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~/bitacora/
2023-01-03 ~hache
Según el registro de Archipiélago I mi entrada a la comunidad se produjo oficialmente el 4 de agosto de 2022. Por aquellos días andaba reanimando mi cuenta en
Mastodon y descubriendo cosas fabulosas del cibermundo. Así encontré primero al tildeverso y luego a Archipiélago, y por una casualidad afortunada me encontró
~diez.
Antes de eso mi entusiasmo por la cibertecnología contenía un poco de nostalgia. Recordaba mi infancia precaria y las ganas de tener una computadora solo para
hackear y sentir que había hecho algo extraordinario. Con los años los sueños deliraron en otras cosas, pero siempre tenía la deuda de hacer algo más que teclear
documentos y organizar carpetas en mi heredada laptop. Como mucho, aprendí a gestionar diversas herramientas para los fines comunicativos de mis proyectos, y
entendí buena parte del funcionamiento de las grandes redes que usaba, progresando en mi crítica hacia ellas.
Así llegué a Archipiélago, en busca de coherencia, comunidad y aprendizajes, y he encontrado todo eso. A continuación, haré un malogrado resumen de mis ganancias
y desafíos en estos meses y luego añadiré las perspectivas que voy dibujando para el año 2023. Esto es estrictamente un examen personal, pero espero que sirva de
algún modo al lector peregrino que haya llegado hasta aquí.
Archipiélago me ha compulsado a evaluar las infraestructuras tecnológicas que usamos: cómo funcionan, qué potencialidades tienen y cuánto consumen, preguntas que
pocas veces nos hacemos y definen en gran medida nuestra alienación contemporánea respecto a lo digital. De ahí que uno de los primeros retos que tuviera fuera
reconsiderar los medios con los que operaría y, en concreto, recuperar mi vieja laptop.
Se trata de una Packard Bell que tenía instalado Windows 7 para 1 GB de RAM y como procesador un Intel Atom N280 1.3GHz, pero a la que recientemente le había
instalado Q4OS, una distribución de Linux que prometía ser muy ligera. En realidad el sistema no dejó de tener problemas, y peor, se caía durante el arranque y
al rendir muchas tareas. Por eso tomamos la decisión de cambiar nuevamente el sistema y al final nos decantamos por Lubuntu. El primer intento fue con 14.04,
pero aún era muy inestable; luego probamos con 16.04 y actualizamos a 18.04, que es mi versión actual (y la última de Lubuntu para computadoras de 32-bit).
Con este sistema aún lidio con leves caídas en el arranque y algunos bugs en la interfaz gráfica, pero ha puesto a mi laptop en un rendimiento óptimo y
suficiente para mis actividades con Archipiélago. De hecho, tal situación me condujo a adiestrarme más en el manejo de la Shell y removí varios programas para
utilizar aplicaciones con interfaz de línea de comandos: mutt para correo, nano para edición, profanity para chat con xmpp y hasta toot para mi cuenta de
Pleroma. Gran parte de mi aprendizaje en estos meses ha pasado por descubrir estas herramientas y conocer cómo funcionan, e incorporarlas a mi actividad
corriente.
También avancé en mi conocimiento de lenguajes de marcado. Recuerdo haberle comentado a ~diez mi intención de convertirme en desarrollador y que estaba
estudiando los cursos de Platzi. De hecho, se lo comenté precisamente porque había leído con agrado que Archipiélago sería un lugar sin limitaciones de dominio
digital y para aprender, así que intenté aprovechar la oportunidad. Pero sucedió que choqué con los límites de pago de la plataforma y al final opté por empezar
a estudiar autodidacta con los cursos de Mozilla. A unos pocos meses ya tenía un conocimiento básico de HTML y CSS, y poco a poco empecé a construir mi sitio en
Archipiélago. Al principio mi meta fue muy ambiciosa y tropecé con las complejidades de CSS, pero luego reduje todo al lenguaje Gemtext para el protocolo gemini
y acabé conforme con la simplicidad final del sitio (servido en HTTP gracias a Lichen).
Ese proceso me llevó a otras fructíferas reflexiones y a lo que he entendido como buenas y sanas prácticas. En primer lugar, comprendí el costo que tenía gran
parte de la edición y servicios de la web, costos de tiempo personal y energéticos para la naturaleza, sin hablar de los préstamos a la economía de la atención
que se hacen compartiendo determinados estándares. Desde entonces me han interesado más las tecnologías ligeras y responsables que se relacionan con una
determinada comunidad pero que se abren como propuesta de una Internet distinta y más democrática y libre. Eso se concreta en los protocolos, softwares y
lenguajes que usamos, los recursos que decidimos emplear, las expectativas que tenemos y hasta los tiempos que invertimos. Esto último me vino muy bien en un
contexto de una relativa hostilidad para mí.
Hablo del escenario particular que tiene Cuba marcado por una crisis profunda (la más grave de su historia en 60 años), y el propio mío atravesado por el
subempleo y la paternidad, y más recientemente por el robo del teléfono celular que utilizaba para casi todas mis relaciones y compromisos. Partiendo de esta
situación, los ritmos que exigen los vínculos virtuales hoy nos saturan de ansiedad y frustración, nos enajenan también de la realidad y de un consumo racional,
y se colocan como cómplices de diversas relaciones de poder donde los usuarios acaban cediendo siempre su libertad. Haber encontrado al menos esta salida, que
más que propuesta es una experiencia, ha sido un grato episodio del 2022 con aspiraciones a ser desarrollado y compartido con el resto de las comunidades con las
que interactúo.
