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(Escrito en agosto de 2017)
¿Por qué un viaje como éste? Supongo que quería algo de aventura que no significar tener que lanzarse por un barranco. Quería un viaje de verdad, a algún lugar remoto, de naturaleza y que, aún así, me fuera accesible. Y bueno, luego está el tema del kayak. Desde mucho tiempo me habían fascinado esas pequeñas embarcaciones y cuando lo probé, quedé enganchado. Las Summer Isles, con su gloria salvaje significaban cumplir dos sueños de la infancia a la vez.
Encontré mi viaje en Wilderness Scotland. No me preguntéis si fue fácil o difícil, o qué me llevó allí, porque ya lo había encontrado en dos años y sinceramente no me acuerdo. No me había decidido hasta ahora porque: a) no sabía manejar un kayak y b) no me sentía bien económicamente. Seamos sinceros: nunca había intentado nada como esto antes y ya peino más de cincuenta canas. Lo que no ayuda.
Valga por adelantado que no sé que hago aquí. Nunca he sido nada que pueda llamarse deportista; trabajo en una oficina y tengo un cuerpo a juego de cuarentón. Lo único que ha cambiado eso es mi entrenamiento.
Pues bien, me han dejado, —esa es mi sensación— formar parte del grupo de entreno del Aula de Piragüismo de la ULPGC. Hice una travesía, de ahí me hice un curso y luego me enganché a practicar los sábados un par de horas por la mañana. En total habré estado unos diez meses: ese es mi bagaje.
Doy por finalizada la vorágine de compras. Es sorprendente la cantidad de cosas que supuestamente se necesitan para ir en kayak tan al norte. Aquí en Canarias, con una camiseta y un bañador ya vale para una tarde. Allí la lista es larga. Por lo que valga, ahí va un resumen.
Apenas hay equipo específico de kayak porque eso lo ponen los de Wilderness Scotland
Lo que me queda seguro es un montón de vértigo que me surgió en Decathlon, pensando en que ya en 6 días salimos para Escocia. Por fin parece real.
La aventura
No estoy seguro de que pueda llamarse aventura a nada de lo que haya hecho en mi vida, pero esto es de lo que más se parece.
Un día típico no existe, pero digamos que empezaba con un desayuno de «porridge» (avena) y té, continuaba con una excursión en kayak en torno a alguna de las «Summer Isles» y terminaba montando las tiendas en algún lugar remoto y solitario, para luego quizás salir por el campo y acabar cenando en el tipi.
La comida era según la costumbre británica, esto es muchas veces pero poca cantidad aunque más energética y mejor hecha —a pesar de las condiciones—, como corresponde a la actividad y el frío que pasamos. Además del «porridge», comíamos mucho jamón, bacon, panes planos de estilo "pita" o similares, queso de las Orcadas, —mi nuevo amigo— y estofado para las cenas. ¿Algo más? Chocolate, m&m's, plátanos y naranjas.
En cuanto a la acompodación, dormíamos en tiendas de camapaña individuales, muy simples de montar, de la marca Terranova, pero no me preguntéis el modelo. Apenas tienes espacio para dormir y guardar tus cosas, pero son muy duras y aguantaron todo lo que nos echó el mundo de viento y agua, que fué bastante. 🥰 No fantástico, pero he dormido en sitios peores.
El baño consitía en la clásica combinación de pala y bolsa estanca con un rollo de papel higiénico aplastado. Para el número 1 uno iba a un lugar tranquilo, para el número 2 te llevabas una palita de jardinería, cavabas un agujero y a hacer de vientre que, —completada la tarea biológica—, cubrías luego con tierra, para prevenir moscas. En una próxima ocasión puede que me lleve mi propia pala, para no tener que buscar la palita común en medio de la noche, con su fresca lluvia de las narices.
El tiempo en el kayak fue lo más memorable de todo. En general, desde un punto de vista técnico, no tiene nada de especial. El viento no fue en ningún momento exagerado y jamás tuve la sensación de que podía volcar, aunque seguramente en esto estuvo el buen hacer de los guías. Tuve, eso sí, que acostumbrarme a usar la orza, que es una gran ayuda cuando se conoce pero un obstáculo cuando no.
Básicamente la bajas para mantener el rumbo a favor del viento.
