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Trouble in Paradise (1932) Ernst Lubitsch
Exercici de crítica cinematogràfica (La Casa del Cine, 2010-11). Análisis del minuto 44:50 al minuto 47:18
“You see that moon?”-dice Gaston. “Yes, Baron”- responde un camarero devoto más que servicial libreta en mano."I want to see that moon in the champagne"-dice Gaston señalando una hermosa luna llena fuera de campo. Respondiendo “Yes, Baron” por enésima vez en una intervención de un minuto y medio, el mayordomo más que camarero, anota en su cahier: “Moon in champagne”.
Gaston Monescu (Herbert Marshall) es un ladrón de guante blanco. En una de sus artimañas, corteja en Venecia a una joven condesa (Miriam Hopkins) que resulta ser otra ladrona de guante blanco. Se enamoran al minuto y juntos deciden dar un gran golpe donde Gaston tiene que seducir a una rica y atractiva viuda, Madame Colet (Kay Francis), para robarle su dinero.
El problema viene cuando esa falsa seducción, ese engaño, se tambalea y aflora una atracción real, una seducción donde el tiempo, la luna y el champagne, desconcertarán la profesionalidad de Gaston y el amor que él siente por su amada y también ladrona Lily. En esa maestría de Lubitsch para presentarnos triángulos amorosos cargados de seducción y elegancia (Angel, 1937; One hour with you, 1932), hacia la mitad de la película acontece esta secuencia en tres actos.
Tras una aparente austeridad, se esconde un juego de seducción narrado en forma de elipsis temporales y rimas visuales a través de relojes, lunas llenas y champagne; un engaño que se desvanece con el paso del tiempo, entre relojes itinerantes; que acaba transformándose entre risas cargadas de coquetería; sugerentes melodías que se vuelven cada vez más melancólicas; teléfonos sonando y, como no, puertas que se abren y se cierran al más puro "Lubitsch Touch".
El director se sirve de objetos, de voces y sonidos fuera de campo para ilustrarnos ese peligroso juego de seducción: es el summum de la sugerencia y, permítaseme la licencia de vitorear esta secuencia concebida y encadenada "grosso modo" en tres planos, como el más bello ejemplo de seducción del que yo tengo conocimiento. Algo, para mí, sublime. Un romance a caballo entre la luna, una figura femenina y una masculina, el champagne, recordando que el protagonista, desde su primera aparición, había pedido a su fiel y aplicado sirviente esa luna en el preciado brebaje. Las escenas románticas son reservadas a la nocturnidad acuciando esa ambientación tan de Lubitsch, tan exquisita y deliciosa, donde una velada se culmina con una luna llena bañada en champagne.
Lily y Gaston acaban trabajando en la mansión de la viuda rica, a quien pretenden engañar y robar. Gaston, gracias a su elegancia y porte de alta alcurnia, consigue seducir a Madame Colette, quien lo contrata como secretario personal. Gaston se instala en casa de la viuda y Lily será su secretaria, quien finaliza puntualmente su trabajo a las cinco de la tarde. Sus habitaciones se ubican en la misma planta de la casa y preside el descansillo un bonito reloj de pie. Lubitsch nos presenta un menú cerrado.
De primero y a modo de presentación, un reloj que toca las cinco en punto de la tarde. Lily ha acabado su jornada puntualmente, como de costumbre. Se despide de Gaston y le amenaza con romperle el cuello si se deja seducir por Madame Colet ya que la seducción, que a priori se presenta, es fruto de un engaño intencionado para acceder al dinero de la viuda. Pero entre reloj y reloj, ese engaño se desdibuja y Gaston es seducido. Seguimos con el mismo plano del reloj de la habitación de Gaston, primer salto temporal: el reloj cambia de hora y ahora son las cinco y doce.
