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Creo que me caí en la cuenta por primera vez hace unos treinta años, viendo un documental que rescataba propaganda anarquista, durante la locura de la guerra civil española —de la que no siento sino vergüenza— en la que se enorgullecían, y documentaban, la cacería de curas, con el declarado fin de matarlos, comparándolos con cuervos y cucarachas. La falta de humanidad por sus propias palabras y documentos se me quedó grabada para siempre. Pero pensé que serían cosas de fanáticos en una época de fanatismo, cuando la humanidad se vuelve loca, cosas de las guerras y todo eso. Los nazis en este respecto resultan ser unos tipos curiosos, escondían algunas cosas, como el genocidio judío y publicitaban otras, a veces con el objetivo de meter miedo, pero otras porque estaban muy orgullosos de lo hecho. Tres cuartos de lo mismo se puede decir de la Unión Soviética, y podría dar muchos otros casos y ejemplos. Hasta la mitificada revolución francesa y muchas independencias de toda clase y color tienen sus cadáveres escondidos en el armarios y crímenes de los que no admiten crítica. «Tú no viviste esos tiempos,» te puede largar el que tampoco los vivió, ni le tocó estar entre las víctimas.
Ayer, ver a los de Hamas enorgullecerse de secuestrar mujeres —entre otras muchas cosas— me recordó, de nuevo, todo esto. Tampoco lo olvidaré.
Pero ahora también recuerdo, y esto es lo que me hiela la sangre, que también la gente común en tiempos normales se enorgullece de hacer el mal. Y así se filma borracheras y violaciones, estupideces al volante, robos, secuestros, gamberradas y salvajadas de toda clase y especie. Luego vendrán las lamentaciones ante la policía —y ante la policía de la estupidez si existiera— pero ahí estaban, tan felices, grabándose a sí mismos y publicando sus hazañas ante todo el mundo.
Soy uno de los idiotas que quiere la unidad de la humanidad, porque la mayoría parece querer quebrarla en trocitos cada vez más pequeños. Hace unos años me hubiera gustado repetir aquello de «El Yangtzé en llamas», «Maldita sea su bandera», malditas todas las banderas», y pensar que decía algo inteligente, aún visceral. Pero el mal también está en la gente, en el corazón mismo de cada cual. Hoy no tengo fuerzas para rebatir ni a Calvino ni a Hobbes.
¿Qué puedo responder? ¿Qué me puedo decir?
«Ein li eretz acheret», no tengo otra humanidad, no tengo otra Tierra. No puedo dejar de susurrar en su corazón otra forma de vivir, no puedo callar y no lo haré, este es mi hogar.
«Lo avater.»