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2005-07-15
La ecología estudia las variadas interrelaciones que se dan entre los organismos y con su entorno en un medio determinado. Como te contado alguna vez[1], es algo tremendamente complejo y con implicaciones sutiles y a menudo inesperadas.
Aunque, al parecer, se trata de una referencia habitual entre los ecólogos, yo no conocía la historia que voy a contarte ahora, hasta que la ví mencionada en el libro "Biología General" de Helena Curtis. No he encontrado información demasiado detallada (al menos, en español), de modo que he recopilado lo que hay por ahí para contarte la historia completa. La mayor parte de la información está extraida del libro Ecological Aspects of Pest Control in Malaysia[2], de Gordon R. Conway, que parece ser la fuente más detallada y fiable.
En 1955, en Borneo, la OMS andaba metida en un proyecto bastante importante: El control de la malaria[3] que, en algunas regiones del país, llegaba a afectar al 90% de la población.
La malaria es una enfermedad provocada por un parásito unicelular del género _Plasmodium_ que se transmite a través de los mosquitos. Estos no se ven afectados por el _Plasmodium_, pero pueden transmitirlo por su picadura.
Un procedimiento relativamente efectivo y ya probado anteriormente con buenos resultados era el de acabar con los mosquitos: Si se acaba con el vector que transmite la enfermedad, se acaba con esta.
Para ello fumigaron las aldeas en Brunei, Sabah y Sarawak (las regiones más afectadas) con DDT.
Creado en 1939 por el químico suizo Paúl Muller, el DDT es un insecticida bastante barato que, a bajas concentraciones, es inocuo para la mayoría de los animales (salvo para los insectos, claro). Sin embargo, es un compuesto muy estable, que permanece muchos años sin degradarse. Además, es soluble en los lípidos, por lo que se acumula en las grasas animales, lo que hace que se transimta por la cadena trófica aumentando su concentración. Además, existen indicios bastante serios de que puede ser cancerígeno para los seres humanos. En 1962, la bióloga Rachel Carson[4] escribió un famoso libro llamado Silent Spring, donde alertaba de los riesgos de este insecticida. Desde entonces, su uso se ha prohibido o restringido (al menos oficialmente) en muchos paises. A pesar de ello, hoy día se puede detectar DDT en muestras tomadas por todo el globo, incluidos lugares donde nunca se usó, como la Antártida.
Pero en 1955 no sabían nada de todos estos desagradables inconvenientes, y el DDT era considerado la panacea en la lucha insecticida.
De modo que se dedicaron a fumigar las casas de las aldeas con DDT para acabar con los mosquitos. El que no conocieran todos los problemas del DDT no quiere decir que fueran tontos: Aunque las concentracionesque se usaban no fueran peligorsas para ellos, durante las fumigaciones desalojaron de las viviendas a las personas y animales dométicos.
Y el caso es que la cosa pareció funcionar. Algunas estirpes de mosquitos desarrollaron resistencia al insecticida pero, en principio, todo fué estupendamente. Dice el refrán que "Muerto el perro se acabó la rabia". En nuestro caso, "Muerto el mosquito se acabó la malaria".
Si esto acabara así podríamos sentirnos felices por los habitantes de Borneo, pero el interés de la anécdota (y su potencial moraleja, que es a lo que vamos) sería bastante pobre. Así que es ahora cuando empezamos a hablar de los problemas.
Algunos habitantes de las aldeas fumigadas comenzaron a informar de algo bastante extraño: Los techos de su casas, que estaban hechos de paja, parecían "pudrirse", llegando incluso a derribarse. Culpaban de ello al DDT.
Pero, que se sepa, el DDT no tiene efectos sobre los vejetales. Se usaba para fumigar cosechas desde hacía mucho tiempo, y nadie había informado de nada similar a esto.
Un tal Cheng, entomólogo de la OMS, estubo investigando el asunto hasta que dió con la fuente del problema.