Madame Colet, que sabe perfectamente a qué hora acaba de trabajar Lily, a quien ella conoce como Mademoiselle Vautier, llama a la puerta de Gaston, siempre fuera de campo y con el reloj marcando la hora. Madame Colet pregunta a Gaston si sabe si Mademoiselle Vautier se ha ido ya. Él responde afirmativamente. Ella se lamenta en un tono que desprende falsedad y, acto seguido, articula una frase en clave de seducción, dando trescientas vueltas para llegar a un camino al que casi nunca se accede en línea recta. Risas en las que suponemos que Gaston acepta la invitación como se intuye después.
Segundo salto temporal con el mismo plano del mismo reloj. Ahora el reloj marca las nueve y cinco de la noche. No hay nadie en la habitación. Suena el teléfono pero nadie responde. Es Lily. En una secuencia posterior, Lily pregunta a Gaston qué hizo la noche anterior y él responde que estuvo en su habitación. Sin embargo, ella lo llamó por teléfono a las nueve y cinco y sabe perfectamente que él no estuvo en su habitación. Ella descubre el nuevo engaño. Él estaba engañando a la viuda pero ahora la está engañando a ella.
Tercer salto temporal que incluye música romántica: el mismo reloj marca las once menos diez en la penumbra. Ha anochecido y ellos han salido a cenar y bailar, como sabremos inmediatamente. El reloj está inmerso en la penumbra, casi no se distingue la hora. Como si una nube hubiera empañado una luna llena. Sin embargo, esa penumbra se cierne sobre el primero de los relojes, aquel que asociamos con el engaño, con la conversación entre Lily y Gaston sobre el juego de seducción.
Y el engaño se hace imperceptible, se desdibuja como la luna de Cyrano: “Yo a su encuentro, solitario, marchaba. La luna, allá en el cielo, como un reloj brillaba, cuando yo no sé bien qué relojero extraño se decidió a limpiar con un nuboso paño la esfera plateada de este reloj rotundo, y así, cayó la noche más oscura del mundo”. Sus risas fuera de campo se hacen cada vez más audibles. El reloj, que sigue marcando las once menos diez, se ilumina con una luz que proviene del fuera de campo y suponemos que Gaston ha abierto la puerta de su habitación y es la luz del descansillo la que saca al reloj de su penumbra.
Después de un breve intercambio de piropos sobre su gracilidad y destreza en el baile, deciden continuar la velada en el salón. “Baila usted maravillosamente, Madame. No, es la forma en que usted me lleva. No, Madame, es su forma de seguirme”. Sin embargo, ella le propone bajar al salón a charlar un rato más. Cambio de reloj, un reloj cuadrado que toca las once en punto de la noche y que situamos en un lugar indeterminado de la casa. Un reloj que ya no asociamos con Lily. Con una música deliciosa, Lubitsch nos sirve el segundo plato, el nudo de la trama, el desvanecimiento del engaño. Gaston tiene al fin su luna bañada en champagne.
Por primera vez, la cámara efectúa un travelling hacia la izquierda, desde el reloj cuadrado hasta que se detiene ante una botella de champagne. Sutilmente nos sugiere un nuevo salto temporal y nos funde el preciado brebaje con un alejado reloj de campanario que asemeja la luna llena. Y desde ese campanario, Lubitsch hace una rima visual: une el champagne con la luna repitiendo un travelling hacia la izquierda y encuadrando, ahora sí, a una hermosa, romántica y estereotipada luna llena.
De postre y a las dos de la mañana, Lubitsch nos sirve un postre compuesto de reloj acompañado de dos travellings: el primero dulce y el segundo amargo con galletas confeccionadas con puertas de cerradura retardada que completan el plato y, a su vez, una velada aparentemente infructuosa.
En un sutil detalle percibimos que la seducción es recíproca, que implica a dos personas encadenando la luna llena con el plano siguiente donde se nos muestra el reloj de pie del descansillo tocando las dos de la mañana. La luna llena se funde con el número dos que marca el reloj. Y de hecho, cuando el reloj suena la segunda de las campanadas, el travelling ya descansa en la figura de Madame Colet.
