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Aquella mañana se levantó de buen humor pese a haber dormido dos horas escasas. El pequeñín no paraba de llorar debido a los cólicos de la lactancia, según le había dicho el Dr. Salvat. Cogió a su bebé que tanto le había costado tener y se sentó en la mecedora mientras lo amamantaba.
A sus 42 años había pasado por todo un suplicio de pruebas de fertilidad y fecundación, tras más de un año intentando quedarse embarazada. Después de un año y dos meses de pruebas de todo tipo se dieron por vencidos y dejaron todas las terapias, ya con la mente puesta en la adopción. Entonces ocurrió el milagro y Jessica se quedó embarazada del pequeño Saúl.
Se mecía y tarareaba nanas mientras Saúl mamaba de aquella teta enorme, hasta dejarla como una pasa. Aquel retoño había traído la felicidad a esa casa tras la muerte del padre de Jessica, que falleció el mismo día que nacía Saúl.
El padre de Jessica, un hombre autoritario y violento, había tratado a su familia como un despojo, cebándose sobre todo con su madre, a la que zurraba sin motivo alguno. Era una persona mala que había abusado de ellos y por eso su pérdida no fue traumática.
Alejó esos malos recuerdos y se centró en el presente, en criar a su bebé y darle todo el cariño que no recibió de su padre.
— Hola pequeñín, ¿cómo has pasado el día?— preguntó Román de forma retórica a su hijo al llegar del trabajo.
— Cariño, hoy ha dicho Papá.
— ¡Cómo!, ¿y me lo he perdido?— le lloraban los ojos— Di papá, pa....pa— empezó a hacerle gañotas y a poner voz de pito.
El niño lo miraba con cara de circunstancias. Hay que ver lo gilipuertas que nos volvemos cuando somos padres, como si el bebé entendiera lo que queremos decir por poner voz de pito.
Iba pasando el tiempo y el niño crecía bien, los padres no cabían en sí de gozo. Saúl demostraba ser un niño muy despierto y tener gran agilidad mental, posiblemente con un coeficiente intelectual por encima de la media, aunque aún era pronto para saberlo.
Jessica lo tenía en su regazo, sentada en la mecedora al lado de la ventana. Le gustaba sentarse a media tarde porque la luz del Sol entraba por el ventanal caldeando la habitación, y Saúl se dormía enseguida.
"Mi pequeñín, no te va a faltar de nada. Ojalá mi padre viera en lo que me he convertido, mi niño, para que se revolviera en su tumba." El pequeño abrió levemente sus ojitos para mirarla y se volvió a dormir.
"— Eres una inútil, no sirves para nada—, pues te equivocaste papá, te equivocaste del todo...".
Miró a Saúl que se movía de vez en cuando en sueños, y se le resbaló una lágrima por la mejilla.
Jessica recibió la visita de su hermana Sara. Era cuatro años más joven que Jessica. Saúl ya caminaba y lo tocaba todo. También empezó a desarrollar su personalidad, de cierto carácter.
— Ya tenemos que ir con cuidado. Hemos asegurado los cajones para que no pueda abrirlos, y hemos puesto en alto todo lo que alcance a coger; está hecho un bicho.
— Si, jajajaja, a estas edades son muy curiosos.
Mientras hablaban se distrajeron dos minutos, lo suficiente para que Saúl se subiera a un banquito y tirara al suelo un mantel con tazas. Las dos hermanas se levantaran de golpe y fueran a la cocina.
— ¡¿Qué has hecho?!, esto no se toca.
Jessica cogió a Saúl para apartarlo y el niño puso su manita en el cuello de ella queriendo apretar, y Jessica se quedó inmóvil. Sara se quedó parada unos segundos hasta que cogió a su sobrinito de la mano y se lo llevó al comedor mientras Jessica recogía los rotos con la cabeza agachada sin decir nada.
Estuvo todo el día ausente.
— ¿Qué te pasa cariño?, desde que he llegado estás ausente.
— No es nada, ya sabes, el niño, la casa… estoy cansada, nada más.
— ¿Seguro?.
— Si, no te preocupes.
Esa noche no pudo dormir pese a que Saúl no molestó.
“Cuando te digo que hagas algo ¡obedeces!, ¿me entiendes zorra? Eres como tu madre, le tenía que haber dado una buena paliza cuando me dijo que estaba embarazada de ti”.
Se llevó las manos inconscientemente al cuello, allí donde su padre acostumbraba a apretar cuando se enfadaba con ella. La reacción de Saúl le había hecho rememorar aquella situación que tanto se había repetido en su infancia y, más aun, en su pubertad.
Saúl ya corría y había que ir detrás porque si no se escapaba. Demostraba tener un carácter fuerte y cuando se le negaba algo se enfadaba, dando patadas a las puertas unas veces o tirando cosas al suelo.
Jessica pasaba mucho tiempo sola con Saúl ya que Román trabajaba todo el día para poder sacar adelante a su familia. Era muy cariñosa con Saúl pero a veces notaba cómo Saúl ejercía sobre ella cierta dominación, desafiante a veces, y ella la mayoría de las veces no sabía cómo actuar, le faltaba el carácter del que desde bien pequeña carecía y que le sobraba a Saúl, quedándose paralizada y otorgando así la victoria psicológica a Saúl.
