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"Ya llega, lo sé, todo se nubla. Es el fin de una historia de esperanza".
Habían enfermedades degenerativas que nunca vieron una cura. La tecnología en el campo militar hizo avanzar a pasos agigantados la ingeniería biotecnológica. Soldados cibernéticos y los primeros modelos de robots semihumanos se habían impuesto en todos los campos de batalla. Llevado al campo sanitario, hoy resultaba más barato y fácil extirpar e implantar que investigar para sanar.
Había llegado la hora de descryogenizarlo. Aquella pequeña empresa que tenía 2600 trabajadores en 3 sedes del país cuando se cryopreservó debido a un tumor cerebral muy agresivo que iba a terminar con su vida en pocas semanas, se había trasformado en una megacorporación mundial.
Habían pasado 128 años, muchos, demasiados, y no estaban seguros del éxito que iban a tener con MB-32/2018. Después de tanto tiempo esperando una cura, los cuerpos llegaban a un punto de no recuperación; el porcentaje de éxito era de menos del 10%, no todos lo conseguían.
Estaba todo listo para la descryogenización. Si todo iba bajo lo previsto, después del proceso lo llevarían a la sala de implantes para extirpar el tumor cerebral que le obligó a cryopreservarse e implantarle la unidad B-Silk, que haría las funciones normales de forma sintética, pero potenciadas y expandibles mediante ampliaciones a través de conexiones de red. En la ciudad Estado de Nishar todo el mundo estaba hiperconectado.
Durante muchos años las megacorporaciones habían bombardeado a la población, a través de los medios de comunicación y de los planes de "modernización" de los diferentes gobiernos, con la necesidad de estar conectado a Cibernet, la evolución de la anticuada internet, creando una necesidad realmente innecesaria, pero obligatoria. Siguiendo la estela dejada por sus antepasados de principios de milenio con internet y los smartphones, consiguieron su objetivo. Los avances tecnológicos hicieron que ya no fuesen necesarios smartphones ni aquellos dispositivos que llamaban "internet de las cosas". Ahora todo eran implantes que ofrecían muchas mejoras: fuerza, visión, audición, ciertos tipos de videncia basados en cálculos de probabilidades potenciados por IAs, etc, lo que multiplicó por mil esa dependencia.
De esta forma, las megacorporaciones se habían asegurado el control total sobre la población. Para asegurarse de ello, disponían de equipos de mercenarios en nómina, comandos de cyberdelincuentes especializados en entrar en la mente de las personas a través de las "puertas traseras" colocadas en sus implantes, puestas ahí por los programadores de las megacorporaciones. Estos programadores hacían una parte del código cada uno y no sabían qué partes hacían los otros. Solo trabajaban 3 años en la misma empresa y les obligaban a firmar un acuerdo de confidencialidad muy estricto, tanto que era sabido y temido cómo la megacorporación hacía cumplir ese acuerdo; habían aparecido muertos 4 programadores y sus familias en extrañas circunstancias, bajo sospecha de espionaje industrial y venta de secretos.
Nadie conocía la existencia de esas puertas traseras, estaban ofuscadas mediante código cifrado que mutaba cada 16 minutos. Las habían puesto ahí para usar a las personas como centros de vigilancia. Ya no eran necesarias cámaras en las ciudades, una promesa del gobierno que prometía privacidad y libertad cara a la opinión pública, pero siendo cómplices de las megacorporaciones que los manejaban.
Todo lo que veía, oía y sentía la población eran almacenadas en las granjas de datos y procesadas en los centros de inteligencia artificial en busca de cualquier signo de rebeldía, disidencia o traición, o para aprovecharse de ciertas capacidades que alguien pudiera tener. A veces introducían ideas en las personas para cambiar sus acciones, radicalizar individuos o para cualquier plan que las megacorporaciones tuvieran en mente. Ojos, oídos y control total 24 horas al día todos los días del año a través de 12 millones de personas. Se podía decir que el hardware implantado en las personas eran propiedad del Estado, y por lo tanto, las propias personas implantadas también lo eran.
El control iba más allá. Mediante un complejo software, ejercían la manipulación de la gente. Usaban a ciudadanos como soldados callejeros cuando querían asaltar una guarida de la resistencia, detener vehículos sospechosos, robar información o secretos industriales, o cualquier otra "misión" en la que no se quería ver implicado el gobierno. Incluso eran capaces de eliminar individuos "indeseables" a través de la inducción autodestructiva.
Pero habían personas que habían tomado consciencia y se mantenían libres de estos implantes. Luchaban a diario contra estas técnicas de terrorismo estatal y empresarial. Estaban considerados como disidentes, y por lo tanto, terroristas, y eran buscados activamente por los M-Tech. Se les conocía como "herejes".
El M-Tech, conocidos popularmente como "techies", era un cuerpo de elite privado al servicio de la principal corporación del país, Biotech, que además de ser la principal corporación tecnológica a nivel mundial, también controlaba una parte de los medios de comunicación de masas y era líder armamentístico. Zephyr, la otra gran corporación, una gran farmacéutica, controlaba la otra parte de los mass media, las inmobiliarias y la sanidad.
