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Una mala noticia
Mojó la madalena en el tazón de cacao caliente hasta que la madalena absorvió la mitad del oscuro líquido, inflándose hasta casi doblar su tamaño. Era su desayuno favorito y lo pedía si estaba fuera de casa.
Tenía hora con el médico a las once. Miró el reloj; eran las nueve y diez. Pasó Miranda por delante suyo, en bragas, y pensó que tenían tiempo para uno rápido. La capturó y la atrajo hacia él.
— ¿Que haces tonto?, llegaremos tarde.
— Hoy estás muy guapa. Tenemos tiempo— dijo Abel mientras le metía la mano en las bragas.
Llegaron tarde a la consulta del Doctor Domingo, aunque no importó mucho. La consulta estaba atestada de gente, y para no variar, había un retraso importante. Al cabo de 22 eternos minutos les llamó la secretaria del Doctor.
— Señor Galván, pase por favor— dijo con voz sensual. Abel nunca entendía el tonito sensual que ponían las secretarias, o las teleoperadoras que te llamaban a todas horas para ofrecerte cualquier oferta, el caso es que eso lo excitaba.
Les hizo pasar a la consulta, un espacio enorme lleno de cuadros de diseño, plantas de diseño, sillas y mesas de diseño, en fin, que más que una consulta parecía una oficina de marketing. Esperaron un rato ante la enorme mesa de caoba hasta que entró el Doctor con unos documentos en la mano. Les saludó de una manera que a Miranda no le gustó y tomó asiento sin apartar la vista de los papeles.
— Bueno Abel, Miranda. Ya tengo los resultados de la biopsia que te hicieron hace dos semanas.
— ¿Y bien?— preguntó Miranda angustiada. El Dr. Domingo continuó unos segundos mirando los papeles, los dejó en la mesa y miró a Abel por encima de las gafas.
— No son buenas noticias. Los informes de anatomía patológica muestran tejido canceroso en fase 4, es decir, un carcinoma de pulmón izquierdo en fase terminal.
— Pero…. No puede ser…. ¡Si no fumo!
— El tabaquismo es una causa importante, pero no la única. Hay factores hereditarios, medioambientales, alimenticios que….
— No puede ser, seguro que se han equivocado, revise los informes por si…
— Los he revisado personalmente, Miranda. Lo siento Abel. Te programaremos una visita para iniciar un tratamiento.
— Pero, ¿tiene cura? Quiero decir, ¿se pondrá bien?— dijo Miranda con los ojos llorosos.
— Siento decirte que en su caso, la mortalidad es del 96%. Si lo hubiéramos detectado antes podría darte noticias más alentadoras.
— ¿Y cuanto… quiero decir, cuanto….?— Miranda no sabía como formular la pregunta.
— De seis meses a dos años, no se sabe. De todas formas, no hay que tirar la toalla, existen tratamientos que...
— ¡No quiero quimioterapia ni mierdas de esas que te joden lo poco que te queda de vida!— dijo Abel malhumorado.
— Entiendo… mira, tenemos un tratamiento experimental muy novedoso, estadounidense, algo caro pero que está dando muy buenos resultados. Si nos das tu consentimiento podemos empezar esta misma semana.
— ¡He dicho que no, la radiación no me va a dejar echo una mierda!
— Doctor, déjenos un tiempo para pensar, comprenderá que la noticia ha sido un jarro de agua fría y no creo que estemos ahora mismo para decidir nada.
— Oh, por supuesto, habladlo tranquilamente y cuando sepáis algo me llamáis.
Se despidieron y salieron de la consulta. Ya no les parecía una oficina moderna, ahora la veían como la antesala del infierno.
El viaje de vuelta se hizo en completo silencio. Abel estaba muy enfadado y no paraba de pensar en gente que se lo merecía más que él: su jefe, el presidente del Gobierno, Carlitos, el abusón de su clase de 5º de EGB, el Señor Martínez, el profesor de matemáticas…
Miranda pensaba con tristeza en que toda su vida, sus ilusiones de formar una familia, se iban a la mierda, que iba a perder al hombre que más quería en el mundo (después de su padre).
