe, en las mañanas de verano es mucho más lenta de lo normal) se filtraba por una rendija en la ventana y proyectaba una imagen de cámara oscura sobre el techo. La imagen borrosa e invertida de la carretera era cruzada rápidamente por algún coche o, con más calma, por un viandante matutino con su burro.
Al rato, acababa entrando en escena un esperado chaval con una carretilla, gritando el conocido sonsonete "_tooortibollooo_" (que es una forma muy alpujarreña de decir "_Tortas y bollos_" a una potencial clientela ignorante de los peligros del colesterol).
Las mañanas de Lanjarón suenan a "tortibollo" con su particular e inolvidable entonación, y al zumbido de alguna mosca retozona.
De pequeño también tenía un gran camión de bomberos, hecho de lo que hoy se consideraría peligrosísima chapa metálica, lo suficientemente grande para que yo me pudiera encaramar sobre él. Tenía una larga escalera extensible y era rojo. Fabulosamente rojo.
Yo me arrastraba sobre la alfombra y hacía rodar mi gigantesco camión de bomberos (que, según las ocasiones, podia ser tanto eso como un tren o una nave espacial).
En mi memoria, la ventana del salón siempre proyecta un revitalizador abanico de brillante (y sospechosamente irreal) luz veraniega, en el que partículas de polvo se agitan en su mística danza browniana. Y, en el tocadiscos (que es un chisme parecido a un reproductor de CDs, pero con los discos más grandes, llamados "elepés", de vinilo negro brillante), suena Demis Roussos cantando "Adios, mi amor, adios" o "morir al lado de mi amor".
La banda sonora de mi infancia está firmemente anclada en un griego barbudo de inabarcable perímetro. Bién mirado, sería difícil tener un pasado con un referentes musicales de raíces más solidas que esas.