Campañas continuas de las megacorporaciones criminalizando la disidencia había doblegado la voluntad de la sociedad, alienándose en favor de ellas y acusando a los herejes de terroristas, colaborando con las autoridades mediante la delación. Lemas como "Sé un buen ciudadano" o "Colabora con la seguridad de tu ciudad" se repetían a todas horas en los medios, los mega anuncios que inundaban las calles o Cibernet.
Existía un pacto de colaboración y no agresión entre Zephyr y Biotech. En el pasado mantuvieron posiciones belicistas, lo que les hacía perder control y mucho dinero. Muchos de los miembros senior de sus cúpulas dirigentes aparecieron muertos en extrañas circunstancias, que nunca fueron investigadas a fondo. Fueron relevados por gente más joven que supieron entender que una alianza era lo mejor para todos; al fin y al cabo tenían intereses comunes: Biotech ofrecía sus implantes y Zephyr los insertaba en sus centros médicos, recetaba su medicación anti rechazo y hacía seguimiento con visitas médicas periódicas. El monopolio sanitario de Zephyr encarecía tanto los precios que muchos implantados no podía permitírselo y acudían al mercado negro, lleno de piratas que ofrecían productos y servicios de dudosa calidad.
La policía pública era escasa, incapaz y corrupta, y los políticos, más preocupados por sus propios intereses que por el bien de los ciudadanos, eran meros títeres al servicio de las megacorporaciones.
MB-32/2018 se recuperaba en una cama del centro de intervenciones de Zephyr. Se sentía aturdido, y padecía lentitud de pensamiento y movimiento. Era normal, le habían extirpado una parte de su cerebro y se lo habían sustituido por un implante que aun no había sido activado.
Sentía también extrañeza. Pensaba que todo sería diferente, que algún familiar estaría allí, que la cercanía que experimentó por parte del personal que lo cryopreservó sería la misma hoy, en cambio encontró frialdad. La mayoría del personal que le atendía eran robots, y aunque simulaban a la perfección la fisionomía humana, algunos de sus gestos delataban su auténtica naturaleza. Le habían explicado, siempre según el discurso oficialista, la situación actual, 128 años después. En el centro le dijeron que a los humabots (así se les llamaba a los robots) les habían programado ciertos gestos delatores de manera premeditada para diferenciarlos del personal humano. La gente ya se había acostumbrado, pero a él todo le parecía demasiado.
El doctor Han apareció, acompañado Lyuva, la técnica especialista, que empujaba un pequeño carrito con un monitor y muchos cables, para conectarle el implante.
— Señor MB, ¿le importa que le llame así?, son las dos primeras letras de su número de identificación.
— No recuerdo cómo me llamo, así que supongo que MB está bien.
— Bien, vamos a proceder a conectarle el implante. Como ya le dijimos, en esta época las enfermedades que ustedes llamaban 'terminales', no se curan como pensaban mis antiguos colegas, se extirpan para implantar diminutos dispositivos. A usted le hemos implantado uno, llamado B-silk y vamos a proceder a su activación. Lyuva, cuando quiera.
Lyuva acercó el carrito a la cama. Incorporó a MB y levantó la diminuta tapita camuflada que daba acceso al implante. Estaba situado detrás del pabellón auditivo, por lo que quedaba oculto. La moda era que se viera, y cuantos más dispositivos estuvieran a la vista, más prestigio demostrabas, pero a los 'nuevos' se les ocultaba el primer (y quizá último) implante, era un duro impacto al que no estaban acostumbrados.
Introdujo una conexión estándar en el orificio del dispositivo, y tras introducir unas órdenes en el monitor del carrito, se escuchó un ligero zumbido que desapareció enseguida. MB sintió una punzada en la cabeza y un ligero mareo. Tuvo unos segundos de visión doble, sonidos extraños y una sensación de hormigueo por todo el cuerpo, pero todo cesó en unos instantes. El doctor Han mostraba una leve sonrisa.
— No se preocupe por lo que siente, quizá le lleve unas horas acostumbrarse, un día o dos a lo sumo. Su centro de gravedad antes de la cryopreservación era muy defectuoso debido al tumor. Para usted fue ayer, pero han pasado 128 años, así que ahora notará que le falla el equilibrio, es totalmente normal. Voy a ponerle un casco de proyección para hacerle un test. ¿Lyuva?.
— Si, doctor, los parámetros son normales.
— Bien, póngase esto, señor MB.
Le puso un casco de privación sensorial. Solo vería y oiría a través de él. Empezaron a aparecer cálculos que instintivamente resolvió. Después empezó a relacionar colores, reaccionar a sonidos, y para terminar, la prueba del escenario, donde a través de la realidad virtual, tenia que correr un escenario cotidiano en el que se presentaban una serie de problemas que tenía que solucionar trepando, sentándose, caminando, usando herramientas, leyendo, etc.
— Bien, bien— dijo el doctor Han mientras le retiraba el casco.
— Los parámetros son inmejorables, doctor— dijo Lyuva
— Estupendo. Señor MB, le podremos dar el alta hoy mismo, será acompañado a la residencia para 'nuevos' como lo llaman por aquí, hasta que pueda reanudar su vida. Le explicarán las condiciones antes de marchar. Por mi parte ya hemos acabado, bienvenido al presente. Si nota cualquier cosa extraña, llámeme— dijo mientras extendía una tarjeta Virt con los datos del Dr mostrados de forma holográfica.
