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NacĂ y me criĂ© en un barrio obrero de extrarradio en los 80. Fue una Ă©poca difĂcil. ReciĂ©n salidos del franquismo, la apertura trajo la Movida o los mundiales de fĂștbol de 1982, y con Ă©l entraron otras cosas que hasta ese momento se desconocĂa, como la heroĂna. La gente tenĂa ganas de experimentar, y con la heroĂna se experimentĂł mucho. InundĂł las ciudades y sus barrios y mucha gente cayĂł, los que podĂan permitĂrsela y los que no. Eso trajo una pobreza aun mĂĄs brutal que la que ya tenĂamos enquistada, herencia maldita del franquismo.
NacĂ en el 76 y crecĂ en los 80 en la "ciudad sin ley". Solo tenia que decir de dĂłnde era para asombrar a la gente (algunos me miraban con miedo, otros con condescendencia, otros con compadecencia).
VivĂ la droga en las venas de vecinos y amigos. Las jeringuillas inundaban parques, descampados y calles; allĂ donde miraras veĂas 3 o 4, aun con la sangre de su vĂctima, 'chuta' que algĂșn alma en pena reutilizarĂa para su prĂłximo pico. Muchos murieron de sobredosis, el SIDA hizo el resto.
Cuando ibas por la calle, sabĂas que al llegar a la esquina te iban a atracar, daba igual si era en la primera o en la siguiente. A veces te atracaban 2 o 3 veces, que habĂa que decirle al pieza "ya me ha atracado tu colega", y esperar la paliza de turno por no llevar nada. Y era jodido porque en casa tenĂamos que ahorrrar para ser pobres, nunca llevaba dinero (jamĂĄs tuve semanada), ni tuve nunca reloj, ropa o deportivas de marca, etc, y ellos lo sabĂan, pero cuando el mono aprieta, hay que buscarse la dosis.
Eso hizo desarrollar un instinto de supervivencia. Cuando ibas por la calle tomabas tus medidas:
Esto lo asimilabas como si hubieras nacido con ello, hasta tal punto que 40 años después, aun se conserva.
Era habitual escuchar insultos, gritos, bronca, peleas, el ruido de cristales rotos o persianas reventadas en los 'palos' que daban, y las tradicionales sirenas de la policĂa nacional (cuando venĂa). Los trapicheos eran evidentes, nadie se escondĂa, se traficaba con todo, a plena luz del dĂa (o de farola).
Era curioso. Los choris del barrio no solĂan dar palos en su propio barrio, se iban a otros, pero otros venĂan al tuyo, asĂ que en el fondo daba igual, casi que preferĂas que te robara el vecino, que lo conocĂas a Ă©l y a sus destrozados padres, y sabĂas que no te iba a hacer (demasiado) daño.
Pasado el tiempo era hasta gracioso ver por la calle a algĂșn menda cargando una tele, un radiocassette o incluso salpicaderos de vehĂculos cuando empezaron a hacer los coches con la radio incorporada. Hasta entonces las radios se sacaban y te la tenĂas que llevar si no querĂas perderla de vista para siempre, aunque siempre estaba el espabilao que la dejaba debajo del asiento, como si los choris fueran gilipollas.
Mi padre dejaba siempre el coche abierto, porque se cansĂł de que lo forzaran y dejarse una pasta en bombines, por lo menos asĂ no le jodĂan las cerraduras, total, se lo iban a llevar igual.
AprendĂas a moverte, a tratar con cierta gente, a robar en tiendas, a engañar en bares para que te devolvieran el dinero de una botella que habĂas sacado del container (sĂ, hubo un tiempo que cuando comprabas una botella de vidrio en un bar, cuando la devolvĂas vacĂa te daban un dinero, como en Alemania hoy con el reciclaje), o a engañar a los locales que tenĂan maquina expendedora de bebidas, diciendo que se habĂa tragado la moneda que nunca pusiste.
Jugabas en la calle hasta tarde, las madres te llamaban por la ventana, y tĂș siempre querĂas quedarte mĂĄs tiempo, pero despuĂ©s del segundo aviso, bajaba tu madre con la zapatilla en la mano, o peor, tu padre, que no le hacĂa falta zapatilla.
