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Marcos busca siempre la coherencia consigo mismo, busca ser comedido y equilibrado, pero joder, se lo ponen muy difícil, y cuando quiere practicar ese equilibrio, la empresa no le deja, así que puestos a romper el equilibrio, lo rompemos por ambas bandas.
Así pues, en una de esas idas al despacho a presentar cualquier documento, al jefe lo llamaron por teléfono móvil. Debía ser importante porque se alejó de Marcos para mantener su privacidad, y este lo aprovechó para echar un ojo disimuladamente a la mesa: pilas de papeles, curriculums de pobres desgraciadas buscando la esclavitud, un par de almanaques, y el primer cajón mal cerrado. En él había una grapadora y un quitagrapas, y sobre todo, la famosa "calculadora extrema", una calculadora-impresora con la que timaba a los compañeros/as en su puñetera cara. Y ya conoces a Marcos de todos los relatos anteriores, sus neuronas empezaron a funcionar. En ese instante el jefe se acercaba y Marcos disimuló.
Una vez fuera, su instinto le hizo analizar el lugar: no habían cámaras, el pasillo siempre estaba desierto, la única salida estaba lejos y si venía alguien se oiría el eco de sus pasos por el pasillo. Desconectó del mundo, como solía hacer, para irse al lado oscuro a imaginar gamberradas.
Pensó en meter un pájaro o rata muertos, o un montón de basura putrefacta que oliera mal... que oliera mal.... ¿y si me cago en el cajón?. Se echó a reír a carcajadas, pensó que cualquiera que lo viera pensaría que estaba loco, y quizá estaría en lo cierto.
Dedicó varios días a hacer un seguimiento, y descubrió varias cosas:
Descartó los lunes porque era día de inicio de semana y la planificación semanal hacía que hubiera mucho ajetreo. También descartó el jueves, Marcos siempre andaba por ahí y era demasiado evidente, así que eligió un miércoles a las 14:15h.
Cagó en una bolsa, se limpió el culo y metió el papel dentro también. Pensó en escribirle alguna dedicatoria, pero se habría delatado. A las 14:15 subió, pero estaba cerrado y esa cerradura era de las duras, ¡mierda, y ahora qué!. Pensó cómo conseguir entrar, y le vino a la mente la pequeña ventana de la salita de reuniones, que da a un patinejo asqueroso.
Bajó de nuevo, salió al patinejo trasero por la puerta de emergencia, trepó a la planta de arriba, donde estaba el despacho y abrió la ventana, entró, vació la bolsa en el cajón y salió raudo por donde había entrado.
Más tarde pensó que igual se había pasado, que esta vez las cosas no iban a quedar en una gracieta, y empezó a tener calor. A veces las cosas en su mente son divertidas, pero en la vida real acarrean consecuencias, pero enseguida se le pasó, "de perdidos al río, lo negaré todo y que prueben que he sido yo". Lo único que sintió fue no ver la cara de su jefe cuando abriera el cajón.