"Tan rápido, vaya", MB empezó a sentir ansiedad. El doctor Han salió de la habitación, seguido por Lyuva y su carrito, que tras un gesto que parecía un guiño y una leve sonrisa, cerró la puerta.
El sol se había puesto y la luz diurna dejaba paso poco a poco a la noche. MB contemplaba la ciudad desde la terraza del edificio de la residencia para 'nuevos'. En la terraza había una zona de ocio, con un bar de copas, una zona extrasensorial, donde te estirabas en un diván con un casco similar al que le puso el doctor Han, y una zona de paseo. Estaba a escasos metros del centro medico de Zephyr, un enorme complejo.
MB alucinaba. La ciudad, 'su' ciudad había cambiado totalmente, no reconocía nada. Mirara donde mirara todo eran cubos y cubos de edificios altísimos e iguales. Cuando miraba al horizonte, no veía el final de aquel mar de cemento y cristal. Se le antojaba que la ciudad era como un enorme felpudo de aquellos de goma que ponen, ponían, en las porterías o a la entrada de las tiendas, todo lleno de púas apuntando al cielo con una separación milimétrica. Se dio cuenta de que iba a tener que acostumbrarse a hablar en pasado más de lo que le gustaría.
La contaminación lumínica era lo que más le sorprendía. La ciudad parecía un gran casino de Las Vegas. Grandes pantallas publicitarias de leds se extendían por toda la ciudad. Neones, leds y hologramas abundaban, y casi no había diferencia entre el día y la noche.
El espacio aéreo se había convertido en autopistas. A diferentes alturas volaban desde transportes de servicio en la altura más baja, pasando por los vehículos particulares y corpo-taxis en altura media, a los urgentes (policía, ambulancias y correos) en la penúltima altura. La última altura estaba reservada solo para la gente poderosa. Los drones, casi siempre de M-Tech, tenían cielo libre para ir donde quisieran. "Por fin los coches volaban", pensó con una sonrisa melancólica. Abajo, en la calle, solo se movían los vehículos eléctricos de servicio: limpieza, sanidad, policía, y los particulares que no podían permitirse los vehículos más modernos con capsula antiG que se movían por el cielo.
Algo que le incomodaba y a lo que nunca se acostumbraría era la impune violación de la privacidad. Los grandes drones de M-Tech se acercaban a los edificios para grabar lo que pasaba dentro. Las ventanas llevaban un protector solar que se desactivaba al acercarse el dron, que ataviado con una cámara gran angular, era capaz de grabar gran parte del edificio de una sola vez. La IA se encargaría de separar la grabación por sectores e identificar cada ventana a qué ciudadano pertenecía. Al día los drones se acercaban hasta 6 veces por normativa gubernamental. Si te negabas de alguna manera, eras considerado subversivo, detenido y llevado a dependencias del 6-S, dependiente del Ministerio de Inteligencia, donde te sometían a todo tipo de torturas tecnológicas que te freían el cerebro, quedando como un zombie; se veían muchos por las calles de Nishar.
Le habían explicado que unos 20 años después de su cryopreservación, había empezado el colapso general del sistema occidental, que arrastró al resto del mundo. El capitalismo no dio más de sí, y junto con el cambio climático y el agotamiento de las materias primas energéticas, todo se vino abajo, primero la economía, que arrastró a la sociedad a la ruina: paro, aumento desorbitado de precios, imposibilidad de pago de hipotecas y alquiler, desahucios, oleadas de inmigración, caos, violencia en las calles. Nishar era una de las pocas megaciudades que resurgieron de los escombros, aunque era evidente, si caminabas un rato por las calles, la desigualdad y pobreza que aun afectaba a la ciudad.
Sintió tristeza. Se apartó de la barandilla acristalada y paseó sin rumbo por la enorme terraza. Se paró pensativo frente a un enorme ventilador.
— Un motor pequeño pero potente mueve la enorme turbina, que está montada sobre un sistema magnético. En sus aspas llevan unos contrapesos, así la inercia de giro hace que no se necesite apenas esfuerzo para hacerlas rotar. Esto provoca que las turbinas giren muy rápido, y por lo tanto la generación de electricidad es mucho mayor de la que necesita el motor para hacerla girar. Una genialidad, ¿verdad?, me llamo Nun— aquella persona le tendía la mano. MB tardó unos segundos en reaccionar.
— Si, ehhh, hola, soy.... soy MB— miró fijamente a Nun. No podría decir si era hombre o mujer. Le iba a costar trabajo adaptarse a esa época.
— Jajajaja, yo tampoco recuerdo mi anterior nombre, me llamaron NN, eran las primeras letras de mi código de ID cuando me congelaron, ya sabes, NN-26/2009, pero prefiero llamarme Nun, NN queda demasiado.... absurdo, ¿no crees?
— Si, ehhh, si, estoooo.
— No te preocupes, al principio cuesta reaccionar, pero enseguida te adaptas, y después, aaaayyyyy, amigo, vas a sorprenderte de la rapidez mental que te ofrece el cacharrito, ¿cuanto tiempo llevas aquí?.
— Tres días.
— Ahhh, bueno, es muy poco, yo llevo poco más de un mes, cuesta volver a reiniciar tu vida cuando todo ha... cambiado tanto.