Llegaron a casa e hicieron el amor como nunca antes lo habían hecho.
CryoNova
Se despertó cuando Miranda le dio un beso antes de irse a trabajar. Durmió un rato más y se volvió a despertar. Estuvo un rato pensando en las malas noticias que le había dado el Dr. Domingo hacía diez días. Abrió el cajón de la mesita de noche y sacó el libro que estaba leyendo, “Hasta el tuétano: sangre, sudor y orina” y sacó de dentro un prospecto informativo de la empresa CryoNova. Aunque ya se lo había leído varias veces, volvió a hacerlo.
Después de su habitual desayuno de madalenas con cacao, se sentó en el ordenador y abrió la web de CryoNova que tenía guardada en los favoritos. La había visitado cien veces y otras tantas había tenido delante la sección de contacto. Esta vez no lo dudó y llamó; “otra voz sensual” pensó Abel y mientras la voz enlatada soltaba su sermón, Abel se imaginó a Miranda en bragas por la casa y sintió una leve erección.
Concertó cita para el día siguiente. Limpió el historial de navegación, borró la web de los favoritos y cerró el navegador. Por supuesto, Miranda no podía enterarse de nada, al menos no todavía.
A la mañana siguiente, después de que Miranda se fuera a trabajar, Abel se levantó y desayuno rápidamente. Tenía que bajar a la ciudad para ir a las oficinas centrales de CryoNova. Era una empresa dedicada a la criogenización de tejido que colaboraba con el Instituto Universitario de sangre y tejidos que abastecía a los hospitales. Desde hacía poco tiempo se había apuntado al carro de la criogenización de personas. Como en el falso mito de la congelación de Walt Disney, que en verdad fue incinerado y trasladado al panteón que tienen sus familiares en el cementerio Forest Lawn Memorial Park de Glendale, gente con suficiente dinero acudía a este tipo de empresas con la intención de congelarse para descongelarse en un futuro cuando la medicina tuviera soluciones para sus enfermedades incurables hoy en día.
Abel estaba convencido de que esa era la única opción viable. No quería convertirse en una rata de laboratorio ni sobrevivir un año sin pelo y vomitando cada día postrado en una cama sin casi poder moverse. Era de familia acaudalada, tenían negocios de todo tipo por todo el mundo, y Abel era el dueño del pequeño imperio de cava de la familia, así que se lo podía permitir sobradamente.
Lo recibió el Doctor Lahmi, un doctor de origen paquistaní, una eminencia en el campo de la biomedicina.
— El término correcto es criopreservación, y es una rama de la biomedicina. La técnica en sí es simple, pero muy compleja a la vez— Abel asentía con cara de bobo a las palabras del Dr. Lahmi.
— Todo empezó con la criopreservación de órganos para trasplantes, alterando genéticamente cada órgano para adaptarlo a cada receptor. Continuó con la criopreservación del cerebro, con la idea de en un futuro se sepa conectar al cuerpo de un donante, ¿alguna pregunta?.
— Ehhmmm…. no.
— Bien. Se debe realizar un cambio de fluidos corporales añadiendo una solución líquida de crioprotectores. Si no lo hiciésemos así los líquidos corporales cristalizarían y la técnica sería inviable. ¿lo entiende?
— S... ss... si.
— Continúo. Inmediatamente después hacemos una inmersión del cuerpo en nitrógeno líquido dentro de una cápsula de criogenización, en un proceso monitorizado 24 horas los 365 días del año. Un complejo sistema informático avisa a la oficina central cuando se disponga de un tratamiento viable para los pacientes, que serán trasladados a la zona de descriopreservación, ¿tiene alguna duda al respecto de todo lo que le he comentado?
— ¿Podré curarme en un futuro?
— Si la ciencia está lo suficientemente avanzada… si, podrá.
— Pues es todo lo que debo saber.
— Muy bien, pues si estamos conformes, haré pasar a la señorita Rebeca que se encargará de todo el papeleo, un placer Sr. Galván— le dio la mano efusivamente y salió por una puerta lateral.