La inseguridad hacĂa que existiera una "red de madres". Cuando salĂas a la calle tu madre te decĂa "no te alejes mucho, hasta la plaza como mucho", y tu respondĂas "siiiiii mamĂĄ", pero luego ibas donde te daba la gana con tus coleguitas, compañeros de aventuras.
Cuando regresabas, tu madre ya te estaba esperando con los brazos en jarra: "Âżdonde has estado?", preguntaba de forma retĂłrica; la respuesta ya la sabĂa, y tĂș sabĂas que la sabĂa, pero probabas: "en la plaza con el AndrĂ©s y el Antonio", y entonces empezabas a prepararte para los gritos o para algĂșn zapatillazo si se te habĂa ido la castaña y te habĂas alejado demasiado.
ÂżPero cĂłmo sabĂa donde habĂas ido si no se habĂa movido de casa?. Años despuĂ©s lo supe: las madres del barrio se iban asomando de vez en cuando, o controlaban cuando iban a comprar, y como todas se conocĂan, se pasaban el parte por el fijo (no existĂan los celulares): "Pepi, he visto a tu hijo en el parque del caballo", "Nieves, he visto a tu JoselĂn en la parada del metro". Que se rĂa el servicio de espionaje de cualquier paĂs, esa red de madres era muy efectiva.
Y la red de padres... buf. Eran todos unos borrachos, en cada tramo de calle habĂa un mĂnimo de 2 bares, a petar siempre de parroquianos, y se iban cambiando de uno a otro a lo largo y ancho del barrio. Se envalentonaban enseguida, achispados por el vino que devoraban, y era habitual ver tĂos de 30 y pico o 40 y tantos haciendo flexiones en la calle, trepando a algĂșn ĂĄrbol, y todo tipo de retos absurdos que rĂete tĂș de los challenge de facebook o tiktok.
Pero esa red de padres era chunga. Estaban muy quemados muchos de ellos, cansados de que su hijo drogadicto les robara lo poco que les quedaba en casa, o de tener que ir a visitarlos a la cĂĄrcel, y estaban muy locos, asĂ que cuando trincaban con las manos en la masa a alguno (de los que venĂan de afuera), el escarmiento era atroz, desde machacar la mano con un martillo, a secuestrarlo entre varios con un coche, llevarlo a un descampado y casi matarlo de una paliza, sin duda descargando su ira contra sus hijos en esos pobres mindundis. O como hizo mi padre un dĂa que vio a un pieza metiĂ©ndose conmigo y con mi hermana cuando eramos pequeños. SubiĂł a casa a por la escopeta de caza, la cargĂł, y se bajĂł a la calle. AmenazĂł de tal manera al prenda que jamĂĄs volvimos a verlo.
Los avisos en casa eran constantes, "no pruebes nada que te den", "no me gustan las amistades con las que vas", "no hagas cosas que no quieras por quedar bien", "si tuvieras cualquier problema puedes decĂrnoslo", etc. Yo pensaba que mis padres eran unos pesados, pero años despuĂ©s lo entiendes.
Y en el colegio, mas de lo mismo. Todos los compañeros eran bastante enrrollados, incluso los mĂĄs delincuentes, pero siempre habĂan un par de abusones por clase que te jodĂan la vida. Hoy el bulling se ha multiplicado por efecto de las redes, pero es mĂĄs pĂșblico a la vez; antes se llevaba en secreto, y si se te ocurrĂa contarlo en casa, la respuesta por parte de tu padre era "aprende a defenderte" y la de tu madre, ninguna, se limitaba a mirarte con tristeza.
Siempre va a haber un Israel, un Pizarro, un Alex o un RaĂșl en la vida de todo ser.
Hoy es diferente. Se dice que el mundo es muy peligroso, y es cierto, hay que tener mil ojos, pero no es ni de lejos como fue en mi infancia, y menos con los avances tecnológicos y de vigilancia. Pero es lo que hay, sobreproteger a los pequeños, idiotizarlos, cohibirlos e infantilizarlos de por vida, y luego nos quejaremos de la generación de cristal.