Ambos se quedaron en silencio, mirando la turbina que giraba produciendo la energía que el edificio necesitaba. Por decreto ley, todos los edificios tenían que ser autosuficientes energéticamente, habían desaparecido los lobbys energéticos.
— Bueno, ha sido un placer, nos iremos viendo, sé bueno.
— Si, vale, hasta otra.
MB se quedó mirando al individuo alejarse; le provocaba una sensación extraña.
Las calles del barrio Merovia eran un mercadillo perpetuo. En otro tiempo había conocido los mercadillos grandes, como el del Raval o el de La Alzina, pero aquello era impensable en su época: calles y calles y más calles, manzanas enteras enormes, de tenderetes de comida rápida, ropa extraña, bares repugnantes, masajes con final feliz, cacharrerías roñosas, talleres de reparaciones, pero sobre todo tecnología, mucha tecnología, seminueva y de tercera mano, todo abierto 24 horas. "El capitalismo había liberalizado bien el sector" pensaba.
Gente de todo tipo, desde harapientos hasta tecno-geeks, se agolpaban sin ningún orden en las calles buscando gangas, comiendo cualquier trozo de algo mal llamado comida, pero sobre todo, haciendo sus negocios al margen de los tenderetes, con la 'seguridad' que les daba la muchedumbre, los callejones que se conocían como su propia mano, los toldos que cubrían los tenderetes del sofocante sol y de la incesante lluvia ácida, y la maraña de cables ópticos de años y años de autoinstalaciones pirata y caos en el sector, que quitaban visión a los drones de vigilancia.
No dejaba de sorprenderse por las pintas de la gente de esta época. Algunos estaban muy implantados, era evidente, pero se distinguían entre los que los llevaban más discretos y los que hacían alarde de ellos. Encontrabas 'tecno-geeks' que no iban demasiado implantados por falta de medios económicos, pero llevaban todo tipo de cachivaches como cascos, gafas de realidad aumentada, antenas o cableado de todo tipo. Otros llevaban implantes por todo el cuerpo y les gustaba mostrarlos; no era raro ver a gente en camiseta con el frío que hacía. Pero lo que más le llamaba la atención era la gente con implantes mecánicos, lo que antiguamente se llamaba cyborgs, con brazos cibernéticos, ojos electrónicos, piernas mecánicas, etc. Le daba pena ver a gente tirada por las calles, niños incluso, y a los desafortunados zombies, cuyo único delito fue querer un poco de intimidad.
Estaba sentado en uno de esos tenderetes de comida rápida con estas divagaciones en su cabeza cuando oyó una voz familiar.
— Vaya MB, parece que te estás haciendo a la basura rápida, eeeehh...— dijo alargando la 'e' hasta apagar su sonido.
— Hola Nun, es lo que venden en esta ciudad, no hay restaurantes decentes, ni siquiera un sucio McDonalds. No he visto carnicerías, fruterías o pescaderías.
— Lo que daría por un buen entrecot al roquefort. Aquello ya no existe, todos los garitos de comida pertenecen a una multinacional que tiene el monopolio, y no quieras saber de qué está hecho lo que comes.
— Entiendo, en vaya mierda de época hemos ido a despertar, ¿no?.
— No te aflijas, te llevaré a un par de sitios que conozco de mejor calidad. He de irme, sé bueno.
Se marchó como vino. Era curioso este personaje, aparecía de la nada, y tal cual, se iba.
La niña lo miraba, con aquellas coletitas tocadas por sendos lazitos verdes. Le sonreía, acercaba la manita a su cara y justo cuando iba a sentir el contacto en su piel, despertaba.
Era extraño, había soñado con aquella niña varias veces, pero no la conocía de nada. Soñaba con personas y paisajes desconocidos, incluso había experimentado recuerdos al pasar por ciertas zonas de la ciudad. El doctor Han le había advertido que estas cosas podían suceder, lo había llamado "desajustes temporales en las sinapsis cerebrales", o algo similar.
Se dirigía a la oficina de patentes de software, o como se llamara ahora. En otra época había sido ingeniero de software en una de las más importantes compañías big tech mundiales y su software había revolucionado el mercado, y por qué no, la sociedad. Mucho software que surgió después estaba en mayor o menor medida basado en su software, seguramente el software utilizado hoy día pudiera estar basado en el suyo, quien sabe.
Su gestor personal humabot en Zephyr le había explicado la posición actual de sus cuentas, y la necesidad de contactar con la antigua oficina de patentes tecnológicas, hoy perteneciente a Biotech, para avisar de su descryopreservación y formalizar su situación. No quiso que el humabot lo hiciera por él; el paquete de cryopreservación incluía la gestión de estas cosas por parte de la corporación, pero MB necesitaba caminar, conocer aquella extraña época y estar solo asimilando su nueva situación.
