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Publicado en 2023-05-02
Jetro era un avioncito que vivía en una pequeña pista de aterrizaje en el campo construida para recibir aventureros, investigadores y doctores.
Todos los días, Jetro salía de su hangar muy temprano. Dando graciosos tumbos despegaba y se lanzaba a volar, aunque siempre lo hacía muy bajito. Nunca perdía de vista el pequeño aeropuerto ni alzaba el vuelo más que lo necesario para ver con claridad a un conejo cruzando por la cerca.
Jetro soñaba con volar como sus hermanos mayores. Los veía salir en formación de tres a gran velocidad. Tomaban altura rápidamente y dibujaban las figuras más hermosas con sus humos de colores. Eran un verdadero espectáculo.
Pero el pequeño avioncito temía encontrarse con fuertes vientos o perderse entre colinas o nubes si hacía lo mismo.
Un día en que nuestro amigo soñaba con recorrer nuevos lugares, distinguió a lo lejos un pequeño punto luminoso que se acercaba trazando desordenadas líneas sobre el cielo, como si fuera el diestro pincel de un artista.
"Va volando muy bajo y hacia el sureste - pensaba Jetro -. Perderá la pista!".
En efecto, aquella era una avioneta en problemas. Sus motores habían fallado y se incendiaban debido a un cortocircuito. Había que dar la alarma.
Pero todos sus hermanos aviones habían salido a sus vuelos de rutina y Jetro estaba solo; completamente solo.
No sabía que hacer. No había a quién avisar y para cuando regresara con ayuda, la avioneta ya se habría estrellado. Entonces Jetro, armándose de gran valor, se lanzó al rescate. Con rapidez alzó el vuelo y se niveló con la avioneta lo mejor que pudo. La pequeña estaba aterrada, y el negro humo que despedía de sus motores le estorbaba la vista.
-- Sígueme por aquí! - le gritaba Jetro. Pero la pobre avioneta sólo iba de aquí para allá y de arriba abajo sin poder verlo, amenazando con chocar con el avioncito si este no se cuidaba. Unas veces rasaban el suelo a pocos metros, para luego empinarse hasta llegar a gran alturas, pero Jetro no se despegaba de su lado.
Al notar que no podía verlo, Jetro decidió guiarla dándole instrucciones sin cesar: Altura dos mil pies, dirección suroeste cinco grados, endereza, ángulo tal, presión tal, etc.
El tiempo se agotaba. La pista de aterrizaje ya estaba a pocos metros. En el momento preciso, Jetro le dió la señal para bajar el tren de aterrizaje, desplegar sus frenos y parar.
-- Gracias! - le suspiró la aliviada avioneta - Muchas gracias por salvarme!. Eres un valiente!
Jetro estaba agotado por la angustia, pero se sintió renacer al escuchar a la avioneta que había rescatado. Al poco tiempo llegaron sus hermanos y todos coincidieron en que Jetro había realizado un gran acto de valor.
Para homenajearlo, todos los aviones encendieron sus turbinas que le sonaron a trompetas de triunfo al pequeño héroe. Se le construyó su propio hangar y se le obsequió una placa en premio a su valor.
Desde entonces, y como todas las mañanas, Jetro sale muy temprano a volar, esta vez cruzando nuevas colinas y surcando nuevos cielos, maravillándose cada vez que ve el horizonte curvarse bajo sus alas.
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