En los techos de las viviendas habitaba la larva de una mariposa, _Herculia nigrivitta_, que se alimentaba de la paja de que estaban construidas. En las zonas que habían sido rociadas con DDT, la cantidad de orugas encontradas era en torno a un 50% mayor que en las zonas donde no se había usado el insecticida. Las orugas se comían, literalmente, los tejados. El DDT no solo no había acabado con ellas, sino que había hecho que proliferaran. ¿Como era esto posible?
Cheng descubrió qie las larvas podían detectar el DDT, y evitaban comerselo, lo que explicaba que no las matara, pero ¿Por qué proliferaban?
Una investigación detallada dió con la causa: Una minúscula avispa del género _Antrocephalus_.
Esta avispa parasita las orugas de _Herculia_ poniendo sus huevos en ella, para que sirva de alimento a sus larvas que, evidentemente, acaban matándolas. Pero el DDT había acabado con las avispas, lo que provocó la "explosión demográfica" de las mariposas, que se convirtieron en una plaga para los tejados. Un problema ecológico.
Los "daños colaterales" de la fumigación empezaban a sentirse.
Pero, a esas alturas, los tejados eran un problema secundario.
Porque, en las zonas fumigadas, los gatos estaban muriendo.
Cualquier amante de los gatos considerará esta como una mala noticia, pero es un problema mucho más serio que una simple cuestión de cariño hacia nuestras mascotas. Porque, con los gatos muertos, hubo una proliferación de ratas. Y las ratas transmiten muchas enfermedades. ¿Habían cambiado la malaria por algo peor[5]?
Como recordarás, durante las fumigaciones se habían llevado a los animales domésticos, incluidos los gatos. ¿Qué los había matado entonces?
Al igual que con los tejados, se trataba de un problema ecológico.
El DDT no había acabado solo con mosquitos y avispas. También afectaba (aunque en menor medida) a las ubicuas cucarachas.
Las cucarachas suelen ser bichos muy resistentes y el insecticida no fué un arma muy efectiva contra ellas. Pero recordarás que te he comentado que el DDT se acumula en las grasas y se transmite a lo largo de la cadena trófica.
La cucarachas supervivientes acumulaban el veneno en su interior, que pasaba a sus más inmediatos depredadores, un gecko que suele habitar en las grietas de los hogares de Borneo. Y los gatos, además de ratas, comían cucarachas y geckos.
La acumulación del veneno fué letal para los pobres mininos.
Las autoridades sanitarias se encontraron ante el serio problema de combatir la plaga de ratas sin la otrora eficiente población de gatos: Trampas, venenos y otros sistemas son tremendamente ineficaces en comparación con un buén puñado de gatos.
La solución, en la mayoría de los sitios, resultó ser bastante simple.
Si no había gatos, habría que llevarlos.
Los habitantes de las ciudades donaron camadas y camadas de gatitos que fueron llevados a las areas fumigadas más próximas, para que reemplazaran a sus predecesores en la tarea del control de ratas.
Pero, en las áreas más remotas, la cosa era algo más complicada: No había ciudades cercanas que pudieran ofrecer sus mascotas, y había que traerlos desde mucho más lejos.
La solución la aportaría la Royal Air Force.
Las cifras hablan de unos 14.000 gatitos que fueron donados y reunidos en una base de la RAF en Singapur. En la operación, que recibió el nombre de "Cat Drop" (Que, en una traducción batante libre, significa algo así como "Lluvia de gatos"), estos fueron ubicados en contendores especiales, transportados en aviones y arrojados en paracaídas en las regiones más remotas en el que, probablemente, sea el bombardeo más extraño (y pacífico) que jamás haya llevado a cabo la aviación británica.
La ecología, como te decía al principio, es algo complejo con implicaciones sutiles e interrelaciones a menudo inesperadas. La lucha contra un parásito microscópico tuvo consecuencias que nadie podría haber imaginado. Personalmente, me fascina la surrealista imagen de 14.000 gatos paracaidistas.
[2] Ecological Aspects of Pest Control in Malaysia