Su asistente le explicó cómo podía ir, ya que estaba a varios kilómetros. Tenía que tomar el pipeloop, el transporte publico del futuro... del presente. Era un sistema curioso:
En cada manzana habían 2 entradas situadas equidistantemente. Se accedía a un hall que llevaba a un largo andén, similar al de el metro de cualquier ciudad. El andén daba acceso "al tubo", una mampara tubular por la cual pasaban a toda pastilla unas cápsulas de varios tamaños, algunas llenas de ocupantes y otras vacías, separadas unas de otras por unos metros de separación. Las cápsulas no paraban a no ser que pidieras una, y para ello, unos paneles informativos disponían de un teclado numérico. Solo debías teclear el número de personas y la dirección a la que ibas. En ese momento la cápsula vacía más cercana con las características de número de usuarios que le habías introducido en el teclado, se separaba del caudal de cápsulas, se acercaba por el carril de inserción al panel informativo, y una vez había parado se desplazaba su techo cóncavo de plexiglás alrededor de su eje para dejar acceso a su interior. Cuando habías subido, el techo volvía a cerrarse y la cápsula volvía por el carril de inserción al caudal principal. Se adentraba por la maraña de túneles situados bajo la ciudad, dispuestos de manera cuadricular. La cápsula sabía donde debía ir, y a una velocidad de vértigo, te llevaba en un visto y no visto. Una vez en destino, volvía a separarse del caudal y abría su techo.
Salió del pipeloop con náuseas. No se iba a acostumbrar nunca a esas velocidades. Subió a la superficie aun reponiéndose. Estaba en una zona similar a Merovia, el enclave donde residía. Al parecer todas la ciudad era igual, pero se fijó en que algunos edificios no eran tan altos y entre muchos de ellos el espacio era minúsculo. Sin duda parecía estar en el 'casco antiguo' de aquel desierto de asfalto, si eso era posible.
De repente se puso alerta y no sabía por qué, el implante había activado funciones adicionales. A los pocos segundos, vio gente corriendo. Oyó gritos y lo que parecía el zumbido de un ventilador. Giró la esquina y sus ojos se abrieron como platos. Un grupo de harapientos corría por la calle, fusil en mano, disparando a policías de M-Tech que les seguían de cerca. Una especie de helicóptero híbrido con 2 hélices, una a cada lado, los seguía desde el aire. La numerosa gente que había en la calle corría sin orden alejándose del peligro, escondiéndose en portales, entrando en el pipeloop, o echando su cuerpo debajo de algún vehículo aparcado para resguardarse de la lluvia de trazadoras láser. Muchos simplemente morían.
El que parecía el líder condujo al grupo a uno de los callejones, y allí se separaron en 3 grupos. Llevaba un casco militar, pero no parecía muy moderno. Estaba claramente modificado. Llevaba rodilleras y coderas, y una especie de chaleco antibalas que mas bien parecía la piel de un dragón, lleno de escamas y cables. Se fijó en que uno de sus brazos era totalmente robótico. Cuando todos sus hombres hubieron entrado en el callejón, se quedó mirando alrededor para reevaluar la situación y entonces sus miradas se encontraron. La sostuvieron unos segundos antes de que desapareciera por el callejón. Los M-Tech rodearon los callejones, apuntando con sus armas. Se habían detenido, parecía que no se atrevieran a entrar en lo que parecía una ratonera. El jefe del equipo hizo unas señas con la mano y empezaron a entrar por grupos en los distintos callejones. MB no lo sabía entonces, pero los herejes habían conseguido huir por la red de alcantarillado.
Estaba muy alterado por lo que había vivido. Tumbado en la cama, cerraba los ojos y la escena se repetía una y otra vez. Sin duda estaba descubriendo las funcionalidades del implante, que parecía ser como un ordenador que guardaba todo en un disco duro. Vio aquel rostro que lo miraba desde el callejón. Frenó la escena e hizo zoom a su cara, todo de manera instintiva. "Vaya, qué pasada", podía controlar sus pensamientos como si fuera una película o una galería de imágenes. Se preguntaba qué tipo de software llevaría el implante. La cara de aquel hereje le resultaba familiar, aunque sabía que eso no podía ser. Se puso una chaqueta y subió a la terraza.
— Hola héroe— esa voz otra vez.
— Hola Nun.
— Ya me he enterado de lo que te ha pasado.
— ¿Cómo puede ser si no se lo he dicho a nadie?
— Aaaayyyy amigo, en esta ciudad las noticias vuelan. No te preocupes, esto pasa a veces. Esos sucios herejes están en contra del progreso y quieren imponernos su ley ludita.
— ¿Herejes?
— Si, gente muy peligrosa, terroristas antisistema, anarquistas, nihilistas y desheredados, que quieren desestabilizar el Estado al que culpan de su inadaptación. Puaj, que se mueran todos— dijo escupiendo en el suelo— No se adaptan a los tiempos modernos, no se implantan, ¿te lo puedes creer?
— ¿Pero no pueden detenerlos?, con la tecnología que hay...
— Su modo de lucha es la guerra de guerrillas, una táctica muy antigua pero eficaz. Al no llevar implantes es más difícil dar con ellos, pero a su vez no tienen las mejoras que ofrecen, así que somos superiores, es cuestión de tiempo, pero cuesta, ¡malditos!
MB se quedó mirando al gran panel publicitario del edificio de enfrente. Una chica casi desnuda se servía una copa de un licor, miraba a la cámara y sonreía. Eran fascinantes, "¿cuando la sociedad puritana dejó de serlo?".
Volvió a tener sueños con la niña. Esta vez iba caminando por un prado verde, de la mano de un hombre. Su rostro era el del hereje que vio hacía 2 días en el tiroteo.