Estaba preparando la comida y acostumbraba a poner una pequeña televisión para ver las noticias mientras cocinaba. Jessica era más de radio y de leer, la televisión no formaba parte de su cultura, pero ese era el único momento de excepción que hacía.
“Un hombre a matado a su ex mujer esta mañana en el madrileño barrio de Vallecas. La mujer, de 46 años, hacía un mes que se había separado de su agresor y estaba en pleno divorcio. El agresor tenía antecedentes por violencia doméstica y una orden de alejamiento. Con esta ya son 32 mujeres asesinadas en lo que llevamos de año...”
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Jessica. A su mente regresó un recuerdo que ya creía olvidado: Llegó del instituto a la casa de su infancia y al abrir la puerta la encontró desordenada, con todo por los suelos y una carcajada sórdida que procedía de la habitación de sus padres. Con miedo y cautela se acercó a la habitación. Desde el comedor se veía la puerta entreabierta y unas piernas desnudas en el suelo. Se acercó temblando. La risa se oía cada vez más alta.
Abrió la puerta con suma delicadez, como el artificiero que saca una bomba de su armazón, y sus retinas grabaron a fuego la imagen terrorífica que encontró en la habitación. El cadáver de su madre, apuñalado y desangrado, y su padre, sentado en el suelo al lado, con la cabeza gacha mientras se reía. Al notar la presencia de Jessica, levantó levemente la cabeza hasta mirarla de soslayo a los ojos, mostrando una malévola sonrisa. En su mano izquierda sostenía un enorme cuchillo manchado de sangre, con el que había terminado sádicamente con la vida de su madre. Al ver el horror en los ojos de su hija, empezó a reírse aun más descaradamente. Jessica echó a correr tropezando y sollozando, huyendo de esa casa a la que jamás volvería.
Un olor a quemado la sacó de su ensimismamiento, “¡Ay Dios, la comida!”. Sacó la sartén del fuego mientras aumentaba la potencia de la campana extractora de humos para evacuar toda la humareda que se había formado. Ya era tarde, así que salvó lo que pudo y se pusieron a comer. Cuando Saúl, que ya comía solo, probó bocado, lo escupió.
— ¡Que aco!, eto te lo comes tú, zorra— y tiró el plato al suelo.
Jessica se quedó pretificada, pálida, con la cabeza gacha.
— Lo siento.
— Ya, claro...
Saúl se bajó de la silla llevándose el postre y el de Jessica y se fue a su habitación. Jessica se quedó quieta unos minutos, luego se levantó, limpió el suelo y se estiró en el sofá mientras rompía a llorar.
Sara veía con preocupación cómo Jessica se iba empequeñeciendo día a día frente a Saúl, que con apenas 4 años ya era el Rey de la casa. Cuando llegaba Román, Saúl cambiaba por completo su actitud, convirtiéndose en el niño más dulce del mundo. Sara sabía lo que estaba pasando y aunque habían hablado varias veces sobre el tema, Román achacaba todo al estrés que ella misma había reconocido.
— Que no Román, que yo lo he visto con mis propios ojos. Saúl no es el mismo cuando está solo con Jessica que cuando está contigo.
— No se donde quieres ir a parar Sara. No entiendo que insinúas.
— Ni yo lo se, solo que… no se.
— Quizá debiéramos calmarnos todos, ¿no crees Jess?— dijo Román mirando a Jessica.
— Si… ehhh… bueno, si, igual se está sacando todo un poco de contexto y….
— ¿En serio Jess? No me lo puedo creer— dijo airada Sara— Mírate Jess, te empequeñeces con Saúl y ahora también con Román. ¡Ponte en tu sitio de una vez!, no dejes que vuelva a suceder.
Jessica levantó de golpe la cabeza y se hizo un incómodo silencio. Ambos, Jessica y Román miraban fijamente a Sara.
— Bueno, creo que será mejor que me vaya, aquí no pinto nada.
Esa noche Román y Jessica estuvieron hablando y todo se resumió, otra vez, en la soledad de Jessica, así que decidieron comprar un perro para animar un poco la casa.
A la mañana siguiente Román se presentó con un cachorrito de beagle, que a Saúl le hizo mucha ilusión. Jugaban juntos siempre y las cosas en casa empezaron a ir mejor, las relaciones eran más fluídas y Saúl estaba más comedido en su conducta.
— Saúl, bajo a comprar unos tomates y unas cebollas, enseguida vuelvo.
— Vale mami.
Al cabo de 10 minutos regresó, dejó la compra en la cocina y se puso las zapatillas. No oía ni a Saúl ni al perro, era raro.
— Saúl— no contestaba— ¡Saúl!
Se acercó a la habitación y se calmó cuando oyó a Saúl reír. Cuando fue a abrir la puerta algo hizo que apartara la mano, empezó a temblar y a sentirse mareada.
Cogió aire y abrió decididamente la puerta. Las piernas no le aguantaron y cayó al suelo. El perro estaba tirado en el suelo. Saúl estaba sentado a su lado, riendo sardónicamente con la cabeza gacha. Al notar la presencia de Jessica, levantó levemente la cabeza hasta mirarla de soslayo a los ojos, mostrando una malévola sonrisa.
Al ver el horror en los ojos de su madre, empezó a reírse aun más descaradamente. En su mano izquierda sostenía un enorme cuchillo manchado de sangre, con el que había degollado al perro.