“Es curioso el hombrecillo este, llega, te suelta el tocho y se va” pensaba Abel mientras entraba Rebeca por la puerta de entrada. Abel la miró y se quedó boquiabierto. Rebeca era una diosa escultural, enfundada en un traje de tubo que le acentuaba las curvas por las que se perdería sin pensarlo. Le vino a la mente Miranda en bragas por la casa, “¡ahora no…, joder!, ¿pero es que no puedo pensar en otra cosa?”
— Bien, Sr. Galván.
— El Sr. Galván era mi padre, llámame Abel— dijo con su media sonrisa seductora. Rebeca sonrió.
— Bien Abel, mira, estos son los papeles que debes rellenar. Puedes llevarlos a tu abogado para que les eche un vistazo y los traes otro día sin problema alguno— cuando Rebeca se agachó para ofrecerle la documentación a Abel se le iban los ojos al escote, “y que bien hueles….”.
— No hará falta, los rellenaré aquí mismo, soy abogado, entre otras muchas cosas.
— Muy bien, pues le dejo un momento a solas— Rebeca le dio la espalda y salió del despacho. Abel no podía dejar de mirar ese tremendo culo que se alejaba en un vaivén de lujuria. Volvió a imaginarse a Miranda en bragas por la casa y no pudo aguantar más la erección.
Al cabo de un rato entró de nuevo Rebeca y su vaivén de caderas. Recogió la documentación cumplimentada y firmada por Abel y pasó a informarle sobre las tarifas.
— Disponemos de varias tarifas. La primera es la más económica y la que atrae a mucha gente. Se trata de la criopreservación del cerebro, es decir, preservar el cerebro y sus recuerdos hasta el día en que la ciencia y las leyes permitan trasplantarlo a un cuerpo sano. El coste es de 100 mil Euros para la criopreservación y una tarifa anual de 6 mil Euros en concepto de mantenimiento.
La otra opción es la criopreservación del cuerpo entero. El coste es de 230 mil Euros para la criopreservación y una tarifa anual de 10 mil Euros en concepto de mantenimiento.
A todo habrá que añadir la descriopreservación, la cual estará sujeta al valor económico de la época en que cese el contrato. ¿Alguna pregunta?
— “¿A qué hora terminas?” No, está todo correcto. Será criogeni… criopreservación completa.
— Bien, pues firma aquí, aquí y aquí.— Abel firmó los papeles; ya estaba hecho, “a ver como se lo explico a Miranda y a mi Madre”
Una cena familiar
Lo tenía todo preparado. Había montado la mesa en el jardín personalmente, no quiso que el servicio lo hiciera, era algo muy personal y la ocasión lo merecía.
El primero en llegar fue su amigo del alma, Mario, que trajo, como siempre, un gran reserva para la cena. Poco después llegó Miranda acompañada de Elena, la madre de Abel.
— ¿Tienes idea de qué es lo que quiere contarnos?— le pregunto Elena a Miranda mientras se dirigían al jardín— ¿No será que estáis….?
— Oh, no, no… estamos en ello, pero se resiste en llegar. No, la verdad es que no tengo ni la menor idea de qué se le debe de haber pasado por la cabeza a Abel, cuando le da por hacer estas cosas es imprevisible.
La cena trascurrió entre risas y recuerdos de infancia de Mario y Abel. Llegaron los postres y después se sentaron en los sofás. Era verano y se estaba bien al calor de la noche.
— ¿Y bien?, ¿qué es lo que querías contarnos?— preguntó Elena al ver que pasaba el tiempo y nadie sacaba el tema.
— Si, estooo, veréis, he meditado mucho sobre lo de mi enfermedad y…
— ¿Vas a someterte a tratamiento?— preguntó Miranda complacida.
— Algo mejor— en ese momento sacó unos dípticos de CryoNova y los repartió para que lo miraran.
— ¿CryoNova, pero que narices es esto?— preguntó Elena extrañada.