Se levantó algo alterado y puso las noticias mientras se hacia un café, o lo que fuera aquello que escupía la máquina multiservicio.
"Tres nuevos terroristas han sido detenidos, dos de ellos se suicidaron en la unidad de detención. Es la tercera vez que hay detenciones esta semana. Al parecer, los herejes están cada vez menos preparados y nuestra policía más alerta. Ampliaremos la noticia en el siguiente boletín."
"Estos herejes... Siempre tienen que haber inadaptados que jodan a los demás", pensaba MB. Se terminó el café y salió a vagabundear por Merovia.
Iba de puesto en puesto, sin buscar nada en especial, pero parando de vez en cuando a curiosear las modernidades de esa época. Podía hacerse una idea de para qué servían muchas cosas, pero con otras no tenía ni idea.
Todo le resultaba extraño ese día. Tenía la sensación de que lo vigilaban. Vio varias personas mirarlo demasiado tiempo, tuvo 2 nuevos recuerdos que no eran suyos, pero los vivía como si lo fuesen, y le parecía ver a gente escondiéndose entre la gente. Se estaba volviendo loco, concertaría una visita con el Dr. Han.
Al llegar a una zona de tenderetes de cacharros tecnológicos para chatarra, se desorientó. Algunos mercaderes movieron sus chiringuitos móviles y modificaron la posición de de esa zona. De repente MB no supo seguir y se dio cuenta de que no había gente, solo estaba él. Varios herejes aparecieron de la nada y lo rodearon. Alguien por detrás le puso una capucha de tergiplex en la cabeza, que anulaba toda señal electromagnética y amortiguaba el sonido. Ajustó la cuerda, rodeándola por el cuello, otro lo empujó tirándolo al suelo, momento en el que otros 3 lo asieron y se lo llevaron casi en volandas. MB gritaba, pero parecía que nadie lo oía. Se zafó de sus secuestradores y entonces sintió una descarga eléctrica que le tensó el cuerpo. Uno de aquellos herejes llevaba una porra eléctrica. Tras unos segundos todo se puso oscuro.
Se despertó con un tremendo dolor de cabeza. Ya no tenía la capucha de aquel extraño material. Estaba en una estancia en penumbra, encima de un colchón mugriento. Solo había una pequeña mesita, una silla y nada más. Oía pasos afuera continuamente, y voces dando órdenes. Se escuchó un sonido de cerradura y pestillo herrumbroso y la puerta se abrió. Aparecieron dos harapientos y aquel rostro que vio huyendo de la policía.
— Señor Mel Barrel, MB.
Aquel nombre le heló la sangre. Mel Barrel, ese era su nombre, ahora lo recordaba.
— ¿Cómo?, ¿como sabe usted?
— Sabemos muchas cosas, señor Barrel.
— ¿Qué cojones hago aquí?
— Somos lo que han denominado "herejes" y usted está aquí por un buen motivo.
— ¿Van a pedir rescate para alguna de sus misiones sin sentido? Le advierto que no colaboro con terroristas.
— Terroristas, muy bien, defina el término.
— ¿No está claro?— levantó sus manos enmanilladas y giró la cabeza entorno a aquél lúgrube espacio.
— Perdone si no le ofrecemos una habitación en el Ritz. Yo le definiré el término. Terrorista: Forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general.
— Exacto, es a lo que os dedicáis, ¿no?
— Dele usted la vuelta a los culpables. Las megacorporaciones se han hecho con el control de la población. Después de generar el gran colapso, se apoderaron de todo. El colapso no fue más que una necesidad para ellos, una forma de desviar la atención. Cuando hubieron amasado un gran poder, empezaron a desbancar a los gobiernos, que pasaron a ser meros títeres en sus manos. Dominan todo, y deciden lo que pasa y lo que no en las ciudades, gestionan la pobreza y la riqueza, quien vive y quien muere, y se aseguran de ello con su cuerpo de élite, los M-Tech. ¿Cómo vamos a poder recibir asistencia sanitaria si no tenemos dinero para pagarla?, ¿cómo accedemos a la comida que ellos comen cuando no recibimos más que la porquería del lobby alimenticio Sorex?, ¿cómo accedemos a la educación para nuestros hijos?, ¿quien es el terrorista?
"Palabrería" pensó Mel, pero lo cierto es que en su época ya pasaban estas cosas. Todo empezaba a privatizarse y la gente se manifestaba por una educación y sanidad públicas, o en las puertas de sus trabajos para conseguir mejoras.
— ¿Pero sabes qué?— Mel advirtió el tuteo— no pretendo convencerte de que somos los buenos. Nos interesas por otra... cuestión.
— ¿Qué cuestión?
Aquel hereje se daba golpecitos con el dedo en la cabeza. Se acercó a su secuaz y le susurró algo al oído. Acto seguido, el secuaz abandonó la habitación.
— ¿Sabes? eres valioso por algo que llevas dentro. Vas a ayudarnos a derrotar este sistema de vigilancia masiva.
— Yo no voy a ayudaros a nada que tenga que ver con— no acabó la frase. En ese momento volvía a entrar el secuaz, acompañado de Lyuva.