Lo mejor era la experiencia en sí. En cuanto te ajustabas el cubrebañeras el kayak te acurruca en su interior generando un calor que te separa del frío exterior mientras que, al mismo tiempo, por contradictorio que parezca te va integrando en el paisaje. Palada a palada vas perdiendo la creencia de ser algo separado y extraño a la naturaleza, mientras te difuminas en el horizonte.
El momento culminante de esto es cuando, lejos de las gaviotas, estamos todos en silencio y no se escucha sino la música de las palas y de las embarcaciones al rozar el mar. En esos instantes, muertas todas las preocupaciones, nada puede recordarse, nada se piensa, cada segundo se vive con la simplicidad de un niño; cuerpo y alma son uno en un solo goce.
Las Summer Isles son también el paraíso del kayak por ser un micro-mundo de costas caprichosas, salpicadas de cuevas, ensenadas minúsculas y estrechos. A un lado está una corriente, a cien metros el mar picado, a otros cien un bosque de algas y poco más allá de un estrecho imposible para cualquier embarcaoción que no sea un kayak de plástico, una verdadera pista para correr. Y todo esto puede cambiar en diez minutos.
Para alguien como yo, poco acostumbrado a hacer el cabra, meterme entre las cuevas y explorar los arcos de piedra, da una tremenda satisfación de victoria. No hay frío, ni midgets, ni cansancio y si los hay, nada importa porque tu espíritu no tiene espacio para sentir nada que no sea felicidad.
Paleando en nuestros kayaks
La fauna que nos encontrábamos más frecuentemente eran aves marinas: cormoranes, gansos, guillemotes, algún halcón, algo que se parecía a una golondrina y gaviotas; gaviotas por todas partes, las verdaderas reinas de este mundo mágico, como dirían en un documental. Todas guardaban un escrupuloso respeto a nuestra presencia, levantando el vuelo en cuanto nuestros kayaks se acercaban demasiado para su gusto; lo que es una pena.
Tanera Mór (Tanera Mayor) es la única habitada de las Summer Isles y vive de la acuicultura y del turismo. En este último aspecto cuenta con su propia oficina de correos que comparte habitación con una cafetería a diez metros del mar. Te acercas en tu kayak paleando tranquilamente por la bahía, a distancia tranquila de las granjas de salmones, con la más suave de las brisas. Desembarcas, con cuidado de no meter el pie en las medusas que ha traído el mar, y te diriges al café. Allí te espera té y queques (bizcochos), verdaderamente hogareños, servidos con la más hermosa de las sonrisas. ¿El precio? La voluntad, que va a apoyar ONG's de conservación del medio y un proyecto social de asistencia a personas ancianas y enfermas de la zona. Todo muy rico.
Terminado tu café, o lo que sea, puedes ir al mostrador donde los camareros son ahora carteros. Compras una tarjeta postal y la mandas, al estilo antiguo, con dos sellos. Uno de ellos para cubrir el viaje de Tanera al continente y otro, el normal de correos, para que llegue a la dirección final. A las Summer Isles no le falta nada para saltar a los cuentos.
(Nó sé si esto seguirá después del COVID)
Las focas tenían una relación curiosa con nosotros. Si se acercaban a la playa donde habíamos desembarcado, —que sin duda consideran suya—, se sumergían todas menos una, que vamos a llamar Dora la exploradora. Dora se acercaba entonces un poco más, examinando nuestros kayaks con todo detalle y, después, a nosotros para, satisfecha su curiosidad, volverse a sumergir y desaparecer entre las olas.
Las voces lejanas de los niños
Debido al hermoso silencio de las islas, las voces pueden viajar kilómetros si el viento ayuda. Esto puede causar sorpresas al principio porque puedes creer que tienes una gaviota justo detrás de tu tienda cuando en realidad está muy lejos. Pero también me pasó algo mágico:
Estaba solo en una de las elevaciones de Tanera Mór, examinando muy lentamente las plantas, según me gusta hacer a mí, mientras otros estaban subiendo a lo más alto, cuando empiezo a escuchar voces de niños, de las que solo pude entender algunas palabras: "dad, [...] seals [...] look!". Entonces al mirar, los veo lejos y chiquitos, junto a su padre, corriendo junto al mar.