— Veréis, sabemos que desde el descubrimiento del genoma humano la ciencia avanza a pasos agigantados, es cuestión de tiempo que descubran el secreto del cáncer y puedan curarlo, pero tiempo es precisamente de lo que no dispongo.
— No insinuarás que...— dijo Miranda.
— Si cariño, me he informado durante todo este tiempo. Es viable y factible la criogen… criopreservación. En cuestión de unos años, cuando saquen la cura contra el cáncer, me descriopreservarán para recibir tratamiento, ¡es fantástico!
— ¡¿Fantástico?!, ¡y si la cura no llega, o tarda más de lo que crees?, ¿que pasará con nosotros?, ¿que pasará conmigo?— Miranda estaba visiblemente enfadada.
— ¿Y conmigo?, ¿quieres que muera?
— Si te criopre...leches será como si estuvieras muerto.
— No lo entiendes, ¿verdad?. Voy a morir, no hay posibilidad alguna de sobrevivir, ya oíste al Dr. Domingo. De esta manera no moriré— dijo Abel sacudiendo un díptico.
— Hijo, no estás bien de la cabeza, ves demasiadas películas de ciencia-ficción.
— ¿Tu que dices Mario?— de repente todas las miradas se posaron sobre Mario. Odiaba estas situaciones de desempate en algo tan crucial como esto, pero si le habían llamado para compartir con él la decisión era porque en parte también querían conocer su posición al respecto.
— Ehhmmm…. Bueno…. Yo creo que…. Abel tiene razón. Cuando visitaba a mi madre en el Hospital Oncológico veía muchos casos de gente con fe y ánimo de curación, una curación que nunca llegaba. Ella misma también murió. Yo hubiera dado mi vida por una oportunidad así.
— Vale, pues entonces ya no hay nada más que decir, Abel siempre hace caso de su “hermano” Mario— dijo Elena decepcionada.
— Piénsalo cariño, de verdad, hablemos antes de…
— La decisión está tomada. Ya he rellenado los formularios, solo tengo que dar una fecha para empezar el proceso.
Miranda se levantó de la mesa dando un golpe con el puño y, tirando la copa de vino en su arrebato y se fue a su habitación. Elena agachó la cabeza mientras suspiraba y se apretaba el puente de la nariz. Mario se había quedado paralizado mirando a Abel con cara de circunstancias. La cena había terminado.
Camino al futuro
Estaba nervioso, había llegado el gran día y allí estaba. Solo lo acompañó Mario, Miranda se había quedado en casa llorando y Elena se marchó a su residencia de Suiza.
Le atendió Rebeca, esa Rebeca a la que sin dudarlo desnudaría y se follaría ahora mismo. Pensó en Miranda en bragas, pero esta vez no hubo erección, hubo desilusión.
— Estamos listos Abel, acompáñame al vestuario— Rebeca lo acompañó al vestuario, le ordenó quitarse la ropa y meterla en la mochila que llevaba para dársela a Mario. Se puso un camisón de esos de hospital, de los que se transparenta todo— espera aquí y ahora te avisarán.
Apareció el Dr. Lahmi y lo condujo a la sala de criopreservación. De repente hubo un atisbo de arrepentimiento.
— Es normal sentirse extraño. Muchas personas, llegados a este punto, renuncian a continuar, ¿quieres renunciar, Abel?
— No, quiero seguir.
— Bien, pues quítate el camisón y estírate en esta camilla.
Abel se estiró en la camilla mientras unas enfermeras le ponían un catéter y unos electrodos en el pecho y en la cabeza. Estaba tan nervioso que no podía pensar en el atractivo de las enfermeras.
— Sr. Galván, pasaremos ahora a esa bañera de su derecha— dijo una de las enfermeras.
Se metió en la bañera. Estaba llena de un tibio líquido ligeramente gelatinoso en el que flotaba. Era una sensación curiosa.
— Vamos a introducirle un anestésico por el catéter. A partir de ahora entrarás en un coma inducido y empezará el proceso de criopreservación. Felices sueños— “otra voz sensual, hay que joderse”, pensó Abel.