Le vino a la mente el día en que le activaron el implante, cómo Lyuva había girado la cara y le había sonreído al abandonar la habitación detrás del doctor Han. ¿Qué hacía allí?, no entendía nada.
El hereje hizo un gesto con la cabeza y sus dos secuaces abandonaron la habitación. El hereje se acercó a Lyuva y le susurró algo al oído. Lyuva asintió y el hereje, tras una mirada a Mel, abandonó también la habitación. Lyuva se sentó a su lado.
— Se te hará extraño todo, ¿no?
— La verdad es que sí.
— Creo que te debo una explicación— Lyuva empezó a relatarle la situación:
"Las megacorporaciones, con la permisividad de los Estados, monitorizan las 24 horas a la sociedad, y lo hacen a través de la propia ciudadanía mediante los implantes que ellas mismas fomentan. Utilizan a la gente para sus sucios fines, y la gente no se da cuenta, lavan su imagen con un telón de mentiras y montajes policiales a través de los medios de comunicación que ellos controlan. La gente está altamente influenciada y engañadas por las megacorporaciones. Quien se sale del redil es tachado de "hereje", acusado de terrorismo y perseguido hasta la muerte.
Pero no solo han establecido un sistema de vigilancia masiva, si no que además son capaces de controlar a individuos a través de los implantes. Personas inocentes, con su trabajo, familia, de repente se ven envueltos en problemas de espionaje industrial, de asesinatos o de suicidios sin motivo aparente. El poder de estas corporaciones es inefable. Pero existimos personas que no quisimos implantarnos, vimos a donde conducía todo, vimos como nuestros padres, hermanos o hijos se comportaban de forma extraña, eran asesinados o se suicidaban. No tardamos en averiguar lo que estaba sucediendo, así que decimos organizarnos en la clandestinidad".
— Pero ¿que pinto yo en toda esta historia?
— Mucho— Lyuva siguió con el relato:
"Llevamos décadas intentando golpear duramente a este sistema vil, hasta que descubrimos el control social a través de los implantes. Se decidió infiltrar herejes en sus instalaciones pero pocos lo consiguieron. Llevo 13 años esperando el momento adecuado.
Nos llaman luditas, anti progreso, antisistema, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que disponemos de ingenieros y técnicos con amplios conocimientos en biotecnología. Fuimos capaces de extraer fragmentos de código utilizado en los implantes cerebrales, y eso nos costó caro. Cuatro de nuestros infiltrados y sus familias fueron asesinados por Biotech, una pérdida tan dura como necesaria. Vimos que los implantes disponen de una puerta trasera por donde Biotech entra y manipula al individuo. Sabemos que el código está cifrado y muta cada 16 minutos, pero tenemos el algoritmo utilizado por la IA interna y el patrón utilizado para la mutación, pero ¿cómo podíamos sacar esa información de los laboratorios de Biotech?, siempre acababan sabiéndolo y asesinando a los nuestros. Así que la solución pasaba por introducir la información en un implante y ofuscarla con recuerdos"
— ¡La niña de las coletitas!
— Era mi... hija, mía y de Rolf, el que te ha traído aquí— Lyuva bajó la mirada y se entristeció— no había tiempo de buscar algo más adecuado, extrajeron los recuerdos de la mente de Rolf y yo los implanté el día en que el doctor Han activó tu implante, cuando te conecté al carrito de chequeo. En tu implante está el código de las puertas traseras y necesitamos extraerlo para utilizarlo a gran escala y cerrarlas; dejaremos ciegos y sordos a las megacorporaciones, se terminará la era de la manipulación.
Mel no podía creer lo que estaba escuchando.
— ¿Por qué yo?
— No podemos introducir la información en gente de esta época, tienen muy por la mano el funcionamiento de los implantes, se darían cuenta, pero para vosotros los "nuevos" todo es novedoso, no lo sabéis distinguir, y realmente quedáis muy pocos que seáis viables, el tiempo corre en nuestra contra.
Mel no podía creer lo que estaba oyendo, se había visto implicado en un follón que no había pedido.
— ¿Y ahora qué?
— Esta tarde te sacaremos la información, después podrás irte, no tenemos nada contra ti, pero si dices algo de esto, será tu fin.
— No tengo alternativa, ¿verdad?— Lyuva negó con la cabeza— Bien, pues sacádmelo cuanto antes y acabemos con esto.
Lyuva cogió las manos de Mel en un gesto fraternal, le miró a los ojos y le sonrió, igual que hiciera aquel día, que se le antojaba muy lejano, en el centro de recuperación.
— Creo que no eres consciente de lo que estás a punto de hacer, y todos te lo agradecemos profundamente.
Se levantó y salió. Entró Rolf y sus dos secuaces.
— Ven, vamos a la sala de audiciones a informar a los nuestros. Hoy va a ser un gran día Mel.
Le quitaron los grilletes electromagnéticos de las manos y lo llevaron por unos pasadizos de servicio a la planta de arriba. Aquello debía ser un hotel o similar que llevaba muchos años abandonado, su estado de conservación era pésimo.
Cuando llegaron, la sala de audiciones estaba atestada de herejes. Cuando vieron a Mel se hizo el silencio, no paraban de mirarlo fijamente. Mel se sintió un poco abrumado. Poco a poco las conversaciones empezaron de nuevo.
