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~/bitacora/
2022-12-08 ~hache
Registraba papeles viejos cuando encontré el contrato de mi primera (y única) línea telefónica móvil. El documento data de diciembre de 2011, y en ese momento Internet no era todavía en Cuba ese fenómeno masivo que conocemos hoy. Hasta esa fecha la red de redes solo era accesible en pocas salas de navegación, casi siempre hospedadas en centros laborales específicos vinculados a la ciencia y la cultura, o en embajadas y recintos diplomáticos preparados para eso. En casi todos los casos los únicos servicios disponibles eran el correo y el buscador, con una gran cantidad de sitios vetados y un control estricto sobre las trazas de navegación.
Alternativamente existía una intranet más popular a través del servicio Infomed que inicialmente se instalaba en casa de los profesionales y trabajadores de la salud, la cual también llegó a otros hogares mediante el pago (indebido) del servicio. Desde la página principal de la plataforma, aparte de información médica, se podía acceder a contenidos poco comunes descargados de Internet y también tenía soporte para correo, creo que internacional. Aún más el margen estaba la red independiente SNET, pero de ella hablaré otro día.
Reviso y en 2014 había contratado mi primer correo (nacional) mediante la plataforma Nauta, desde la cual ETECSA —único proveedor y monopolio de las telecomunicaciones cubano— comenzaría a liberar los servicios de Internet. En ese entonces usaba un viejo Samsung con pantalla deslizable y hoy me parece increíble que con él enviara varios y largos correos, lo cual era una relativa ventaja respecto a la mensajería instantánea que todavía era muy cara.
Dos años más tarde hubo un pequeño despegue con la apertura del correo y la navegación internacional, durante el cual se fueron creando progresivamente zonas WiFi en varias localidades del país para desde ahí acceder al portal Nauta y luego a Internet. El costo no era escaso, recuerdo que solo compraba una o dos horas de conexión al mes, y las empleaba para revisar mis redes, descargar aplicaciones y buscar cualquier cosa en específico que en ese momento olvidada. Una gran cantidad de personas invertía algo más porque sus familiares les recargaba la cuenta desde el exterior, y hubo hasta un sector de emprendedores apostados en estas zonas, vendiendo recargas o alquilando una conexión compartida algo más barata.
La conexión no era muy buena y con tantas personas conectadas era aún peor. Los lugares donde se abrieron las zonas no sufrieron menos y donde habían grandes árboles quedaron solo troncos talados que no daban sombra, con el pretexto de que así no se afectaba la conexión. Competían con ella las viejas salas de navegación y luego un espacio singular auspiciado por Google, fruto de un acuerdo con el gobierno que se quedó en la sombra, y alojado en un centro cultural propiedad del artista cubano Kcho —quien, aparte de exhibir sus obras en el MOMA y el Vaticano, tiene un lujoso restaurante en la marina (prohibida a los cubanos) de Varadero—. El devenir de aquel espacio lo ignoro, pero era conocido por ofrecer conexión gratis.
La red social más utilizada (todavía hoy) era Facebook, y algo menos Youtube. No se usaban casi servicios de mensajería, en cambio, Imo se hizo popular por realizar efectivas videollamadas con familiares. El correo nauta no se había quedado obsoleto aún, ahora era utilizado para virtualizar chats muy lentos pero efectivos, sin necesidad de conectarse en una zona WiFi. La aplicación más popular fue Sijú (DeltaChat se comenzó a usar después) que era desarrollada desde España, y permitía hasta organizar grupos de chats.
Para ese entonces la blogosfera ya entraba en decadencia, justo en el momento que aumentaba el acceso a Internet. Hubo una época en que se construyeron muchos blogs, la mayoría desde afuera de Cuba o que se actualizaban vía correo electrónico, algunos se escribían desde las salas diplomáticas y los menos se podían emprender desde las salas comunes. También hubo una plataforma cubana llamada Reflejos (todavía existe: cubava.cu) que era un espejo de WordPress, algo más limitada en prestaciones y contenido. En aquella blogosfera hubo de todo, y contaba con una comunidad pequeña pero fiel dentro de la isla. Su contenido más polémico hasta hoy, por supuesto, ha sido la política.