La sensación fue curiosa. Dicen que cuando te estás muriendo, ves toda tu vida pasar a cámara rápida, pues eso mismo sintió Abel. “¿habrán madalenas y cacao en el futuro?”, fue su último pensamiento.
Yacente
Abel se despertó de golpe. Un fuerte dolor de cabeza lo tenía desorientado, no sabía qué había pasado, si había fallado el proceso o si… o si lo habían despertado varios años después porque ya había cura para su enfermedad. Abrió los ojos, estaba todo oscuro.
Se abrió la compuerta que hacía de tapa de la cápsula criopreservadora e hizo el intento por levantarse; se sentía torpe. Sus sentidos estaban alterados, no veía bien, no oía bien y estaba desorientado y débil. Poco a poco fue recuperando los sentidos.
Miró a su alrededor, no entendía qué pasaba. Estaba todo a oscuras, con luces parpadeando aquí y allá, una alarma sonaba de fondo y había gente corriendo. Uno de los que corrían tropezó con él.
— ¿Que.. qué pasa, donde estoy, en qué año estamos?
— Corre, huye de aquí, ya vienen. Corre si quieres sobrevivir.
— ¿Pero de qué me hablas, que quieres decir con…?— en ese momento el hombre se zafó de la mano de Abel, se lo quedó mirando con compasión y echó a correr.
Se oían golpes cada vez más fuertes y el eco de la sala los multiplicaba. Abel sabía que algo no iba bien y se despertó el instinto de supervivencia. Echó a correr como pudo, apoyándose donde podía. Tropezó con algo y cayó al suelo. Cuando miró vio que era el cuerpo sin vida de un hombre. Le sobrevino un mareo que a duras penas logró controlar. Pensó rápido pese a su estupor, le quitó los pantalones, las botas y la chaqueta, se los puso y echó a correr con el resto de los pocos que aún quedaban.
Se subió a un montacargas junto con una docena de hombres vestidos con harapos, algunos de ellos armados.
— ¿Qué está pasando?, ¡que alguien me explique qué coño pasa!
— No hay tiempo para explicaciones, yacente— le soltó un gigante con mucha mala ostia y el que parecía el líder del grupo. Abel no preguntó más.
Le había llamado “yacente”. Así era como llamaban a los criopreservados. Subieron por un conducto polvoriento y apestoso. Todos empezaron a ponerse unas máscaras de gas. El que parecía el líder le ofreció una a Abel.
— Ponte esto si no quieres morir, yacente— la última palabra la pronunciaba siempre de forma despectiva.
— Me llamo Abel.
— Me da igual, yacente.
Salieron a la superficie donde les esperaba un furgón blindado hecho con chapas y restos de chatarra. Abel se quedó paralizado ante la visión que captaban sus ojos.
Hasta donde alcanzaba su vista todo era un puto desierto, con fragmentos desperdigados de lo que algún día fueron edificios. El ambiente era muy caluroso y toda esta escena la cubría una neblina marrón.
“¡Pe… pero qué coño!, yo estaba en CrioNova, y… y ese puto desierto debería ser la ciudad de Madina… ¿pero qué cojones ha pasado?”. Abel no se lo creía, pensaba que sería un sueño, un efecto de la criopreservación.
— Sube de una puñetera vez o te dejamos aquí, yacente— dijo el gigante mientras le asestaba un empujón. Abel hizo caso sin dejar de mirar a lo que había sido Madina.
El camino hacia no sabía donde fue largo y caluroso, y la máscara de gas no ayudaba. Perdió el conocimiento varias veces. Cuando despertó estaba en una tienda de campaña.
— Ya se despertó el bello durmiente.
— ¿Quien eres, donde estoy, qué ha pasado?
— Hey, hey, hey, para un momento, las preguntas de una en una. De todas formas yo no puedo ayudarte.
— ¿Quien puede? Llévame ante tu jefe.
— ¿Jefe?, jajajajajaja, aquí no hay jefes, jajajaja, esto es una comunidad libre, de las pocas que quedan. Aquí nos ayudamos entre todos, solo así conseguimos sobrevivir.
