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Trabajo en un hospital. Antiguamente era atendido por monjas que trabajaban y vivían allí. Con el tiempo fue entrando personal 'civil' que compartía tareas, y poco a poco fueron siendo sustituidas conforme se iban a otros centros o se iban muriendo. Como vivían allí no se las podía echar.
Cuando entré en 1998, hacía unos 5 años que la última monja se había ido.
El hospital había crecido mucho, y mientras habilitaban un vestuario más grande, habían ubicado uno temporal en la última planta, el antiguo hogar de las monjas (hoy dirección).
Me contaban todo tipo de historias sobre espíritus, ruidos, movimiento de objetos, pero la verdad es que lo hacían en un entorno de cachondeo, y yo pensé que como era el nuevo tenía que pagar la novatada.
Pasaron años sin que sucediera nada, hasta que un dia, a un compañero de servicios generales, (el Antoñillo, en diminutivo, un jienense que medía metro 90 y pesaba como 130 Kg) que hacia faenas de limpieza, lo vi correr como Usain Bolt en los 100 metros lisos, en la zona de los bajos, la nueva ubicación de los vestuarios, saliendo de uno de los 2 lavabos que estaba limpiando.
Salí detrás preocupado, y lo encontré sentado en el almacén. Imaginaos la escena: un tío de 1,90 y 130 kg, medio desplomado en una silla que a todas luces se veía insuficiente para ese cuerpazo, blanco como la leche, mientras la compañera de almacén le daba aire con una carpeta.
Con el alboroto ya habíamos allí unas 6 personas, y el Antoñillo que no soltaba prenda, ahogado perdido de la carrera, vamos, que no corría así desde hacía por lo menos 30 años, solo señalaba hacia la zona de los lavabos mientras negaba con la sudorosa cabeza.
Cuando recuperó el resuello y se calmó, nos contó lo ocurrido.
Estaba limpiando el lavabo, y cuando levantó la vista al espejo que había justo delante, vio a una monja parada detrás suyo, se giró de golpe y allí no había nadie.
El susto que se llevó el pobre hombre, policía de profesión en excedencia, hizo que subiera a dirección a decirles que nunca más bajaba a esa zona y que a partir de ese día no quería trabajar solo, que si no, le hicieran la cuenta que se iba. Estaba realmente aterrorizado, aceptaron sus condiciones y le dieron unos días libres porque lo vieron visiblemente atemorizado.
A los pocos años se volvió a Jaén y no volvimos a saber de él.
PD: Esta historia absolutamente real aparece en el relato "Con nosotros", otro relato basado en hechos reales que ya contaré otro día.