Después de mostrarnos el tercero de los relojes, que más bien simbolizaría el triunfo de la seducción, Lubitsch hace un primer travelling a la izquierda, recordándonos el segundo reloj que se desplaza hacia la botella de champagne. En este caso, se desplaza hacia Madame Colet e intuimos que él ha caído en su propio engaño. Después del sonido del reloj: un breve silencio y, acto seguido, ella le da las buenas noches mientras su mano derecha descansa en el pomo de la puerta, con una voz intencionadamente dulce.
Cambiando de plano y en una réplica en contraplano, se nos muestra a Gaston también junto a su puerta, respetando el eje y con la diestra en la manija, deseándole también a ella buenas noches en un tono meloso. Y después de esta dulce despedida, el hechizo se vuelve melodía e impregna la escena de un romanticismo que roza el rococó. Mientras suena la música, ella se desplaza hacia la derecha del encuadre, donde preside el engaño y la pasión, esa luz del descansillo que apaga sumiendo a ambos en la penumbra. Pero la luna llena ilumina la estancia. Se dan las buenas noches, au clair de la lune, por tercera y última vez esa noche, dando por finalizada la velada. Ella se adentra en la habitación saliendo de plano y, aparentemente, cierra la puerta.
Sin embargo, la música sigue ahí y ella también, detrás de la puerta, esperando que él se desplace hacia la izquierda del encuadre, allí donde está la verdadera seducción. Acto seguido, en el otro lado del encuadre, él se desplaza primeramente hacia la izquierda, como esa luna que no es luna que es el reloj del campanario, que está lejos y que, sin embargo, en un mágico travelling, Lubitsch la convierte en verdadera. Pero se detiene a la altura del reloj de pie del descansillo. La melodía se vuelve melancólica, él apaga la luz del reloj y queda a merced de la luz de la luna que se filtra tras la ventana desde la izquierda del encuadre, mientras un silente travelling se acerca al personaje que se dirige, cabizbajo e irremediablemente, hacia la derecha y entrando de nuevo en el terreno del engaño, allí donde está el primero de los relojes que no vemos pero que suponemos allí.
Cruza la puerta, entra en su habitación y el travelling finaliza cuando la puerta se cierra tras él con una sepulcral austeridad sonora: la música finaliza. Silencio: una puerta se cierra. Ilusión en el primer travelling dulce de la izquierda del plato, allí donde está ella, el champagne y la luna.
A la derecha del plató, el lugar del engaño, allí donde situamos a Gaston y hacia donde se dirigen en realidad sus pasos ya que, después de un tímido acercamiento hacia el reloj, en un también tímido desplazamiento hacia la izquierda del encuadre, Gaston finaliza la escena apagando la luz del reloj y desplazándose finalmente, hacia la derecha del encuadre y anticipándonos el desenlace de la película, que finaliza asimismo con un sabor agridulce.
Aguantando un poco el plano, se nos muestra el reloj de pie a la izquierda del encuadre. El tercer de los relojes que presencia la tercera de las despedidas de dos personajes que se despiden a las dos de la mañana y que ahogan sus suspiros en la penumbra. Ese reloj ha dejado de ser un engaño y preside la izquierda del encuadre, allí donde está la verdadera de las seducciones.
Aquel reloj que él acaba apagando como apaga la relación con Madame Colet, a quien Gaston acaba finalmente abandonando por Lily. Reloj, puerta, silencio y, de repente, de manera furtiva, irrumpe una música ágil, que se desplaza de puntillas, descalza y zapato en mano para no hacer ruido y que acompaña a un rápido movimiento de cámara hacia la izquierda, que pisotea con prisas el reloj y, finalmente, nos encuadra la puerta de Madame Colet. La música desemboca en la puerta y se enmudece.
Oímos como Madame Colet cierra definitivamente la puerta desde dentro de la habitación y acaba la escena con una única y solitaria nota que describe la frustración de unas expectativas y podría dibujarse con una lágrima resbalando por la mejilla de Madame Colet.