Al respecto, me encantaría abundar más sobre estas prácticas que he descubierto, pero espero próximamente darles un espacio en el blog para al mismo tiempo
polemizar con aquellas alternativas que se narran desde lugares distantes económica y culturalmente de nuestras comunidades tropicales. Por ahora, sí es
necesario decir que los modos de construir y consumir Internet son urgentemente cuestionables, y en esa crítica nuestra región debe tener una voz propia, y
singularmente Cuba con su enorme brecha digital.
Debo hablar también de las potencialidades de la poesía que he visto desplegadas a partir de la tecnología. Fue buscando la conjunción de ambas que ~ness me
sugirió contactar a Allison Parrish, quien dedica parte de su vida a eso. Con ella llegué a una antología latinoamericana de literatura electrónica. La
definición era totalmente nueva para mí, pero vino a satisfacer lo que buscaba. Luego también hallaría la propuesta de la revista online Tapier, y por otro lado
se me ocurriría el traslado de la técnica dadaísta del cadáver exquisito a la web. Así nace el dada-e, próximo a materializarse. Con él me propongo probar las
posibilidades de la poesía desde el entorno de la web y construir al mismo tiempo un interés sobre el discurso de una poesía colectiva y disidente.
Me queda referir especialmente el valor de nuestra comunidad. Archipiélago tiene como principio reunir a usuarios de la región de la América Media, espacio que
guarda particularidades tecnológicas singulares que posibilitan discusiones e intercambios muy específicos en relación a lo que pudiéramos llegar por separados
en otros grupos virtuales. Y es que de algún modo nuestra región queda excluida a menudo, ya sea en cuanto a códigos culturales, como en cuestiones tecnológicas
(y sobre todo de acceso). Creo relevante mencionarlo porque ello define mejor las condiciones y nociones desde las que nos comunicamos, gracias a las cuales ha
sido relativamente rápido ese proceso de identificación de nuestra comunidad digital.
De ahí que en los meses transcurridos pueda dar testimonio de un espacio amable, cómodo, seguro y dado al aprendizaje colectivo. En Archipiélago habemos toda
clase de subjetividades, un poco más inclinadas a expresiones artísticas y culturales (teniendo en cuenta nuestros estudios e intereses), pero reunidas sobre
similares perspectivas tecnológicas y otras afinidades. No daré detalles que violen nuestra privacidad, no obstante, agradezco nuevamente compartir espacio con
personas tan plurales y asertivas, y disfrutar de la complicidad que se teje desde nuestras identidades compartidas.
Los servicios son otra parte importante de nuestra comunidad. En principio, es una responsabilidad colectiva mantenerlos, y parte de nuestra experiencia pasa por
aprender a manejarlos y dedicarles una cuota de energía. Particularmente señalo la radio, que tiene el grandísimo valor de compartir ininterrumpidamente la
música de la región de América Media. En mi caso, no he tenido el tiempo suficiente para entregarme del modo que quisiera en la gestión de este servicio, pero ya
defino como perspectiva para este 2023 dedicarle más energía y la posibilidad de agregarle otros contenidos. También me motiva mucho el foro que queremos
construir para ampliar los debates que a menudo tenemos en nuestra sala privada, entre los cuales marcamos como prioridad las reflexiones sobre un solarpunk
latinoamericano. Valórese además nuestra wiki, donde se ha documentado gran parte de la gestión misma de Archipiélago, y que ofrece la probabilidad real de
expandir experiencias como esta dentro de nuestra región, aprovechando pocos recursos y conociemientos básicos de informática.
Cierro este resumen escaso con las tareas que pienso ampliar en 2023. A grosso modo, me gustaría continuar desarrollando el proyecto del dada-e y observar
posibles secularidades del mismo. Ya pronto debo agregar un nuevo espacio en el atlas de ~isla infinita~ donde coleccionaré iniciativas y discursos comprometidos
de algún modo con la conjunción de la tecnología y la poesía. También tengo pendiente una traducción de un texto de Parrish sobre los modelos de lenguaje muy
interesante, y quisiera colaborar más con nuestra isla ~trafalnum. A este blog quiero sumarle más contenidos, reflexiones, notas, y eventualmente puede que le
construya un feed RSS o gestione algún boletín por correo electrónico. También me gustaría colaborar en contenidos y eventos con otras comunidades, y estrechar
más el trabajo con las demás islas de Archipiélago. Por supuesto, en lo que va de año espero aprender mucho más, tal vez comience a dominar el scripting, y
progresivamente intentaré sumarle más valores de los que construimos con la informática pequeña a mi experiencia digital pública.
Muy optimista estoy. Eso también se lo debo a quienes me acompañan en Archipiélago, y perdonen si no les he hecho justicia suficiente acá. Mi expectativa gira
alrededor de la idea de que nuestro ritmo y energía colectiva ha alcanzado resultados bastante grandes para una comunidad tan pequeña, y a partir de ahí podemos
continuar desarrollando nuestros objetivos más inmediatos. Tengo la esperanza de que más personas se nos unirán y podremos construir más cosas, las estrictamente
necesarias y suficientemente valiosas. Entonces, que venga el 2023.