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Pero el redoble de conciencia de Pepito Grillo no es solo individual y, aunque las divisiones y subdivisiones en lo que podemos llamar el campo de la emancipación sean tantas que nos quitan las ganas de implicarnos en él, no nos queda otra. En el monográfico de la revista francesa Ballast, que lleva por título, justamente, la pregunta que más desazón nos provoca, ¿qué hacer?, resume en tres opciones las que tenemos: la deserción del poder capitalista, escapar a las periferias; derrocar el poder capitalista central provocando un levantamiento general; tomar el poder por medios legales y trabajar por una sociedad más digna e igualitaria desde dentro del Estado. La cita que viene ahora, la he traducido de la revista:
"desertar del poder capitalista central y escapar del orden dominante a través de la periferia; derrocar el poder capitalista central al final de un levantamiento y construir una sociedad de justicia; tomar el poder capitalista central por medios legales y trabajar, desde dentro del Estado, por la liberación de la sociedad. La tradición anarquista, la tradición marxista y la tradición socialdemócrata en el sentido origina término. os falansterios, las colonias libertarias, los fuera-de las "comunidades por repliegue", la Cataluña de 1936 o las ZADs; la Rusia bolchevique de 1917, la Cuba de 1959 o el Mozambique frellista de 1975; el Chile de la Unidad Popular de 1970, la Francia del Programa Común de 1981, el Uruguay de Mujica de 2010 o la Grecia de Syriza de 2015"
Esas son las vías que tenemos para el asalto a Troya: no hay más, quizá una combinación de las tres. Yo, con el tiempo, me he ido decantando -con muchas dudas- por el abandono, la deserción, el desestimiento. Es la que proponía, con mucha ingenuidad, en el último de mis 15 Asaltos en el que volvía del revés la vieja tradición española de "tirarse al monte", para visualizar lo innecesarias que nos son las instituciones frente a lo absolutamente necesarios que somos nosotros -nuestros cuerpos tanto como nuestra fe- para darles apariencia de realidad y vida...
Pero quizá, al mismo tiempo, no viniera mal, como decía en la primera entrada, juntarnos en los movimientos y rebeliones que continuamente ocurren a nuestro lado, sean estas vecinales, sindicales, identitarias, o políticos también... ¡qué más da si, al menos, ponen nerviosos a los amos del mundo y, como en el chiste del mosquito y el conductor, hacen descarrilar al tren! Todo menos dejarnos llevar mansamente por la desesperación que está acabando con tantos -y seguramente los mejores- de los más jóvenes.