En 2018 comenzaron las pruebas de conexión por datos móviles, primero con 2G y luego 3G, a cargo de la subsidiaria Cubacel, otra entidad de ETECSA. A finales de año ya se podía acceder a ese servicio y a Nauta Hogar, una pequeña estación de conexión WiFi en el domicilio con tarifa horaria. Todo este crecimiento acelerado de la infraestructura internáutica tuvo que ver con el proceso de modernización del régimen cubano iniciado en 2011, y especialmente estuvo impulsado por el descongelamiento de las relaciones políticas con Estados Unidos, que también permitió el acceso de Cuba al cable de fibra óptica interoceánico —hasta ese momento vedado—. Sin embargo, entretanto se ampliaba el acceso a Internet (a un costo bastante alto) a partir de negociaciones y acuerdos de espaldas al pueblo, el Estado comenzaba a tomar conciencia de los peligros que representaba para él la libertad que ofrecían las redes, y no tardó en practicar soluciones autoritarias. Pero de eso hablaré en otro momento.
En 2019 ya tenía registrada mi cuenta en Twitter y observaba cómo crecía la comunidad cubana, diversa, exigiendo que ETECSA bajara los precios de Internet o discutiendo sobre el tema polémico del día. Desde las redes se masificaron las convocatorias a eventos, los podcasts —que aún no se han popularizado lo suficiente—, los nuevos medios independientes —los buenos y los peores, que tampoco eran tan nuevos— con los que el gobierno ha rivalizado, las campañas de polarización entre oficialistas y anticomunistas, los movimientos de acción social ahora con mayor visibilidad, los grupos de intercambio y de mercado negro —el más importante actualmente existente—, y, por supuesto, los memes —que cuentan ya con generaciones y leyendas.
Si 2019 fue un año especialmente activo por el acceso masivo a Internet, 2020 fue más sedentario resultado de la pandemia, pero las redes comenzaron a habitarse de un modo más permanente. Toda clase de nuevas sociabilidades se han generado desde entonces, y el teletrabajo (también mal pagado y ejercido) ha hecho mayor presencia, a pesar de que la situación eletroenergética del país es bastante poco favorable. A la par, el gobierno ha apostado intermitentemente por lo que llama informatización de la sociedad, disponiendo de una serie de servicios digitales en áreas como el comercio, la educación y la banca, con resultados insatisfactorios y que no ayudan a contrarrestar lo suficiente el burocratismo que no ha dejado de infectar sus trámites virtuales.
En perspectiva, Internet ha dejado un buen saldo, ampliando el acceso de las personas a múltiples fuentes de información, insertando a una comunidad cubana más rica y compleja en la variedad de redes sociales y a la vez favoreciendo la rearticulación de la sociedad para la solidaridad, la protesta y la defensa de derechos y libertades. Por otro lado, también ha sido escenario de la polarización y manipulación antidemocrática del oficialismo, la derecha y el fundamentalismo en auge, y ha demostrado su fragilidad al ser cortada radicalmente por el Estado en varias ocasiones, aprovechando el único proveedor que tiene el país.
Aún quedan episodios por explorar en esta historia que tiene varios años de atraso con respecto al mundo. Todavía no tenemos sucursales de Amazon, ni plataformas de streaming, ni pasarelas internacionales de pago, ni siquiera anuncios (lo cual sí es un alivio). Tampoco existe, como es natural, una conciencia sobre el uso de las redes privativas y el consumo energético de Internet en general, ni se prefiere el software libre ni se toma precauciones respecto a la ciberseguridad —con mayor irresponsabilidad en el caso de los activismos—. Para definir todo eso siempre he preferido una metáfora: Cuba es como la legendaria Tortuga, hogar de la piratería y, en el sentido literal del nombre, terriblemente lenta.