Mel estaba descolocado, no sabía qué hacer, a quien mirar o con quien hablar, quería salir de allí lo antes posible y retomar su nueva vida. Las conversaciones que Mel escuchaba trataban sobre las nuevas actualizaciones de algún implante, cómo hackear algún sistema que Mel desconocía, planes de futuro con la caída de las puertas traseras, y de repente, aquella voz. Lo oyó flojo, lo que significaba que el implante B-silk lo había captado a cierta distancia: "Sé bueno". Mel abrió los ojos como platos y se giró hacia esa voz. A unos 6 metros vio a Nun. "Mira por donde, Nun es uno de los herejes". Sus miradas se cruzaron y Nun le sonrió a la vez que apretó algo en su pecho y desapareció entre las columnatas que habían al fondo. "Qué personaje más extraño", pensó Mel, pero no le dio tiempo a más. Varias explosiones sembraron el caos. Puertas y ventanas volaron por los aires. Por las aberturas entraban decenas y decenas de "techies" armados hasta los dientes, disparando a discreción.
Los herejes empezaron a correr en todas direcciones. Los que estaban armados se parapetaron donde pudieron y respondieron al fuego, pero la superioridad de los "techies" era muy superior. Mel se vio en mitad del tiroteo sin saber qué hacer. Sintió un golpe en la cabeza y todo se puso negro.
Oía voces que parecían lejanas. A través de los párpados intuía luz. Las voces fueron aclarándose y escuchándose mas cercanas a la vez que la luz aumentaba su intensidad. Abrió los ojos.
— Vaya, hola bella durmiente.
Mel estaba desorientado, estaba estirado y no podía moverse. Habían varias personas a su alrededor. Quien le hablaba era... esa voz.
— Pongale 10 miligramos de euritrol— ordenó a una humabot que había a su izquierda— ¿Has dormido bien?— esta vez se dirigió a él.
— Pero... ¿pero qué?...
— Traaaaaanquiiiiiilo, no pasa nada, estamos entre amigos, ¿verdad?— Mel estaba ya un poco cansado de cómo alargaba las palabras condescendientemente aquel tipejo.
— ¿Qué ha ocurrido, cómo he llegado aquí?
— Digamos que mis hombres te trajeron.
— ¿Tus hombres?, ¿cuantos herejes se han salvado?, ¿Lyuva?.
— Noooooo, no, no, no amigo MB, hay taaaaaanto que explicarte. Verás, te has visto inmerso en una guerra, si, si, una guerra. Esos sucios herejes infiltraron a los suyos en nuestras instalaciones.
— ¿Nuestras?, pero tu no eres un...
— Ooooohhh, nooooo, amigo MB, yo soy el teniente Nun, del servicio Sector-3, una especie de contrainteligencia de Biotech. Verás, tenemos muchos enemigos, no solo los herejes. ¿Sabes la cantidad de pequeñas corporaciones que buscan un trozo de pastel?. Tenemos infiltrados en varias corporaciones y colectivos, y evidentemente, también entre los herejes, aunque he de decir que eso nos costó muchísimo más, son duros esos apestosos.
Cuando supimos que teníamos infiltrados aumentamos la vigilancia. Su objetivo eran los "nuevos" y tu descryopreservación fue de las pocas viables, así que me encargué personalmente de vigilarte.
— Serás cabrón, ellos tienen razón, sois unos terroristas.
— Claaaaaaro que lo somos, pero la escoria ciudadana de ahí fuera es taaaaan manipulable, que para ellos somos salvadores. El caso es que hemos desbaratado los planes de los guarros herejes. Hacía años que íbamos detrás de Rolf y los suyos, y mira por donde, nos has llevado hasta él, muuuuuuuchas gracias amigo MB, hemos conseguido desarticular una de las pocas células herejes que quedaban, pero la más importante. Además eso nos ha dado acceso a células en otras ciudades queeee.... ahora mismo, deben estar cayendo— dijo mientras miraba su reloj.
— Yo no quiero saber nada de herejes, puertas traseras, control, me da igual, yo quiero seguir con mi vida, ¿lo entiendes?. Sacadme lo que tenga en el implante y dejadme marchar.
— Ya nos gustaría, si, en serio, me has caído muuuuuuy bien MB, ¿pero sabes qué?, no va a poder ser, sabes mucho ¿lo entiendes?.
— Pero si yo no soy nadie, soy un don nadie, ¿a quien iba a ir con el cuento?, ¿quien iba a creerme?
— Yaaaa..... pero las cosas no van así, no podemos dejar cabos sueltos, no es nada personal— hizo un gesto a la humabot.
Le introdujo un estupefaciente por el canal sanguíneo mientras le introducían un conector en el implante para sacar la información. A Mel se le empezaba a nublar la vista.
— Amigo MB, no notarás nada, te lo prometo.
— Me llamo Mel... Mel Barrel.
— Siiiii, si, si, si, esto será un momento y después.... nada.
La humabot terminó de sacar la información. Era cierto que hoy iba a ser un gran día, pero no para los herejes. Mel vio a la niña de las coletitas sentada en el campo con Rolf, su padre. Esta vez sí noto la caricia de la niña en su barba, aunque Mel no tenía barba.
"Ya llega, lo sé, todo se nubla. Es el fin de una historia de esperanza".