— El grandullón de CryoNova, el que me dio la máscara de gas… quiero hablar con él.
— Todo a su tiempo, yacente, todo a su tiempo.
Por la noche se levantó y salió de la tienda. Miró a su alrededor. Solo veía túneles escavados en la roca, decenas de metros, no, cientos de metros de excavaciones hechas por aquellas gentes, hacinadas y malviviendo como podían. Unos que había sentados al calor de un fuego se lo quedaron mirando. Se oyó una voz.
— Eh, yacente, siéntate con nosotros— era la voz del gigante.
Abel se acercó desconfiado, le hicieron sitio y se sentó. Alguien le ofreció una escudilla con un potaje asqueroso. Tenía hambre, así que reprimió las nauseas y comió.
— Creo que tu puedes decirme que está pasando— le dijo al gigante.
— Todos aquí pueden decirte lo que pasa.
— Nadie parece querer responder a mis preguntas.
— Claro que no, es doloroso recordar, yacente. Para ti todo está siendo “fácil”, pero aquí todo el mundo lo ha pasado muy mal; no nos gusta recordar.
— ¿Recordar qué?— se hizo un silencio incómodo. El gigante se levantó.
— Ven conmigo— cogió dos máscaras de gas.
Supervivencia
Tras unos minutos de camino a pie y otros tantos en vehículo, el gigante paró la marcha.
— ¿Ves esa línea naranja? Nunca vayas más allá de ella sin esto— dijo levantando el brazo con la máscara de gas colgando.
Abel la cogió y se la puso, imitando al gigante. Se volvieron a subir al vehículo y tras varios minutos más de trayecto llegaron a un agujero horadado en la pared que daba al exterior.
Se sentaron al borde. La visión era desoladora. Todo estaba desértico y se veían ruinas de piedra en derredor. No había orden, no había color, no había nada. La noche era negra, totalmente negra, no se veían las estrellas ni la luna. Abel rompió el silencio.
— ¿Donde estoy, qué ha pasado?
— La maldad humana no tiene límites. Estamos a las afueras de lo que era Madina, la próspera ciudad que un día conociste— la cara de Abel era todo un poema.
— ¿Qué ha pasado, en qué año estamos?
— Creo que debemos estar en 2093 más o menos. Uno deja de recordar en qué día estamos cuando no hay nada por lo que acordarse. ¡Despierta!, el mundo que conociste una vez no existe, cuanto antes lo asumas mejor para ti.
— Pero… ¿cómo hemos llegado a esto?— el gigante suspiró y agachó la cabeza. Cogió una piedrecita y la tiró al abismo.
— El mundo se complicó. Llegaron al poder políticos que nunca debieron ser elegidos. Rusia, Corea del Norte, Estados Unidos, China. La reacción en cadena no se hizo esperar y los países que llevaban en conflicto desde hacía décadas optaron por dejar la diplomacia. Arabia Saudí atacó Israel con ayuda de Egipto. Israel se defendió arrasándolos; Jordania, Iraq y Siria atacaron Israel. El mundo se convirtió en un tablero de ajedrez donde perdimos todos. Todos los aliados mundiales de uno y otro bando que habían estado armándose durante años respondieron a los ataques. Israel fue el polvorín que hizo estallar el mundo.
El ambiente bélico cada ver era más tenso, se sucedieron las guerras y la gente empezó a pasar hambre al principio, y sed después cuando los integristas empezaron a envenenar el agua.
Y llegó lo peor que podía llegar: se apretaron los botones rojos. En cuestión de días el mundo tal y como lo conocíamos dejó de existir, y este es el legado que nos dejaron— señaló al baldío horizonte.
Abel no dijo nada. Por su mente pasaban muchos pensamientos a mil por hora, pero uno de ellos se paró en seco, Miranda en bragas por la casa. Entonces recordó la pelea que tuvieron y cómo se había quedado en casa llorando el día que fue a CryoNova, y lloró como un niño.
