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Privacidad digital,software libre y otras utopias

La desigualdad en el trato de la información digital se ha asumido en los últimos años como un dogma tecnológico. Se ha aceptado que el precio de la comodidad es nuestra información, algo así como una moneda de cambio o una especie de sacrificio del cual se nutre la tecnología para funcionar. Parece un “precio justo” a pagar, dentro de ese esquema social y económico que hemos aprendido al cabo de unas cuántas generaciones. Además, en diversas redes sociales privativas (cuyo objetivo no es otro que facilitar a las usuarias este ritual de ofrenda de datos) podemos observar pequeñas y grandes reivindicaciones, espontáneas y ruidosas, pero en su mayoría faltas de continuidad y organización. Este espejismo de reivindicación puede ser el mayor obstáculo para la soberanía de las usuarias, pero desde luego no es un problema incipiente, ni siquiera es un problema nacido en Internet.

Tras la segunda guerra mundial, las preocupaciones surgidas entorno al totalitarismo ocuparon el interés de varias autoras. El tema de la libertad adquirió un matiz estrechamente relacionado con la tecnología, de modo que se hablaba: del desarrollo de la tecnología y maquinaria como irracional y dominante, y la oposición a dicho desarrollo como el arma de lucha por la libertad (Macuse); La tecnología como una demostración más de fuerza y violencia, de modo que la libertad de las personas tenía que buscarse a través de las acciones tangibles, de lo práctico (Arendt); la tecnología como un modo de transformación de la sociedad, tan intrínseco en su tejido que podía cambiar la mentalidad de las personas y que a su vez la libertad se alcanzaría mediante la comunidad (Weil). Tomando esta última autora como referencia, es lógico pensar que, si la tecnología transforma el pensamiento de las usuarias, y se comprende la tecnología como un trabajo comunitario, éste es uno de los muchos caminos para moldear una sociedad menos individualista.

Que una tecnología colaborativa empuja a una sociedad colaborativa no es ningún misterio, es de hecho el origen del software libre. El hecho de que gran parte del desarrollo tecnológico actual es opaco y se nutre de la información de las usuarias (pero no de su colaboración), es preocupante porque moldea una sociedad donde las usuarias no tienen decisión, control ni acción en la sociedad. Basta con pensar en la tecnología que más utilizan las personas, en general, para darse cuenta de que tiene un desarrollo cerrado en el que no se han puesto ni se podrán poner de manifiesto las sus necesidades reales salvo que tenga el beneplácito de sus creadoras, a modo de favor y sólo si les aporta algún tipo de retribución material.

Algunas redes sociales como Twitter o Facebook, han eliminado información a su gusto para alegría de unas y enfado de otras. Whatsapp ha hecho publica su intención de manejar datos bajo condiciones absurdas a sabiendas de que, aunque se genere mucha indignación durante un fin de semana, la vida seguirá, gran cantidad de usuarias seguirán confiando (o usando irremediablemente con desconfianza) sus servicios y la indignación pasará a otra tema de moda la semana siguiente. Y es que por mucho que las usuarias hagan ruido, ese activismo es tan sólo un espejismo, pues su colaboración no es real, no lo era desde el momento que firmaron términos y condiciones con una tecnología cerrada. Cuando una sociedad se rinde a asumir “sacrificios” a cambio de deseos, pierde por completo la participación activa en la sociedad. En el momento en que se asume la tecnología como medio y como fin , protagonista (en lugar de como herramienta de ayuda) al mismo tiempo que se cede su completo desarrollo al capricho ajeno, nos encontramos con el temor de Macuse: una tecnología irracional y opresiva, cuyo único objetivo es la de persuadir a las usuarias para que les cedan más y más información.

Un sector importante de la comunidad de software libre acude, ante esto, al consejo del propio autor: la oposición. Una completa oposición a esa tecnología que ahoga a las usuarias, pero al mismo tiempo estrecha tanto sus límites que deja fuera a gran cantidad de personas (de usuarias). Un movimiento por la libertad de cualquier tipo (de la tecnología, en este caso) que no es capaz de abstraerse para crecer, carece de sentido práctico. Puede ser bonito, pero será ineficaz. Si se comprende el desarrollo tecnológico como algo únicamente técnico, se corre el riesgo de perder el horizonte. ¿Qué es la tecnología si no una herramienta de ayuda a las personas? Entonces, ¿por qué no es descabellado pensar en sacrificar a las usuarias y su soberanía a cambio de mantener el ritmo del desarrollo tecnológico tal y como lo vivimos? ¿no será que se está confundiendo comodidad con dependencia?

Otro de los problemas presente en la comunidad del software libre, y que impide su crecimiento en gran parte de sus seguidoras, es es aislamiento frente a otras comunidades con más experiencia organizativa y reivindicativa, como puede ser el movimiento feminista, LGTBIQ+ o los CSO. Para que el discurso del software libre fuese coherente, ésta tendría que tener un claro objetivo de colaboración y aprendizaje de éstas comunidades, y de servir de amplificador y apoyo, del mismo modo que un discurso coherente de soberanía, digamos por ejemplo feminista, debería incluir la soberanía de sus herramientas digitales. Básicamente crear una red de apoyo mutuo que permita recuperar ese control por el desarrollo social.

Para que esto fuera posible en algunas comunidades de software libre, habría que revisar su esquema de prioridades, y analizar en que posición se encuentran las usuarias y las necesidades tangibles de las personas en su día a día (de todas), más allá de la autocomplacencia técnica o buscar que un sólo individuo consiga deshacerse de todas sus dependencias privativas aislándose del mundo. Por supuesto cada usuaria tiene la libertad de elegir, pero ese objetivo no define, realmente, las necesidades de una comunidad basada en la colaboración.

En resumen, la desigualdad de la información que generan los servicios privativos, que nos ofrecen comodidad a cambio de nuestra completa transparencia (usada para crear marketing incisivo y acorralar a las minorías por dinero, entre otras cosas) bloquea la posibilidad de las usuarias de ser partícipes en el desarrollo social y genera la falsa sensación de que la tecnología tan sólo puede ser desarrollada por técnicos, cuando de hecho hace falta multidisciplinaridad. Además convierte a la tecnología en protagonista, como un ente semi-divino cuyo desarrollo está por encima de cualquier derecho y por tanto el fin (mantener ese sistema de desarrollo) justifica cualquier medio. Si las usuarias quieren aún tener un mínimo control sobre la sociedad en un futuro próximo y lejano habrán de reivindicar su soberanía mediante la práctica, la crítica en sus propios círculos colaborativos, y olvidarse de dejar en manos futuras la construcción de utopías.