— Huíamos de los Bog, las antiguas fuerzas del orden público, una manada de policías corruptos, guardias de seguridad macarras y militares fascistas, seres malvados que solo buscan exterminarnos para quedarse con nuestras provisiones, incluyendo a nuestras mujeres.
— ¿Pero es que no habéis aprendido nada? ¡mira!— Abel, furioso, señalaba la desolación— este mundo está destrozado, ¿y aun seguís exterminandoos entre vosotros?
— En el mundo quedamos pocos humanos, no te preocupes, a este paso nos extinguiremos pronto— el gigante escupió la suelo.
Murieron millones con las bombas atómicas, otros tantos murieron poco después a causa de los efectos de la radiación, y otros han ido muriendo durante los años que siguieron. Las nuevas generaciones hemos nacido deformes, enfermos, débiles. La esperanza de vida es de 40 años.
Los Borg buscan la supervivencia igual que nosotros, ellos nos atacan y nosotros nos defendemos, pero aunque ellos son menos, están bien adiestrados. Viven por y para el ejército, ya ves, Gobierno y Ejército siempre jodiendo la existencia; igual no ha cambiado tanto el mundo, ¿no crees?.
Transcurrió un buen rato antes de que Abel preguntara.
— ¿Por qué me habéis despertado? Si este mundo es una mierda yo no quiero estar en él.
— Volvíamos de una incursión en busca de alimentos. Cada vez tenemos que ir más lejos. Sin duda sabían que íbamos a estar allí. Destrozamos varios muros con la tuneladora Fury-2 y dimos contigo por casualidad.
Rata te sacó, es nuestro médico. Le llamamos así por que siempre está metido en su “laboratorio”. Desde bien pequeño ha estado leyendo libros de medicina y se le dan bien los cacharros. Hemos estado recuperando “yacentes” para alistarlos en nuestras filas, pero no sabíamos que en Madina hubiera ningún almacén de CryoCorp, lo que tu conociste como CryoNova. Se convirtieron en corporación mundial, con cientos de oficinas y centros de criopreservación en nuestro país.
Recuperamos a dos más, pero debieron de caer por el camino porque no los hemos vuelto a ver. Necesitamos efectivos.
— ¿Solo a dos más?, habían más cápsulas de criopreservación.
— Vuestras cápsulas eran las únicas que seguían activas. Piensa que ya no existe la electricidad. Cada día que pasa es más difícil encontrar yacentes vivos. Dice Rata que las baterías de vuestras cápsulas estaban a punto de agotarse. Si hubiéramos tardado unos días más...— Abel acabó la frase.
— ...tal vez hubiera sido mejor— agachó la cabeza en su regazo y rompió a llorar de nuevo.
El gigante se levantó y lo dejó solo, necesitaba asimilar tanta información. Lo esperaría en el vehículo.
— Por cierto, me llamo Max— dijo el gigante mientras se alejaba.
“Me hicieron creer que el futuro iba a ser mejor, que la ciencia curaría mi enfermedad, que la sociedad sería más avanzada… me dejé llevar por ilusiones de un mundo mejor, y me lo creí, jajajaja…. ¡Iluso!. ¿Quien podía tener en cuenta que podía haber un cataclismo que acabara con la humanidad?. Somos tan egocéntricos que no pensamos en las consecuencias de algo tan importante como la puta crionización o como se diga.
Ahora me encuentro en un mundo desolado, baldío y estéril. ¡Y pensar que rechacé la quimioterapia!, y ya ves, Abel, jajajaja… aquí te encuentras, rodeado de radiación. Sigo enfermo y si no me mata el cáncer lo hará la radiación, jajajaja.
Miranda, mi preciosa Miranda, siempre en bragas por la casa poniéndome burro, ¿que sería de ti, y de Mamá, de Mario…?. Perdóname cariño, allí donde estés”.
Abel se levantó, miró al cielo unos segundos, se secó las lágrimas con la manga raída de la chaqueta y se fue al vehículo donde Max lo esperaba.
“¿Habrán madalenas y cacao?”